Inés Arrimadas
Haz algo, que esto se hunde
Cuando pintan bastos, en los partidos políticos empiezan a salir disidentes de debajo de las piedras. En el caso de Ciudadanos, hace tiempo que a Inés Arrimadas le crecen los enanos. Algunos le reprochan su supuesto seguidismo de lo que se ha convertido el PSOE bajo la confusa dirección de Pedro Sánchez, cuyo único objetivo parece ser la gloria y el tronío del propio Pedro Sánchez. Otros (lo que queda del sector socialdemócrata del partido, que deben ser cuatro, el cabo y quiero creer que Jordi Cañas, al que aprecio personalmente, pero no acabo de entender muy bien qué papel juega en esta comedia de enredo sin gracia alguna) la acusan de proseguir el estéril camino hacia la derecha que emprendió hace un tiempo su antecesor, Albert Rivera, maniobra que aceleró la decadencia de ese partido en el que algunos creímos cuando se fundó en Barcelona años atrás. Y ella parece que no se aclara. En estos momentos, le preguntas a cualquiera en qué consiste el actual Ciudadanos y lo más normal es que te encuentres con un gran silencio y una reveladora expresión de estupor.
Inés Arrimadas (Jerez de la Frontera, 1981) acumula una serie de meteduras de pata que no tiene trazas de interrumpirse en breve. Primero, gana unas elecciones autonómicas y lo celebra yéndose a Madrid porque ya se sabe que aquello es más divertido que Barcelona (hasta Tirana debe serlo más en el momento presente) y no hay que aguantar tanto a los lazis, a los que nadie presta mucha atención en el parlamento nacional. Luego amaga con volver al centro izquierda, a la socialdemocracia de los inicios, pero se queda a medias. Tras la debacle de las elecciones madrileñas, ni asomo de autocrítica: se quedan sin representación parlamentaria y parece que aquí no ha pasado nada, así que nadie dimite, nadie reflexiona un poco en voz alta y nadie informa a la media docena de votantes que les quedan de cómo van a ir las cosas a partir de ahora. Vagas promesas de refundar el centro derecha y a otra cosa, mariposa.
Es innegable que tras el suicidio colectivo encabezado por Rivera -quien, empeñado en ser califa en el lugar del califa, no quiso conformarse con una vicepresidencia con Sánchez, que nos habría librado de la molesta presencia de Iglesias y su alegre pandilla peronista- no era nada fácil resucitar el muerto que el cesante dejaba en manos de Arrimadas. Pero algo más podría haberse hecho a la hora de marcar perfil propio y, en el caso de Madrid, enviar al pobre Edmundo Bal al matadero. Las absurdas mociones de censura en provincias no sé muy bien para qué sirvieron, como no fuese para acelerar la marcha del partido hacia la irrelevancia. Tal y como está el patio, lo mejor que podría hacer Arrimadas sería seguir el ejemplo de Iglesias y otorgarse un merecido descanso. O aparecen renovadores con fundamento o esto se va al carajo y volvemos definitivamente al bipartidismo.
Soy de los que creen que en Ciudadanos se ha aplicado la ley de Murphy de manera implacable: todo lo que podía salir mal, ha salido peor. El principal culpable es Rivera, evidentemente, pero a Arrimadas le ha faltado cuajo para volver a empezar de cero y aplicarle al partido el inevitable reset. Cuando se fundó Ciutadans en Barcelona, uno sabía con precisión qué era lo que tenía delante. Ahora, uno lo ignora. Quiero creer que la única salvación posible viene del regreso a la socialdemocracia antinacionalista inicial, pero ni de eso estoy seguro.
Lo que es indudable es que el actual Ciudadanos es una olla de grillos (o un cónclave de pollos sin cabeza, como prefieran) que empieza a dar cierta pena. Crear un partido alternativo y renovador y cargárselo en diez años es, principalmente, el dudoso mérito de Rivera, un hombre al que no le gusta que le hagan sombra ni a la hora de cagarla (recordemos el trato lamentable que le aplicó a Manuel Valls, un tipo que podría haber jugado un papel importante en el partido). Pero quien recogió el testigo, que es la señora Arrimadas, no parece saber qué hacer mientras el traidor Fran Hervías se le va comiendo la merienda a base de convencer a compañeros con mentalidad de rata que abandona el barco para que sigan su ejemplo y se pasen al PP.
La historia de Ciudadanos es una de las más desgraciadas de la reciente historia política de España. Tras tantos balbuceos y cambios de sentido, no hay quien se fíe de ellos porque no hay quien los entienda.