El PSC se cuestiona la aplicación de la inmersión lingüística un poco tarde, con un retraso de algo más de 20 años. Y no es un plazo de tiempo elegido al azar, sino un cálculo frío sobre los resultados de la política educativa que nacionalistas, socialistas y otras fuerzas de la izquierda --como mucha gente confiada de a pie-- aplaudieron en los 80. Unos resultados que fueron visibles hace un par de décadas, cuando además quedó en evidencia que el sistema de aprendizaje de los idiomas en Cataluña era un trágala.

La inmersión no consiste solo en proteger el catalán, sino en imponerlo. Y, lo que es peor, convertirlo en la columna vertebral de un mundo imaginario en el que deben vivir los habitantes de Cataluña si quieren ser considerados buenos catalanes. Pero conocer un idioma no incluye un pasaporte al cielo, por más que se sacralice. Hay que repetirlo aunque moleste: los muchachos de Ripoll tenían un catalán nativo y, sin embargo, querían llevarse por delante a la sociedad catalana entera.

Hace muchos años, más de 20, que sabemos que la inmersión lingüística de los no catalanes persigue algo más profundo que la lengua. El fracaso de ese proyecto explica que el adoctrinamiento de los niños y las investigaciones idiomáticas de su entorno no vayan a menos, sino a más.

Es un objetivo imposible en una sociedad abierta que recibe cada año a miles y miles de extranjeros de distintas procedencias que ven en el castellano la lengua franca para relacionarse con 500 millones de personas. Mientras la Generalitat sea administrada por nacionalistas porfiará en el empeño de chocar contra el muro de la realidad y generar tensión social.

Entonces, si este es el panorama de tantos años, ¿qué ha ocurrido para que el PSC cambie de actitud? La respuesta es muy sencilla: una buena parte de su electorado natural es contrario a la política educativa catalana y hasta ahora solo había podido confiar en Ciudadanos y en el PP. El progresivo retroceso del PP y la caída en barrena de Cs brinda una oportunidad para que los socialistas catalanes rectifiquen y se reconcilien con los votantes que desertaron por esta causa.

Desde ese punto de vista, la jugada de Miquel Iceta, que nunca ha sido un hooligan de esta causa como lo fue su excorreligionario Ernest Maragall, es tan oportunista como realista. Bienvenida sea. Sería una lástima que ahora prestara atención a esos que quieren confundir la voluntad de los inmigrantes de aprender el idioma de la tierra de adopción con la condena a olvidar sus raíces y perder su identidad (que también la tienen).

Es posible que quienes han leído la ponencia del congreso del PSC tengan dificultad lectora, como sostiene irónicamente el primer secretario del partido, pero en cualquier caso más vale tarde que nunca.

La política educativa de Cataluña se ha ejecutado en base al arrinconamiento del castellano incumpliendo la ley y las reiteradas sentencias de los tribunales. Los socialistas han permanecido mudos mientras el nacionalismo se empeñaba en construir un país monolingüe. En definitiva, y como ha recordado Joaquim Coll, el PSC nunca podrá ser coherente con su proyecto de una España federal si no reconoce la diversidad catalana que refleja su bilingüismo.