El dramaturgo y director de escena Albert Boadella /  LUIS MIGUEL AÑÓN

El dramaturgo y director de escena Albert Boadella / LUIS MIGUEL AÑÓN

Política

Albert Boadella: “Cataluña es un lugar donde la democracia casi no existe”

El director teatral cumple 60 años en los escenarios con el estreno de un nuevo espectáculo 'Malos tiempos para la lírica'

19 febrero, 2023 00:00

Albert Boadella (Barcelona, 1943) sigue imparable. 60 años de trayectoria profesional. Empezó durante la dictadura esquivando la censura, disfrutó de “la época de mayor libertad en España”, como dice él, y ahora surfea una etapa de autocensura y de escasa calidad en el arte. “La gente ya ensalza una boñiga”, apunta.

Lo hace como experto de la hipérbole. Desde su etapa en Els Joglars, la bufonería ha sido su campo de trabajo. La sátira política ha sido su sello personal y también el motivo por el que prácticamente apenas ha sido representado en Cataluña durante los últimos años. Su golpe a Jordi Pujol con Ubú presidente supuso un antes y un después en su carrera.

El dramaturgo Albert Boadella / LUIS MIGUEL AÑON

El dramaturgo Albert Boadella / LUIS MIGUEL AÑON

Desde entonces no sólo ha tenido que estrenar casi todo en Madrid, sino que apenas pueden verse sus obras en territorio catalán más allá de algunos bolos contados. Aun así, se muestra optimista. Confía en que la calidad y la sensatez van a regresar algún día.

Apartado ya de Els Joglars, donde pasó medio siglo, ahora se centra en reflexionar sobre el arte. Lo hizo con Diva, que se va a reponer en Los Teatros del Canal, el mismo lugar que acoge el estreno de su último espectáculo, Malos tiempos para la lírica, un nuevo azote que propina al mundo de la música en el que una cantante pop se aprovecha de los clásicos de la zarzuela para su éxito internacional y en detrimento de la calidad musical. ¿Les suena?                       

--Pregunta: 60 años y sigue creando. ¿Qué es lo que le hace seguir con esta capacidad?

--Respuesta: Bueno, no sé hacer otra cosa. En fin, la vida de un artista no tiene nada que ver con la jubilación. O no tendría nada que ver con la jubilación. Por lo tanto, mientras aguante el cuerpo, yo seguiré haciendo lo que me gusta, lo único que sé hacer. No quiero tampoco darle más mística que esta. Hago lo que me gusta, lo que disfruto, y lo que hago hace disfrutar a mucha gente también. ¿Qué más se puede pedir?

--La prueba son esos 60 años en activo, en que ha visto y hecho teatro de todo tipo. ¿Cómo ve la etapa actual?

--Bueno... Primero pasé por un tiempo trabajando durante la dictadura, fueron unos cuantos años con la censura detrás. Esto es una experiencia interesante, con un público, en aquel momento, más vivo y más interesado que el de ahora. Ahora es un público que, seguramente, tiene muchísimas ofertas y la piel gruesa. Entonces el público tenía un punto de inocencia que era bastante más apasionante para la gente que estábamos en el escenario, a pesar, de vivir bajo un régimen tan poco agradable. Después en mi vida hay tres etapas muy concretas. Una etapa inicial con trabajos muy visuales, de expresión corporal. Después, los 50 años que he pasado con Els Joglars, donde el trabajo ha tenido unas implicaciones políticas, a veces muy relevantes, a veces incluso de cierto riesgo. Y después, está esta última etapa en la que me ha interesado más el teatro como arte. No digo que el otro no tuviera aspectos artísticos, pero ahora me interesa el teatro donde interviene la música, es decir, la palabra hablada y cantada. Es algo que yo siempre tuve en mente y he podido hacerlo durante estos últimos 12-13 años. Esas son las tres etapas, digamos, de mi vida. Sin duda alguna, la que me ha dejado una huella muy profunda han sido los años de Els Joglars, con ellos hay momentos de auténtica utopía: cómo trabajábamos, cómo llegábamos a todas partes con unas audiencias impresionantes, cómo viajábamos por España, por Europa, por América, y sobre todo cómo disfrutábamos trabajando y cómo nos divertíamos. Hay unos años extraordinarios que corresponden también, curiosamente, a los mejores años de libertad que ha tenido España, de los años 80 y pico hasta llegar al 2000. Yo creo que esta es la etapa seguramente mejor de la España moderna. Y también coincide en estos momentos tan buenos.

