Alejandro Echevarría, el poder oscuro
El Fondo de Titulización del Barça contempla una deuda de 1.500 millones de euros para levantar el nuevo estadio, pero el club no ha incluido los dos palacios cerrados del Espai Barça, que suben 400 millones más, tal como figura en la web de la CNMV. Los compromisarios del club han sido mal informados. Además, la cuenta de resultados señala pérdidas recurrentes, pese a lo que dice la junta (más de 300 millones de ganancias en el último ejercicio); las palancas de Laporta son un brindis al sol o un favor de su conseguidor y el pasivo del club resulta estratosférico.
El presidente cuenta con el apoyo minoritario de amigos, prietas las filas, en momentos de zozobra. Uno de ellos, el más influyente, Alejandro Echevarría, el poliédrico excuñado de Laporta, ha tenido un buen maestro, su propio padre, Juan Echevarría Puig, que presidió Nissan en el mejor momento del motor, fue presidente de Correos, Ebro y vicepresidente de Endesa, la gran eléctrica española brindada a los italianos de Enel por José María Aznar. Echevarría padre "lo ha hecho todo", desde el Consejo Social de la Pompeu Fabra hasta la Mutua General, en palabras de Pasqual Maragall; el político no olvidaba la entrega del empresario al régimen duro de cuatro décadas, pero descontaba a su favor que fuera uno de los fundadores de la patronal CEOE. En su juventud, el industrial fue un camisa vieja amigo de Dionisio Ridruejo, Pedro Laín o Antonio Tovar, editores de la revista Escorial, defensora del "paradójico concepto de falangismo liberal", escribió Santos Juliá.
En su etapa en la Moncloa, José María Aznar recompuso el mapa de la clase dirigente española, colocando en las cúpulas del Ibex 35 a sus amigos azules, como Juan Villalonga, César Alierta, Miguel Blesa y por supuesto Juan Echevarría Puig. Este último desempeñó durante décadas la presidencia de la Fundación Francisco Franco, hasta que el cargo se hizo escandalosamente público y le encargó a su hijo Alejandro que le echara una mano, manteniendo su apellido en el mismo patronato. Cuando el joven Echevarría aceptó ser presidente de aquella fundación bizarra causó baja en la junta del Barça, cuya tradición catalanista quedaba en entredicho.
Salió indemne, como siempre, y fue entonces cuando se invisibilizó. A partir de aquel momento, el amigo de los futbolistas se convirtió en el fontanero de lujo y su nivel de relevancia externalizada fue creciendo en la sombra a medida que los problemas aumentaban. Lo hizo a cambio de nada; ni dinero, ni cargos, ni visibilidad. Es notorio que Alejandro fue un puntal en la primera directiva de Laporta y que ha vuelto de tapadillo en el nuevo mandato de su amigo. En este segundo turno, entró por la puerta de gabinetto di riflessione, desde la que se accede a la cámara oscura del poder, al estilo de las logias masónicas. "En Alejandro se puede confiar", se oía a menudo en la zona noble del Camp Nou, ahora en reconstrucción, un arquitrabe de ilusiones auríferas del que se han caído el ex CEO Ferran Reverter y otros directivos de confianza, como Mateu Alemany y Jordi Cruyff. El conseguidor protege el secreto y lima las diferencias, al estilo de un buen rosacruz, contando con que "todos los rosacruces son masones", como decía siempre el llorado doctor Moisés Broggi, exdecano de la Logia que se reunía los martes en el Hotel Palace de Barcelona.
Echevarría manda, pero nadie lo ha elegido ni tiene ningún cargo ejecutivo; te arregla los rotos, si eres amigo; estés donde estés, "él lo deja todo y acude". Puede haber bajado un poco el pistón y se diría que ahora se limita exclusivamente a solventar los apuros del presidente, con los avales apuntalados en un patrimonio familiar de tradición fabril y abogacía. El núcleo Echevarría se ha expandido sobre la clásica mezcla de empresa y tribunales, que en el pasado levantó los emporios de Manuel Girona o de los Güell, la Ebro Agrícolas de Josep Sunyol --el expresidente del Barça fusilado-- o la Cros de Francisco Godia, instalado en el Conventet franciscano, el mejor frontal de Barcelona, remodelado dentro del recinto del monasterio de las Clarisas.
