Fernando Savater  y los enanos de Lilliput

Fernando Savater y los enanos de Lilliput DANIEL ROSELL

Ideas

Fernando Savater y la sombra de Liberty Valance

El filósofo vasco, que acaba de ser despedido de El País tras publicar Carne gobernada, la última entrega de sus memorias, encarna el espíritu de la inteligencia insumisa frente a los imperativos de la ortodoxia y el sectarismo

26 enero, 2024 23:30

A veces los mitos de la infancia anuncian –y escriben con renglones torcidos– el desenlace de nuestra propia existencia. En el primer tomo de su fantástica autobiografía (razonada) –Mira por dónde (Taurus)– Fernando Savater (San Sebastián, 1947) dedica todo un capítulo a contar la honda fascinación que desde joven sintió por el periodismo, entendido como el ejercicio (siempre tormentoso) del articulismo con criterio propio. Su confesión comienza con una imagen poderosísima: la célebre voladura del diario Madrid, acaso el primer periódico que, desde dentro de las familias ideológicas del tardofranquismo, a través de un selecto grupo de intelectuales del Opus, intentó ensayar una línea editorial reformista con una cierta vocación aperturista. 

La crítica leal suele ser mucho peor tolerada que la que se tiene por desleal, al venir de quienes están más cerca y presuntamente a favor. Ni los autócratas, ni los monarcas absolutistas ni las tribus de fanáticos toleran el humor o entienden la noble esencia de la lealtad: exigen gravedad, fidelidad y sumisión. El 24 de abril de 1973, un Savater joven veía desde el balcón de su casa, situada a apenas unos metros, la espectacular voladura del edificio de aquel periódico, donde unas semanas antes se había presentado con gestualidad juvenil y una soberbia ingenua a ofrecer el primer artículo de su autoría: noventa líneas dedicadas a criticar la colección de libros de una editorial. La detonación del Madrid dio al traste con sus tempranas pretensiones de escritor de periódicos. 

Fernando Savater en Sevilla

Fernando Savater en Sevilla @JAIMEFOTO

Cuatro años más tarde, tras haberse hecho notar y señalarse –como se decía entonces– en varias revistas libertarias y anarquistas, comenzaba a escribir en El País, que ha sido su periódico durante casi medio siglo. Hasta esta semana, en la que ha sido despedido coincidiendo con la publicación de algunas partes del último tomo de sus memoriasCarne gobernada (Ariel)–, una miscelánea de asuntos íntimos –el amor y el deseo, dos temas ya abordados en La peor parte– y controversias públicas.

En esta obra, una suerte de bonus-track de su extraordinaria obra ensayística (había declarado que no pensaba escribir más libros tras la muerte de su esposa), levanta acta de sus desacuerdos políticos, alerta sobre el túnel sombrío en el que ha entrado la democracia española y critica, de forma directa y suicida, absolutamente punk, la deriva editorial del diario El País, convertido en un remedo de los intereses del gobierno, cautivo de la corrección política y controlado por un coro de “intelectuales del PSC”.  

'Carne gobernada'

'Carne gobernada' ARIEL

Sus palabras provocaron tal revuelo –a favor y en contra, como sucede con todos los juicios relevantes– que horas después era expulsado de la plantilla de columnistas del diario. Acaso entonces, el viejo Savater, cada día más cerca de Ítaca, recordase lo que relató en la primera entrega de su autobiografía: su devoción por la figura de Dutton Peabody, el fundador, editor, director y único reportero del Shinbone Star, un periodista “borrachín y palabrero” que interpreta Edmund O’Brien en El hombre que mató a Liberty Valance, la película de John Ford.

“Peabody” –escribe– “no es un bravo entre los bravos, como el personaje de John Wayne, ni siquiera un valiente por pura dignidad accidental, como el abogado que encarna James Stewart. Se pasa la mayor parte de la película asustado, soportando los desmanes de los bravucones, sin intervenir y dándose ocasionalmente ánimos para soportarlos con largos tragos de whisky, pero cuando la democracia llega al pueblo no vacila en poner su periódico al servicio de los ciudadanos aunque ello le enfrente a una banda de pistoleros”. 

