Galdós, retrato de un semejante
Renacimiento reúne, en una edición de Adolfo Sotelo Vázquez, los artículos que Leopoldo Alas, ‘Clarín’, el mejor crítico literario del siglo XIX, dedicó al novelista
15 enero, 2021 00:10La vida de Galdós es una incógnita encerrada bajo siete llaves. Un inmenso secreto a la vista. Una elipsis. Su misterio, objeto de sendas biografías publicadas al calor del reciente centenario de su muerte –la primera, escrita por Francisco Cánovas Sánchez (Alianza); la segunda, obra de Yolanda Arencibia (Tusquets)–, reside en la paradójica combinación entre el arte de dosificar la intimidad personal y el contrapunto de una obra descomunal, que posee la virtud de retratar la España de su época a través de la ficción, mezclando el interés popular con un discreto sentido de la vanguardia –a la manera decimonónica– que malévolamente han pasado por alto buena parte de sus ilustres detractores.
Una de las señales del éxito, aunque sea humilde, es la envidia (no correspondida). Galdós tenía muchos enemigos poderosos, entre todas las orillas culturales y políticas, no tanto por lo que fue (un señor consagrado a hacer su obra), sino por lo que escribió, capaz de irritar a los poderes fácticos de su tiempo hasta el punto de ser motivo de una conjura –exitosa– para que le denegaran el Premio Nobel. Todo ya esto se sabe, por supuesto. También se conoce la calamitosa situación económica que padeció en el ocaso de su vida como consecuencia de su ingenuidad como administrador de su propia carrera y el intento –fallido– de convertirse en editor de sí mismo para liberarse del mezquino (entonces y ahora) mercado editorial.
El escritor Benito Pérez Galdós / SOROLLA
Sus biógrafos, entre los que también cabe citar a Joaquín Casalduero, Pedro Ortiz Armengol o Stephen Gilman, muy atento a la recepción europea de su obra, han tenido que enfrentarse, cada uno a su manera, a un océano de silencios y a un sinfín de páginas, en apariencia emisores de señales contradictorias. Navegando entre los primeros está el hombre; en las segundas habita, con una salud de hierro, el escritor. Ambos son reflejos de una misma vida que su protagonista se encargó de desdibujar a conciencia en sus famosas Memorias de un desmemoriado, autobiografía seriada escrita entre 1915 y 1916 en la revista La Esfera. El señor sombrío y algo marchito de San Quintín, nombre de su residencia santanderina, nunca dejó de practicar un laconismo irritante que contrasta con la envergadura verbal de sus narraciones, sus inicios en el periodismo o sus postreras incursiones políticas, que de todo hubo en las entretelas de los años durante los cuales Galdós caminó por la Tierra.
Que recientemente hayan provocado interés (malsano) sus epístolas íntimas con la Pardo Bazán, quizás el más ilustre de todos sus amores secretos, no deja de ser una injusticia poética, además de la muestra palpable de cómo una obra literaria capital puede ser reducida, en estos tiempos tan extraños, a una vulgar charleta entre porteras. Para solventar esta guiñolización de Galdós basta leer las crónicas, críticas y artículos periodísticos que, sobre su figura y sus libros, escribió uno de sus semejantes, Leopoldo Alías, Clarín, el mejor crítico literario del siglo XIX y el único escritor de su hora capaz de rivalizar con su talento. Como es sabido, entre Clarín y el autor de los Episodios Nacionales existió una relación de admiración mutua, visible en las numerosas cartas cruzadas entre Oviedo y Madrid, donde ambos mantenían las respectivas embajadas de sí mismos.
Que recientemente hayan provocado interés (malsano) sus
Caricatura de Leopoldo Alas, Clarín / BNE
En ellas se aprende, entre otras cosas, cómo dos personajes que perfectamente podían haber sido rivales, o incluso enemigos –la relación entre críticos y autores siempre es tormentosa, especialmente en los casos de vanidad extrema– se intercambiaron a lo largo del tiempo libros, sugerencias, consejos, bromas, reverencias y críticas. Un patrimonio que desmiente la leyenda cainita del Parnaso novelístico español. Conviene recordarlo: el sectarismo es hijo del carácter, no una consecuencia automática de la competencia. La amistad, por otra parte, también puede ser ilegible, como demuestran las quejas de Galdós por la endiablada letra de Clarín, que nunca fue médico pero sí escribía con la ilegible caligrafía de las recetas. “Una escritura caldea”, al decir del novelista canario.