Los Echevarría pertenecen al núcleo primigenio del Pedralbes suburbanizado de los 50, hecho a base de fincas sin lindes y lustrosos contrafuertes del paisajismo noucentista de Rubió Tudurí y Forestier, con verdes volcados sobre balaustradas de piedra. Alejandro, su hermana Constanza (exesposa de Laporta) y el resto de la segunda generación Echevarría, pertenecen a la cartografía nobiliaria de habla castellana y colegio privado catalán, junto a los Andreu, Folch Rusiñol, Godó, Gay de Montellà, Sentís, Ferrer-Salat, Girona, Dexeus o Corachán, entre otros. Aquel Pedralbes con el encanto del descampado fue como el jardín feliz de Lewis Carroll, por el que corrían los niños persiguiendo conejos blancos, subiendo y bajando del Rolls Royce de Salvador Andreu, líder de la farmacopea catalana y dueño de todo el Tibidabo, la Montaña Mágica (Montjuïc solo es la montaña del deporte). Allí se fundamentaron los personajes de ficción de la narrativa del medio siglo que frecuentaban el Ecuestre de bellos balcones sobre la Diagonal o las pistas del Club de Polo. Los jóvenes de aquel Pedralbes no fueron solo niños bien, sino un corrillo curiosísimo del que salieron músicos, pintores, editores y poetas, y donde hubiese sido fácil de encontrar un Daniel Sempere (el protagonista de Ruíz Zafón) que busca el cementerio de los libros olvidados y descubre La sombra del viento.
El Barça pisa siempre la misma piedra; es prodigo en malentendidos y desventuras, como el indigno caso Negreira, que se prolonga estos días en la conocida pelea pública entre Sandrusco y Laporta, a partir de las acusaciones vertidas en RAC1 por el excomisario Villarejo contra el actual presidente del club, al que culpó de enmarañar el proceso judicial contra Rosell. La disposición de la pieza radiofónica no tiene desperdicio: un cara a cara entre el expresidente de la Generalitat Artur Mas y el descuidero Villarejo, actuando de árbitro Jordi Basté, en una argucia del periodismo inteligente. A Mas le faltaba solo eso para entrar de una vez en el callejón del olvido.
Negreira es ahora el detonante de todo. Cuando se supo que el exvicepresidente del Comité de Árbitros había recibido cuantiosas sumas del Barça, Alejandro se fundía below the line y empezaba a ser llamado cariñosamente Señor Lobo, una copia benigna de Harvey Keitel en Pulp Ficción. Es el hombre que lo arregla todo, desde la tesorería vacía hasta la impertinencia de un socio descontento o un mal paso de la bragueta presidencial.
Al Barça de Laporta nadie le discute el compliance officer, que pende como una promesa de transparencia birlada a la Asamblea de Compromisarios, cantera de veteranos sin causa y letrados en busca de un lugar bajo el sol. Al final, el Barça de hoy es un club pobre tras la gestión lamentable de Bartomeu, responsable del enorme apalancamiento frente a Goldman Sachs, el banco que de hecho ya es dueño tácito del club a la espera de su salida a Bolsa. Goldman será el accionista mayoritario en el momento en que el banco convierta su deuda en capital, liberando el pasivo del actual balance. De momento, la filial Barça Media, después de fusionarse en Países Bajos con Mountain & Co I Acquisition Corp, saldrá a cotizar en el Nasdaq norteamericano, un mercado campeón en términos de liquidez, tierra prometida del Silicon Valley o de la NBA y aspiración unánime de la liga norteamericana de fútbol.
Como es bien sabido, Alejandro fue decisivo a la hora de expulsar a los violentos Boixos Nois del Camp Nou; también se hizo pública entonces su participación junto a su hermano Álvaro en los primeros espaldarazos del Banco de Sabadell a la junta entrante; y este mismo verano ha decantado en favor del club los puentes que la directiva necesitaba para formalizar su plantilla ante la Liga de Fútbol Profesional, la patronal méteme-en-todo.
La supervivencia del club reside ahora en sus finanzas; pero su prestigio futuro tiene mucho que ver con la Superliga Europea, la competición de marcas que tratan de fundar Laporta y Florentino Pérez, frente a la UEFA y la FIFA. El penúltimo round de esta batalla mercantil está previsto para el próximo 26 de octubre en un juzgado de Madrid. Allí comparecerán los contendientes, las federaciones frente al Madrid adocenado y el Barça quebrado en manos del Nasdaq; y allí también proyectará su sombra Alejandro Echevarría, el poder oscuro.