--¿Qué ha pasado en los 2000 que hizo que nos apagáramos tanto? Diríamos que hay más libertades, ¿no?

--Sobre el papel hay más libertad. Se puede hacer casi de todo. La teoría, ¿no? Si te equivocas y te vas al baño de señoras, y dices que ahora te sientes mujer, lo tienes fantástico. Curiosamente, la paradoja es que desde el punto de vista de la libertad auténtica, que es aquella que hace que nos atrevamos a decir las cosas con claridad, yo creo que hay situaciones que han provocado mucha autocensura. Nos encontramos con que la propia sociedad ha ido montando un sinfín de tabús: hoy es el cambio climático, mañana son los animales, después son las mujeres y los problemas del sexo, etcétera. Y, si uno ironiza sobre ellos o hace una crítica, se puede ver masacrado en las redes. Por lo tanto, he visto que en el conjunto de los artistas les produce un impulso de autocensura muy importante. Casi diría que prefería la censura directa, porque todos los espectadores sabían que yo actuaba censurado. Ahora, veo un teatro muy domesticado, que marea la perdiz. Vemos en las carteleras temas sociales, parejas, tríos, madres con hijos... pero muy poco teatro con un ámbito épico, incluso político, importante. Y cuando me refiero a eso, me refiero a un teatro que sea capaz de decir las cosas por su nombre.

El director de escena Albert Boadella / TEATROS DEL CANAL

El director de escena Albert Boadella / TEATROS DEL CANAL

--Usted siempre hizo un teatro político atravesado por el humor, la ironía, el sarcasmo. ¿Ahora el teatro político se ha vuelto más adoctrinante y menos mordaz?

--Sí, está muy taimado, por una cosa muy clara, el 90% de mi gremio pertenece a un sector de la sociedad, un sector político. Casi diría que se mueve en unos ámbitos del mismo partido. Es decir, en mi gremio no hay gente que se declare conservadora, por ejemplo, o que se declare directamente de derechas. Todos están del otro lado. Eso ya muestra, a mi entender, una falta de pluralidad bastante relevante. Algo sucede. Yo no digo que todo el mundo tenga que ser del centro, pero sí que haya un poco más de pluralidad. Entonces, nos encontramos con un gremio en el fondo que casi diría que está con el poder, cuando antes, mayoritariamente, no había estado nunca con el poder. 

--Eso juega en contra del teatro, imagino. ¿El teatro no debería mostrar las vergüenzas también del poder?

--Lo vemos hasta en los premios Goya. Tienen al presidente allí delante y nadie le dice, “oiga, ¿qué pasa que hay violadores que han salido de la cárcel?”. Tienen toda la libertad de estar al lado de quien quieran, pero eso marca una pauta de falta de pluralidad y de libertad en mi gremio, sin duda alguna. Porque cuando piensas distinto a ellos, automáticamente, ya te llaman facha.

--Pero comentaba también que antes el público también estaba más ávido de teatro y comenta que ahora está más crítico. ¿Qué papel tiene el público en esta situación? 

--El público ahora es un público consumista. Imaginemos simplemente lo que llegamos a consumir, y me incluyo, en series de televisión, de películas. Era una cosa inimaginable hace 50 años. Con el teatro sucede lo mismo. El público ha visto de todo. Yo creo que en el fondo, me atrevería a decir, es un público un poco resabiado. Cierto que cuando ve cosas que no entran dentro de este consumo, de este teatro un poco consumista, reacciona bien. Hay cosas que todavía le hacen vibrar, pero no es la actitud normal. Es un público complicado

El dramaturgo y director de escena Albert Boadella /  LUIS MIGUEL AÑÓN

El dramaturgo y director de escena Albert Boadella / LUIS MIGUEL AÑÓN

--¿Y pese a tener la piel gruesa, a la vez la tiene fina para ofenderse?

--Sí, claro. En este momento, todo el mundo tiene ya una especie de predisposición a sentirse ofendido. Por tanto, en el fondo, hay una falta de sentido democrático, de libertad, de respetar que los otros puedan pensar cosas distintas a la tuya. Cuando pasa, no digo que tengas que creerlas, pero sí aceptarlas. El espíritu, conquistador, censor, es algo que llevamos todos dentro desde niños. Desde niños, cuando nos hacen algo que no nos gusta, nos ponemos furiosos, ¡y con qué facilidad mataríamos a medio mundo! Es algo que forma parte del ser humano. Lo que sucede es que cuando uno crece, se convierte en adulto, la razón y el pensamiento se tamiza. Ahora hay, diríamos, una especie de facilidad en que a esos bajos instintos, a esa primacía de mis sentimientos por encima del otro, se les vea como algo propio y suficiente para ofenderse cuando el otro no está en los mismos sentimientos. Y esto lo vemos en la propia Cataluña, donde lo más importante no son las cosas, sino el sentimiento. Si uno se siente catalán, español, es lo que cuenta. Si uno dice que su sentimiento es español en Cataluña, es que es un facha. O sea, mis sentimientos están por encima de todo. La razón pasa a segundo término. 