Edmond O'Brien interpretando al periodista Dutton Peabody en 'El hombre que mató a Liberty Valance'

Edmond O'Brien interpretando al periodista Dutton Peabody en 'El hombre que mató a Liberty Valance'

El periodista del Shinbone Star recibe una brutal paliza por sus artículos –así era el Oeste, queridos amigos– pero, lejos de amilanarse tras la agresión, maltrecho, sangrando pero lleno de dignidad, proclama orgulloso: “Le he hablado a ese Liberty Valance de la libertad de prensa”. “Cuando se empieza a hablar de la libertad de prensa y a practicarla, aunque peligre la integridad física” –prosigue Savater– “es que el final de Liberty Valance está cerca”. Con Dutton Peabody, una suerte de Falstaff, compara el filósofo vasco a la generación de periodistas que participaron en los periódicos de la Transición, en cabeceras como El País y Diario 16, “que hicieron efectiva la desaparición de la dictadura”. 

No se trata de un recuerdo idealista y melancólico: “No eran santos ni héroes: entre ellos abundaban también los aventureros, los oportunistas y los antiguos censores reciclados en inquisidores de nuevo cuño para ocultar pasadas tropelías. Ellos, todos ellos, incluso aquellos por los que uno puede guardar menor simpatía, fueron los hombres y las mujeres que mantuvieron en alto el pendón irónico y atrevido de Dutton Peabody”. Parece algo nuevo, pero, como diría Günter Grass, es cuento viejo: la ironía ha dejado de ser tolerable en muchos periódicos (que actúan como partisanos) y los triunfos de antaño ya no pertenecen a sus padres morales, sino a los eternos arribistas patrimoniales. 

'Mira por donde'

'Mira por donde' TAURUS

En periodismo el éxito excesivo, además de envidia, acostumbra a ser mortal: antes o después llega quien se arroga el mérito ajeno de lo que desde el primer día era una navegación peligrosa e incierta y, gracias al dinero, ese lenguaje universal, intenta comprar algo que carece de precio (salvo para los necios), que es el prestigio de la sinceridad. Esto lo que, según Savater, ha sucedido en El País, que en su historia ha vivido muchos de estos tránsitos, como cuando viró hacia el PSOE –ante la oposición de parte del grupo de sus fundadores, entre ellos el filósofo Julián Marías– o tras la victoria de Pedro Sánchez hace ahora un lustro, que causó un violento viraje de su línea editorial. 

La cuestión relevante no es tanto la evolución (lícita) de un periódico, sino sus causas. Savater nunca se había mostrado tan crítico como ahora con el diario de la calle Miguel Yuste, pero eso no quiere decir que antes no tuviera problemas con la casa. En sus memorias cita varios: un artículo contra la Iglesia que hizo peligrar los intereses de la editorial Santillana en el negocio de los libros escolares, provocando un consejo de administración contra su persona; un juicio por una columna antimilitarista y una reprobación de la Casa Real por una tribuna en defensa del ideal republicano. “Seguimos adelante” –explica Savater– “aunque la sombra de Liberty Valance tardara más de lo debido en desvanecerse”.

'Voltaire contra los fanáticos'

'Voltaire contra los fanáticos' ARIEL

En realidad, las amenazas contra la libertad de prensa no han desaparecido en todo este tiempo. Sólo ha cambiado su forma de presentarse. Savater –así lo confiesa en Carne gobernada– también ha mudado de opiniones, como otros intelectuales de su misma generación, como Antonio Escohotado, pero en su caso estos cambios de parecer pueden argumentarse sin incurrir en la indignidad de la conveniencia ni en la incoherencia moral. Se compartan o no sus posiciones, se trata siempre de convicciones. Su salida de El País, en cualquier caso, tiene un significado simbólico y cultural, al margen de las cuestiones estrictamente laborales o las decisiones de empresa.

