Una imagen de la exposición de Barceló en La Pedrera

Una imagen de la exposición de Barceló en La Pedrera ALICE BRAZZIT

Artes

El cangrejo de Barceló en La Pedrera

El centro de arte barcelonés acoge una retrospectiva de la cerámica del artista mallorquín, desde las obras que se trajo de África en los años noventa hasta su producción más reciente, además de pinturas y cuadernos de esbozos

28 mayo, 2024 19:00

A Miquel Barceló (Felanitx, 1957) le interesaron desde el principio la materia y las cosas. Por un lado podía, en los años iniciales de su carrera, experimentar con grandes cantidades de pintura que dejaba oxidar o cuartear sobre la tela. Por otro, estudiaba el mismo efecto de degradación en lo que se iba encontrando —tomates, peces, lentejas, huevos fritos o flores— metidos en cajitas. Cuando ambos intereses, materia y objeto, convergieron el artista había encontrado su camino.

En Barceló lo relevante no es la mímesis sino la metamorfosis. Podemos encontrarnos la relación entre el objeto y la materia en cualquiera de sus fases. El gran cangrejo metido en un cuenco que vemos en La Pedrera, obra reciente, realizada en 2023, representa un grado próximo al realismo. Nada mejor que la cerámica para duplicar con verosimilitud un crustáceo que, sin embargo, no quiere dejar de ser barro. Para Barceló este medio supone más que el simple descanso de la pintura: es su extensión. Cuatro mil obras terminadas lo atestiguan. Pero, sobre todo, aunque su encuentro fue casual, está claro que el artista y la arcilla estaban hechos el uno para la otra. Toparse era, probablemente, cuestión de tiempo. 

Una imagen de ls exposición de Barceló

Una imagen de ls exposición de Barceló ALICE BRAZZIT

Se atribuye la invención de la pintura a una joven corintia que trazó en la pared la sombra de su amado antes de que partiese a la guerra. Kora de Sición, por cierto, era la hija del alfarero Butades, que se apresuró a copiar la idea en tres dimensiones. En todo caso, Plinio, el narrador de la historia, dejó el origen de las artes visuales asociado al recuerdo. Son una respuesta a la separación o a la ausencia. Aun creyendo en esa verdad fundamental, parece como si Barceló se empeñase a veces en crear más rápido de lo que la naturaleza mata.

Aquí es donde entra en juego el viento, que en la mitología es tantas veces el encargado de insuflar vida. El artista empezó a viajar por África en los ochenta con su amigo Javier Mariscal. A mediados de los noventa estaba instalado en el País del Dogón, zona remota de Mali. Varios días seguidos de vendaval hicieron imposible, de repente, pintar o dibujar. Fue entonces cuando decidió imitar a las mujeres y a los artesanos locales y aprendió sus técnicas para trabajar el barro.     

'Sense títol'

'Sense títol' © MIQUEL BARCELÓ, VEGAP, BARCELONA, 2023.

Aunque hubiese modelado algo antes, en ese punto arrancó de verdad su trato con la cerámica. Al regresar a Mallorca, frecuentó una teulera, taller tradicional donde se fabrican tejas, jarras y platos. Rondando el cambio de siglo colaboró con un estudio del valle del Loira francés, otro de Vietri sul Mare, cerca de Nápoles, y celebró su primera gran exposición de cerámicas en el Musée des Arts Décoratifs del Louvre. En 2008 adquirió una antigua fábrica de ladrillos para montar su propio taller.

A lo largo de esos años desarrolló un vocabulario que incluye retratos y autorretratos, máscaras, piezas de alfarería modificadas, tótems —tan eficaces gracias a la ironía, como si perteneciesen a una cultura real— y cráneos en función de vanitas. También, plantas, frutos y animales de todos los lugares por los que ha pasado y de la perenne base mediterránea, entre los que se cuenta, por supuesto, el cangrejo en su vasija que nos espera en la última sala.          

Barceló en La Pedrera

Barceló en La Pedrera ALICE BRAZZIT

Todos somos griegos, opinaba Shelley. La frase sirve de título a la exposición. El artista balear tiene en común con ellos la voluntad de representar en sus piezas no solo lo que sabe, sino lo que ve. Piensa gracias a que tiene manos, como dice Anaxágoras de nuestra especie. Barceló critica el momento actual, “(…) historicista, casi sin materia. A mí me gusta la naturaleza de las cosas, la fisicidad. Todo lo que no es así, me produce melancolía, que es enemiga del arte. Suele provocar la repetición”. 

Para comprobarlo, no hay más que comparar su obra con los productos de la ortodoxia contemporánea. Con la bienal veneciana de este año, por ejemplo, en cuyo escenario se asegura dar voz a las minorías, los migrantes y los indígenas. Nos estamos acostumbrando a fatigar las ideas —los clichés—, en lugar de entrar en materia. Mientras nos hartamos de recorrer salas en las que se practica lo que llaman slum tourism (turismo de pobreza), Barceló viaja al África occidental. Experimenta durante años. Aprende sin renunciar a ninguna tradición, sea propia o no. Mientras unos niegan a los demás la herencia griega, u occidental en general, porque no es lo bastante buena para ellos (antes se les había negado por lo contrario), él encarna las ventajas de explorar sin límites. Todo aquello que infantiliza a la supuesta periferia, se combate demostrando que el arte ajeno se puede también tomar –mutuamente– en serio.     

Barceló en La Pedrera

Barceló en La Pedrera ALICE BRAZZIT

Volvamos definitivamente al cangrejo, en homenaje a su caminar en diagonal, lento pero seguro. Encontraremos en él las virtudes de su autor expresadas con la máxima claridad. La duplicación ha sido casi siempre el pretexto de la creación visual, pero lo relevante en ella es la mudanza. La realidad no es más que un referente que hace posible el juego de las diferencias. A primera vista, la cerámica parece una réplica exacta del cranc pelut. Después, encontramos lo peculiar.

Los artejos del animal están colocados en el cuenco igual que las piezas sueltas que va dejando Barceló por el taller, por decenas, para combinar y reutilizar —similares también por sus formas orgánicas–. Los pigmentos —carmesíes, rodenos, azafranados y granates— no son naturalistas, sino que convencen porque se expanden con los mismos gestos y dinámicas con que tiñen la naturaleza. Cada diferencia es una senda abierta hacia la consciencia del artista. Una manera de comunicarse. Nos indica con sorprendente exactitud el punto en que se encontraba su mente cuando estaba ideando la figura –con las manos–. 

Barceló en La Pedrera

Barceló en La Pedrera ALICE BRAZZIT

Las ideas pueden ser arte, sí, pero demasiado a menudo terminan al servicio del pensamiento instrumental, o sea, de la melancolía. La repetición. En Barceló, la idea es acto y eso nos permite participar: comer el cuerpo y beber la sangre del tótem desde el punto de vista del oficiante. Una de las posibilidades que tal vez nos va a ofrecer la ciencia en el futuro es experimentar el aspecto subjetivo de las sensaciones de otras criaturas vivas. Saber cómo funciona la ecolocalización de los murciélagos. Cómo es tener una vista de lince. Mirando el cangrejo de La Pedrera seguiremos, de momento, sin conocer una existencia de artrópodo. Sin embargo, mientas pervive la sensación estética —no más de lo que nos dura en la pituitaria el olor de una naranja, decía Kenneth Clark—, sí sabemos exactamente qué se siente siendo Barceló, y en eso consiste el arte. The rest is noise.