Johnny Depp
Las rupturas sentimentales ya acostumbran a ser lo suficientemente dolorosas en la esfera privada, pero cuando, además, de entera de ellas todo el mundo y todo el mundo opina, la cosa empeora notablemente. Suele ocurrirte si eres famoso y si tu matrimonio ha sido, digamos, movidito. Si además tienes fama de gamberro, de beodo, de toxicómano y de montar unos cirios considerables, Dios te asista, sobre todo si tu mujer también es de armas tomar.
Es lo que le ha ocurrido al actor Johnny Depp --limitado en general, aunque brillante en ocasiones, como cuando dio vida al desastroso cineasta Ed Wood en la biopic dirigida por Tim Burton-- a la hora de quitarse de encima a la actriz Amber Heard (fría y mediocre sin excepción, aunque dotada de una habilidad más que notable para sacar a los hombres de quicio, como puede atestiguar otra de sus víctimas, el magnate de Tesla Elon Musk).
Amber Heard es una preciosa mujer de 30 años y Johnny Depp es uno de esos beaux tenebreux que Hollywood da de vez en cuando y que ya se acerca a los 60. Sus especialidades extracinematográficas siempre han sido los excesos etílicos y toxicómanos, la amistad con viejas glorias no menos dadas a los excesos (Jack Nicholson o el periodista gonzo Hunter S. Thompson, al que interpretó en una película y cuyos restos mortales lanzó al espacio financiando los gastos) y conservar, salvo en el caso de Amber, el cariño de sus exnovias (tanto Winona Ryder como Vanessa Paradis, madre de su hija, han salido en si defensa con el divorcio de Heard).
Muchos pensamos que el matrimonio con Amber se lo podría haber ahorrado: ella nunca le había ocultado su condición de lesbiana y ya se sabe que la cabra, con perdón, tira al monte. De hecho, las amiguitas especiales de Amber fueron uno de los principales puntos de fricción de la pareja. En cuanto a Johnny, es como lo del huevo y la gallina: ¿le hacía Amber la vida imposible, arrastrándole a la bebida y la violencia esporádica, o era la conducta del muchacho la que convertía la convivencia en un infierno?
En cualquier caso, un tema teóricamente privado. No teníamos por qué enterarnos de que Johnny pegó (o no) a Amber o de que Amber se cagó (o no) en el lecho conyugal. Pero nos estamos enterando de todo lo que pasaba entre esos dos seres humanos a los que más les valdría no haberse conocido jamás. Ya sabíamos que Johnny tenía la mano agujereada --gastaba mensualmente en vino una cantidad de dinero capaz de alimentar a una docena de familias del tercer mundo durante un año-- y que Amber pensaba cobrarse cada rasguño real o autoinfligido --a Musk ya intentó darle un palo considerable--, pero ahora lo estamos comprobando en vivo y en directo gracias a un proceso legal que se alarga y que cada día añade nuevos y desagradables detalles a una historia que presagiaba tragedia desde el principio.
Aquellos machistas despreciables --como yo-- que siempre hemos sentido una mayor simpatía por Johnny que por Amber, nos reafirmamos en nuestra teoría de que una lesbiana pesetera no es la mejor opción para construir un matrimonio feliz. Tenemos la impresión de que el señor Depp sobrevivirá a esta ordalía financiero-sentimental, pero no nos cabe duda de que a su cuenta bancaria le van a pegar un pellizco considerable del que se libró el señor Tesla.
Da la impresión de que Depp no anda sobrado de luces a la hora de echarse novia, pero eso puede deberse a la edad: me temo que, acercándose a los 60, cualquier mujer atractiva a la que le guste el dinerito puede hacer lo que quiera con quien quiera. No es un comentario muy pertinente en la era del Me too, pero el historial de la muchacha no le va a ser muy útil al feminismo radical para fabricar a su costa una víctima.
De momento, si yo estuviese en el pellejo de Depp, ya le estaría pidiendo consejo a Nicolas Cage, otro célebre despilfarrador --creo que llegó a pagar un millón de dólares por un ejemplar de la primera edición del tebeo Detective Comics, donde nació Superman en 1938--, para ver qué hacer tras el previsible pellizco económico de la exparienta, aunque la respuesta es sencilla: rodar una birria detrás de otra, olvidarse de que se exhiban en salas y, a lo sumo, evitar el interminable stock de peluquines ridículos que suele lucir el señor Cage. Se desaconseja por completo recurrir a unos sicarios colombianos para eliminar el problema de raíz, que estas cosas suelen acabar muy mal.