Supone el fin de una era y el inicio de otra distinta. La muerte del mito del intelectual colectivo –el término con el que José Luis López Aranguren, falangista en su juventud, definió en 1981 al diario El País en una tribuna que hizo época, inspirada en el concepto de Gramsci para conquistar la hegemonía cultural– y la entronización  de su sustituto: el (falso) progresismo gregario, que no duda en practicar la inquisición (y el auto de fe) si alguien, especialmente cercano a sus ideas, decide salirse del carril de la conveniencia, que es el preámbulo de la obediencia. 

'Solo integral'

'Solo integral' ARIEL

Savater, que siempre ha sido un intelectual individual, aunque durante años se sintiera arropado por la camaradería de la izquierda ilustrada, ha escrito la mayor parte de su literatura de ideas, en parte recogida en la antología Solo integral (Ariel), en los periódicos, siguiendo el modelo del filósofo cercano o de compañía que encarnase Ortega y Gasset. “Una idea, dos ejemplos, tres cuartillas”, como decía Camus. En sus propias palabras: “Cada vez que me destituyen diciendo que no hago filosofía, sino ensayo periodístico, tengo que controlarme para que no me suba la satisfacción al rostro (…) Sí, plenamente, mi género es el periodístico. Y no sólo como escritor, también como lector”. 

Sus artículos han estado guiados por la defensa de la ciudadanía, la crítica contra los dogmas y la oposición al sectarismo, incluida la teocracia nacionalista. Savater no cree en Dios, se formó con García Calvo e hizo la tesis sobre Cioran. Siempre se ha negado –como dicen los franceses– a masticar sus palabras. Ricardo de la Cierva, historiador de cámara del franquismo, lo llamó “intelectual de pandereta”. Los socialistas y la izquierda idiota – el copyright del término es de Ramón de España– ahora lo califican como un facha, un adjetivo ómnibus del que él se burla, con el humor fino que sólo gastan los sabios, en el prólogo de Solo integral, la única antología de sus columnas: “España es un país sorprendente por muchas razones; entre ellas que todo el mundo es de iz­quierdas…menos los fascistas”.

'Ética para amador'

'Ética para amador' ARIEL

El filósofo vasco siempre ha sido un verso suelto: figura en muchos poemas pero no rima con nadie. Ni en sus comienzos como columnista ni ahora que, para ejercer el articulismo, se exige tragar con colosales ruedas de molino, como considerar progresistas a los separatistas, principales enemigos de la idea –netamente republicana– de ciudadaníaLas ideas de Savater no han cambiado. Sus posiciones, puede ser. Quien indudablemente sí lo ha hecho (por interés fenicio) es la izquierda oficial, que predica una igualdad que no practica, adoctrina (igual que los catequistas) y fabrica sambenitos, señalando con el dedo (acusador) a quienes osan cuestionar (con argumentos) sus dogmas de ocasión.

El desenlace de Savater en El País, convertido en su propia némesis, era inevitable. La pluralidad se puede fingir con cierta teatralidad; tolerar el pensamiento libre, que unas veces consiste en transgredir los cauces establecidos y otras en defender valores olvidados o pervertidos, según su propio juicio, es una tarea más tormentosa. Un librepensador piensa, no repite. Señala lo que se omite. Desvela contradicciones. Recuerda lo que alguien quiere que se olvide e influye, con su simple existencia, en la opinión pública. Toda su fortaleza reside en su capacidad de argumentación y en el carácter de su personalidad. 

'Contra el separatismo'

'Contra el separatismo' ARIEL

La propaganda funciona como el agua que se vierte sobre las llamas del juicio: por abundante que sea, no es infalible para apagar un incendio. Desde cualquier esquina, por ejemplo desde la columna de un periódico, una simple chispa disidente puede hacer que brote el fuego de insumisión intelectual. Con Savater se podrá estar o no de acuerdo. De lo que nadie puede acusarle es de ser un perrito faldero.

