La vida de un artista es mucho más torturada de lo que uno piensa. No siempre se triunfa e, incluso cuando eso sucede, los fantasmas aparecen. Ansiedad, estrés y otros factores externos relacionados con la vida social y personal pueden llevar a la depresión y otros cuadros de salud mental.
Nadie está exento de que eso suceda. Ni las personas más humildes ni las de mal éxito. El mismo Gaudí cayó en una severa depresión que requirió la ayuda de sus amigos para poder salvarle de esta situación.
Un rechazo muy duro
Los hechos sucedieron hace más de un siglo. Era 1910 cuando el famoso arquitecto de Reus caía en una depresión nerviosa. Tenía sentido, aunque ahora no lo pueda parecer. Su obra no era bien acogida por sus compañeros de la época. Tampoco por la ciudadanía.
Aunque ahora cueste de creer, la originalidad y magia de Gaudí no se entendía. ¿Qué eran todos esos simbolismos? ¿Y esas formas? A pesar de basarse en las figuras de la naturaleza, la arquitectura casi siempre había apostado por la recta y los ángulos.
La recomendación de sus amigos
Las críticas fueron, en ocasiones, muy duras, de allí que el catalán cayera en depresión. Por suerte, algunos de sus compañeros estuvieron allí para ayudarle. Fue Torres i Bages, un obispo amigo del arquitecto quien se dio cuenta. Lo comentó con otro feligrés, el jesuita Ignasi Casanovas.
El padre no dudó en ayudar. Para que pudiera tranquilizarse y encontrar la paz espiritual y, sobre todo, psicológica que necesitaba, le propuso una escapada. Irse a 60 kilómetros de Barcelona para aislarse del mundo.
Un retiro contra la depresión
El lugar elegido fue Vic. El capellán pidió a su amiga Concepció Vila, viuda de Rocafigiera, si podía dar alojamiento al arquitecto modernista. Se daban todos los ingredientes para que todo funcionara: él volvería a dar vida al palacete de la familia ubicado en la calle Casadó y, además, podía distraerse.
Lo segundo sucedió, lo primero no tanto. Gaudí no era hombre de fiestas, prefería dar paseos por la ciudad. Lo acompañaba otro amigo del reusence, Joaquim Vilaplana, quien, durante la estancia del arquitecto en Vic, lo acompañó en sus caminatas.
Vic contra la depresión
El de Reus se ciñó a sus rutinas. Por la mañana iba a misa antes de desayunar, visitaba el Museo Diocesano y departía con su responsable Josep Gudiol. Y, cada tanto, el responsable de esta particular terapia, Torres i Bages, le iba a visitar.
Sólo fueron tres semanas. En ellas, este par de amigos tuvieron momentos para todo. Para charlas y risas y también para las discusiones sobre su visión de la arquitectura y el arte. Pero fuera por el entorno o por las conversaciones, Gaudí se empezó a sentir mucho mejor. Claro que hubo otro factor.
Un diseño curativo
Artista nato, el genio modernista no dejó de trabajar. Tal vez, esos diseños también formaron parte de su sanación. Inspirador por las calles de Vic y, sabiendo que ese año se celebraba el centenario de Jaume Balmes, empezó a diseñar unas farolas conmemorativas.
Fue un pequeño encargo, pero que le sirvió para volverse a sentir valorado y seguir trabajando. Gaudí trazó el diseño de dos farolas de basalto tallado con brazos de hierro forjado. De ellos, caían suspendidas dos lámparas con las fechas del aniversario: 1810-1910.
Unas farolas para Vic
En lo alto de este diseño urbanístico, no faltó el toque gaudiniano. La típica cruz de cuatro brazos que, en esta ocasión, fue hecha con hierro forjado retorcido coronaban la obra. Su aspecto era muy similar a las que lucen los balcones de la Pedrera de Barcelona y en la Cripta de Colonia Güell, y es que en esa época se estaban finalizando ambos edificios.
Este diseño gustó a los responsables del ayuntamiento. Le encargaron la ejecución al arquitecto Josep Canaleta que, con la ayuda del alumno aventajado de Gaudí, Josep Maria Jujol, hicieron realidad esas farolas para Vic. Se inauguraron pasados tres meses, el 7 de septiembre de 1910.
Gaudí efímero
Lo más triste de todo es que, esta obra que ayudó a Gaudí a salir de la depresión o el proyecto que realizó en uno de sus momentos más bajos, se convirtió casi en una instalación efímera. Si uno va a Vic, no puede ver ninguna de estas farolas.
Era el año 1924 cuando se decidió echar abajo estas obras de arte del modernismo catalán. Sólo quedan los registros escritos de todo aquello y las fotografías de la época. Nada más.