--Precisamente, usted empezó su carrera Cataluña, donde fue aplaudidísimo y sus espectáculos luego molestaron tanto que se fue. Ahora, el homenaje de su 60 aniversario se hace en los Teatros del Canal de Madrid. ¿Duele que no se lo hagan en Cataluña, donde debería ser y donde empezó? ¿O ya no?

--Bueno, en Cataluña, por lo menos en cuanto a todo lo que es la Administración pública, no me quieren ver el pelo. Están contentísimos que esté fuera. El hecho de que viva allí les molesta, lo han demostrado muchas veces. No quieren la oposición. Cataluña es un lugar donde la democracia casi no existe. Por lo tanto, es lógico que consideren que quien piensa distinto sea el enemigo a batir. Imaginar que me hagan un homenaje en Cataluña sería ya pura ciencia ficción. Bueno, a lo mejor cuando esté en la uci a punto de palmarla, entonces hacen algún gesto (bromea).

--Claro, pero a usted se le aplaudió durante el franquismo y cuando se empezó a meter con los nacionalistas, ya no.

--El momento en que atacas al propio público… Pero es una función esencial del teatro, poner en tela de juicio incluso las cosas que está pensando aquel público que te está viendo. Evidentemente, en Cataluña eso se acabó muy rápido en el momento en que empecé a decir las cosas con mucha claridad. Ataqué el intento de pensamiento único que había en aquel momento y que acabó dominándolo todo. Y, obviamente, ese público fue desapareciendo. También cuando empecé a ironizar sobre el mundo progre sucedió lo mismo. De golpe, el teatro se quedó vacío y se sustituyó por otro público. O sea, el mundo progre tampoco es que sea un mundo con un sentido del humor o de la sátira muy elevado.

Albert Boadella / TEATROS DEL CANAL

Albert Boadella / TEATROS DEL CANAL

--De ahí que este título de su nueva obra, ‘Malos tiempos para la lírica’, suene más que apropiado. ¿Es una afirmación de lo que ve?

--Lo que veo, en el fondo, y de eso va la obra, es un mal tiempo para las artes en general. Yo siempre pongo la excepción de la danza, que ha sido, y seguramente es, donde se está haciendo lo mejor. La mejor danza que se ha hecho en la historia es ahora. Pero salvo este arte, que ha tenido una subida extraordinaria en los últimos 40 o 50 años, el resto de las artes están en caída libre. En el teatro hoy no se hacen piezas de la importancia de Shakespeare, de Molière, de Lope de Vega o Calderón. Ni tan solo de Esquilo o de Sófocles. Tenemos que ser realistas. Hoy en pintura no se hace nada, ocurrencias sólo. No hay nada que se parezca al cuadro más sencillo del Museo del Prado. En música, vamos, ya no pongo Juan Sebastián Bach, sino una música de consumo como fue la de Strauss. Comparemos la música de consumo actual con la de Strauss, en cuanto a calidad. O sea, estamos muy por debajo. Así que Malos tiempos para la lírica es un juego, es una zarzuela, es un mundo que se acaba, un mundo sentimental, un mundo de una música bien hecha, muy bella, de una música inteligente, que fue muy popular y que ha sido sustituida por una música de calidad mucho más ínfima, como podríamos entender como música popular. Es un enfrentamiento entre las dos cosas, bajo el argumento de una cantante española que ha tenido un éxito impresionante en Estados Unidos y ha ganado Grammys con adaptaciones de zarzuela al rock, pop, reggaeton y a todos los estilos actuales. Se queda sin voz y tiene que hacer un reset en su vida, como le aconsejan sus psicólogos, y se va a ver a su viejo maestro, que está en la residencia en España. Él la detesta porque ha sustituido el arte que ella hizo tan bien en su día. Es esa batalla campal entre las dos músicas. También entre dos conceptos de vida: la vida moderna de ella en que esnifa cada día, y el viejo cabreado con este mundo que se le acaba.

