Algo bueno tiene que haber hecho ERC para que dos representantes del más bizarro independentismo catalán, Quim Torra y Joan Canadell, hayan montado en cólera tras el pacto presupuestario de republicanos y socialistas. Otra cosa es que el partido de Pere Aragonès pueda rentabilizar ese acuerdo en las urnas, esto es, que los catalanes aprecien el pragmatismo de un partido que, a pesar de ser tachado de traidor por Junts per Catalunya, ha arrancado al PSOE el compromiso de invertir más de 2.300 millones de euros en Cataluña, gestionar el Ingreso Mínimo Vital y los fondos europeos antiCovid, el fin de la fiscalización de las cuentas –adiós a los hombres de negro de Cristóbal Montoro— o importantes reformas fiscales que han puesto en pie de guerra a la Comunidad de Madrid. ¿Una doble jugada de los socialistas?

Tras años de sequía financiera, de irrelevancia en la gestión de unas cuentas españolas a las que, efectivamente señor Torra, también contribuyen los catalanes con sus impuestos y, en definitiva, de un período procesista que solo ha aportado a Cataluña crisis económica y de convivencia, parece que algo se mueve. Por fin, no solo los vascos hacen cosas. También ERC.

Los más agoreros, que los hay y es lógico porque cualquier novedad post conflicto independentista nos pilla a la mayoría con la moral baja, tal es el desencanto que tiene el ciudadano hacia sus políticos, dudan de que las medidas negociadas se lleguen a implementar o que los republicanos sepan administrarlas.

Es necesario darle un margen de confianza a ERC, respecto a su capacidad de gestionar --si gana las elecciones catalanas del 14F-- el dinero transferido y las nuevas competencias contempladas en el acuerdo. También al PSOE, por sus posibles incumplimientos, pues el Estatut de 2006 incluía una disposición adicional tercera relativa a inversiones que no se cumplieron, lo que dio munición durante muchos años al gobierno soberanista de Artur Mas. PP, Ciudadanos y Vox ya han comenzado a rasgarse las vestiduras ante una pretendida relación "bilateral" entre Gobierno y ERC. Los barones socialistas están inquietos. Pero si la estrategia de Pedro Sánchez es apagar fuegos territoriales en diferido --empujón electoral a ERC para reanudar la mesa de diálogo sin las astracanadas de Puigdemont--, parece inteligente.

Lo de “los vascos hacen cosas” va por la envidia que siempre ha suscitado el PNV entre los catalanes, pues sin comprometer su pátina nacionalista, han sabido sacar rendimiento a sus apoyos de investidura y presupuestarios. Envidia inconfesable, por parte de Torra o Carles Puigdemont, enrocados en su insignificancia y su “confrontación inteligente”, a pesar de que proceden de un partido, CDC, que tuvo por aliados a los nacionalistas vascos. ¡Qué lejos queda aquella Galeusca que hermanó a BNG, CiU y PNV, incluso como coalición electoral en las elecciones europeas!

Hoy, el PNV tiene el corazón partío entre PDECat, que ha soltado lastre de Junts, y el nuevo PNC, el partido liderado por Marta Pascal que no esconde que sus referentes son los nacionalistas vascos. Más ostracismo para Puigdemont. Ni PDECat ni Junts son influyentes en el Congreso, pero los primeros ya han advertido de la irresponsabilidad que supone no apoyar las cuentas del Estado. La pandemia impone ese tono conciliador. ERC, que de vez en cuando regala arengas secesionistas --la de Aragonès ante la comisaria europea Ursula von der Leyen fue tan postiza como temeraria--, parece que ha abrazado definitivamente la opción del diálogo y la lealtad institucional. Ahora falta que los catalanes se lo reconozcan el 14F.