La abundante grafomanía entre ambos escritores, sin embargo, no se limitó a la epístolas. Provocó también una espléndida obra crítica –escrita por Clarín– que la editorial Renacimiento ha reunido ahora bajo el título Galdós novelista en una edición de Adolfo Sotelo Vázquez, catedrático de la universidad de Barcelona, que firma una robusta introducción en la que explica dos cosas. Ambas interesantes. Primera: la configuración de la obra galdosina como un sostenido ejercicio de voluntad, consciente, reflexivo e inspirado por sus grandes pares europeos –Dickens, Balzac y Zola–. Y segunda: la condición innovadora de su novelística en el contexto decimonónico.
Adolfo Sotelo Vázquez / LENA PRIETO
Los textos de Clarín, probablemente el único de sus contemporáneos capaz de comprender en presente la importancia del corpus galdosiano, lo evidencian. En ellos no sólo destaca la clarividencia como lector del intelectual zamorano –a quien todo el mundo considera asturiano–, sino que brilla una forma de escribir sobre literatura elegante, sabrosa y fresca. El desprecio que algunos de los escritores de su tiempo dedicaron a Galdós resulta, en este sentido, equiparable a la infame falta de conocimiento sobre la excepcional obra periodística de Clarín, que parece escrita ayer mismo y que, en determinados pasajes, es un auténtico festival de inteligencia, perspicacia y humor socarrón.
Los artículos de esta antología, accesibles sólo en las Obras Completas de Clarín, iniciadas en 1912 por Renacimiento Ediciones e incompleta hasta la posterior opera omnia elaborada por Ediciones Nobel, se publicaron en revistas y diarios como El Solfeo, La Unión, El Imparcial, La Publicidad, El Día, Revista Europea, La Ilustración Ibérica o La España Moderna, dependiendo de cuáles fueran los tránsitos editoriales de Clarín, que unas veces aparecía en una cabecera y otras, en otras; y a veces, en ninguna, tal es el destino del periodista a pieza.
Galdós, en una tertulia con intelectuales (1897)
Clarín dedica estas gacetillas a analizar títulos concretos –desde Doña Perfecta a Fortunata y Jacinta, pasando por ¡Miau!, El amigo manso, Nazarín, Misericordia o La Desheredada–, trata sobre varios Episodios, el ciclo novelístico más popular del escritor canario, y perpetra paliques –etiqueta bajo la que reunía sus inquisiciones– y ensayos impresionistas dedicados a asuntos como el estilo de la novela. Un festín para quienes estén interesados en las fórmulas de la narrativa del realismo –esa convergencia entre vida y arte–, la historia como laboratorio social y la utilización de la ficción como instrumento para reflejar un mundo y un tiempo concretos, sin olvidarnos del noble ejercicio de la crítica literaria como obra de arte.
El libro de Clarín es una poética condensada de la novela y, al tiempo, un proyecto intelectual. Pura literatura “de veleta”, como expresa el término original que usó Galdós para describir la narrativa que atrapa el paisaje y el paisanaje de una sociedad en pleno proceso de transformación. También es un ejemplo de la capacidad de Clarín, compartida con Galdós, para conseguir, sin esfuerzo aparente, una milagrosa naturalidad de estilo, como demuestra el Estudio Crítico Biográfico que el periodista zamorano dedica a su maestro, quizás sea el mejor retrato escrito sobre su misteriosa persona: “Es el escritor más opuesto, en todos los sentidos, a eso que llamamos lirismo (…) No viste mal… ni bien. Viste como las personas formales; para ocultar el desnudo, que ya no es el arte de la época. No habla mucho, prefiere oír (…) No es un sabio, pero sí un curioso (…) Una de las disciplinas que menos le agradan a este literato…es la retórica (…) Si hubiera una forma de ser novelista por señas, lo sería (…) Galdós es un español a la inglesa (…) Nadie como él para engañar a los tontos que no ven el talento sino cuando viste de uniforme”.
El libro de