--¿Todavía no hay manera de encontrar un equilibrio entre lo erudito y lo popular? ¿Todavía rivalizan al respecto?

--Hemos pasado épocas en las que lo popular tenía una mayor calidad que ahora. Ahora cuando hablas de lo popular, significa que realmente hay algo de frivolidad. Una cosa muy popular son los musicales, algunos están bien hechos, pero en general, desde el punto de vista musical, no tienen para nada la calidad de una buena zarzuela. Los musicales ya parten de un concepto frívolo de la música: vas, pasas un rato, pero no tiene el oficio suficiente para que te llegue a penetrar, te lo lleves a casa, y te deje impresionado durante horas y horas.

Albert Boadella, durante la entrevista con Letra Global / LUIS MIGUEL AÑÓN

Albert Boadella, durante la entrevista con Letra Global / LUIS MIGUEL AÑÓN

--Pero allí entra el dilema sobre si tiene que elevar el tono y dejar que se pierda un público.

--Sí, sin duda. Es evidente que cuando uno hace ciertas cosas depende de la vocación que tenga. Si a mí realmente me interesara estrictamente ganar dinero con mi oficio, seguramente hubiera hecho una carrera distinta. Desde el punto de vista de calidad, ya no digo de compensaciones personales, hubiera sufrido mucho, habría un declive muy importante en la calidad de las cosas. Porque tendría que buscar los temas trillados, la risa muy fácil, lo más sencillo… Ahora, también pienso que cuando una cosa está muy bien hecha, si la gente pudiera verla, habría mucha más audiencia. Estoy seguro de que un día lo comprobaremos en las propias televisiones. Si las televisiones, que ahora son auténtica bazofia, fueran libres e hicieran cosas bien hechas, posiblemente tendría más éxito de lo que nos imaginamos. Porque la gente se sentiría tratada como personas inteligentes y pensantes, no como rebaño. Yo creo que todo el mundo aspira a ser tratado como alguien que entiende las cosas, como alguien que tiene una inteligencia suficiente para entender aquí. Todo el mundo. Hay una tendencia a ir por lo más bajo, porque es lo más fácil. Es muy difícil hacer una cosa de calidad y popular, porque es mucho más complicado. Es evidente. Lo que he hecho en mi vida es un teatro que ha tenido una cierta popularidad, pero me ha costado mucho. 

--¿Qué precio se paga por ello?

--Es un trabajo mucho más intenso. Yo hacía obras que tenían una cierta popularidad con Els Joglars, pero significaba cinco meses de ensayo. Estábamos concentrados en un lugar, en el monte. Durante cinco meses trabajábamos y era un pastón de inversión que si nos iba mal la obra, acabábamos en la ruina. Esto es la realidad. Y sí, evidentemente, se conseguía una popularidad de calidad. Por eso yo antes decía la comparación con Strauss. Los valses de Strauss eran enormemente populares, pero Strauss era un músico excelente. Para hacer el Danubio Azul, debió pasar seguramente un mes o dos meses corrigiéndolos todos.

El dramaturgo Albert Boadella / TEATROS DEL CANAL

El dramaturgo Albert Boadella / TEATROS DEL CANAL

--¿Falta tiempo de pensar, de madurar los trabajos?

--A partir del día en que Picasso hizo pinturas en diez minutos o en una hora, se jodió el invento de todo el arte internacional. En pintura, en escultura, en música y en todo. Era un buen pintor y podía pasar el tiempo haciendo ocurrencias, su gesto tiene una repercusión. Todo el mundo quiere ser genio haciendo obras de 20 minutos.

--¿Pasarán estos malos tiempos para la lírica?

--Pasarán. Yo creo que volverá un renacimiento. Cuando la gente mire al pasado y se instruya realmente de él, sin pensar que el pasado es lo facha y lo conservador, volverán cosas extraordinarias.

--¿Lo ve posiblemente cercano?

--Es posible. Hay caminos que han quedado deshechos. El camino del mundo de la pintura actual o de la música clásica actual, la música contemporánea, es un camino que no da más de sí. La gente ya ensalza una boñiga sobre un pedestal. Ya han llegado a estos límites. Por lo tanto, después de esto, volverá a aparecer el gusto por pintar, por dar profundidad en todo. El gusto por otra vez hacer una música que cause en el sentimiento humano una mayor emoción, una mayor impresión. No sé si lo veré, pero usted, que seguro que es mucho más joven que yo, lo verá.