“Los columnistas” –escribe Ignacio Carrión en Cruzar el Danubio (Destino)– “son por naturaleza la casta más altiva que existe en los periódicos, pero también la más cobarde y resentida. El director los tiene en un puño. Si se desvían de los antojos cotidianos del director les quita la columna sin dar explicaciones. ¿Qué se han creído esos imbéciles? ¿Se han creído que el periódico es suyo? ¿Piensan que el papel es suyo? ¿Acaso la tinta es suya? Aquí no hay nada suyo. Entonces le quitan la columna como se le quita un juguete a un niño. Siempre hay otro niño deseoso de ser columnista. Hay cola, lista de espera, aunque [para ejercer el oficio] muchos tengan que usar un collarín”. 

'La aventura de pensar'

'La aventura de pensar' ARIEL

Savater siempre ha tenido buenas vértebras, que es condición esencial –la otra es la valentía– para describir las cosas. “Sin coraje” –ha escrito en alguna ocasión– “no se pueden tener principios, lo mismo que la independencia consiste, como decía Santayana, en estar siempre a la intemperie, como si el aire fuera una forma más de arquitectura”. En efecto: los cobardes carecen principios y, como escribió Baroja, en la mentira puede haber matices; en la verdad no cabe ninguno. O algo es verdad o no lo es. Éste es el rasgo que identifica al escritor reaccionario: dice lo contrario de lo que sabe y cree, da igual el motivo con el que intente justificarse.

El filósofo vasco encarna –y eso es lo que muchos no le perdonan– el arquetipo del librepensador, que ya es una especie en peligro de extinción en prensa: alguien que piensa con tanta libertad que a veces termina profesando un credo prohibido. Al igual que su admirado Chesterton, la resistencia de Savater a convertirse en una voz más del gallinero social lo ha convertido en un hereje. Su despido tiene algo de distópico, como purgar a Ortega y Gasset en el diario El Sol o en la Revista de Occidente. 

El filósofo José Ortega y Gasset

El filósofo José Ortega y Gasset

El pensador vasco –lo confiesa en la primera entrega de sus memorias, publicadas hace ahora más de dos décadas– tenía con El País una profunda ligazón y una “deuda de gratitud vital que nada nunca podrá borrar”. Y agregaba: “Considero El País como algo mío, tan mío como pudiera serlo de cualquier otro y más, desde luego, que de aquellos que sólo han puesto en él su dinero (…) Por eso, tras algún desencuentro, voces no siempre desinteresadas me han aconsejado que lo dejara y que me fuese a otro diario siempre he contestado que no pienso abandonarlo voluntariamente, salvo que me pongan de patitas en la calle. Si lo que escribo desazona hasta lo insoportable a algunos de los que forman parte de la casa…pues qué remedio. ¡Que se vayan ellos!”. 

No son ideas muy diferentes, incluido el arranque unamuniano (“que inventen ellos”) a las que el filósofo vasco expresa en Carne gobernada. Sus críticas vienen de atrás, aunque ahora las exprese con un tono vehemente, acaso como reacción (humana) ante el hostigamiento interno que hemos visto durante el último lustro. Bastaba (y de hecho en muchas ocasiones ha sobrado) con escribir en contra Savater para ser publicado en las páginas editoriales de El País, quebrando así la vieja cortesía del oficio de evitar las descalificaciones mutuas entre las firmas de un mismo diario. 

'La tarea del héroe'

'La tarea del héroe' ARIEL

Savater ha sido expulsado de su placenta editorial por actuar como Peabody: “¡Buenas gentes de Shinbone! Yo, yo soy vuestra conciencia, soy la vocecita que resuena en la noche, soy vuestro perro guardián, que aúlla frente a los lobos, soy vuestro confesor! Yo…yo soy…¿qué más soy?”, pregunta el gacetillero a Tom Doniphon (John Wayne), que responde con una pregunta burlesca: “¿El borracho del pueblo? Savater ya contestó a esta pregunta en La tarea del héroe: “He sido un revolucionario sin ira; espero ser un conservador sin vileza”. El símil exacto, sin embargo, es otro. Aparece en una sátira Jonathan Swift. Nada tiene que ver con la política y arroja una lectura moral: un gigantesco Gulliver (del pensamiento) rodeado por una tribu de enanos en el país Lilliput.