Felipe González fue un político de nivel: seductor, resolutivo, transformador, polémico, que igual actuaba sobre la mesa como por debajo. Fue un líder con todas las palabras, guste más o menos su actual fase de político retirado.

Ninguna jubilación política ha sido del todo digna. Con los años, en la mayoría de grandes líderes acaba acentuándose un rasgo de indignidad intelectual. Parece un mal de muchos, tanto da que se llamen González, Pujol, Maragall o, incluso, Tarradellas.

Los años de dictadura son los causantes de que una generación de líderes políticos españoles no sepan jubilarse con corrección. Falta expertís, capacidad de adecuación y costumbre de silencio. La pérdida del poder parece llevar a quienes lo han ejercido durante tiempo a creer que sin ellos el mundo se aboca a la perdición. Y tanto da que sean de izquierdas o de derechas, incurren casi siempre en idéntica chochez. 

Felipe publicó hace poco una carta a los catalanes con la que muchos nos sentimos parcialmente reflejados. Aportaba la visión de un político a la usanza de los antiguos senadores griegos, cuando la edad y la experiencia acumulada eran un activo respetado y escuchado.

Aquel texto generó sarpullido en Cataluña. Era certero en la mayor parte de su análisis, pero osó realizar controvertidas comparaciones sobre la situación catalana actual y los movimientos fascistas de la primera mitad del siglo XX que supieron a cuerno quemado en esta tierra. El indudable sentido de la oportunidad temporal, sin embargo, se diluyó por quién era hoy el firmante del texto y por su desafortunada asimilación.

La marcha adelante y la marcha atrás posterior de Felipe acaba de quebrarle el escaso argumentario electoral a Iceta

Pocos días después, Felipe matizó su artículo (no hay nada peor que una marcha atrás en algo que ha sido escrito) en una entrevista en La Vanguardia y ayer mismo rectificó sus afirmaciones en esa conversación con Enric Juliana. González se ha equivocado y ha errado en su equívoco mensaje a los catalanes y su posterior enmienda a los españoles. Ha mentido un poco y ha acabado de fastidiarle el argumentario electoral a Miquel Iceta y a los socialistas catalanes, a partir de ahora más preocupados de defenderse de este incidente que de construir un discurso alternativo a la lista independentista de Mas y Junqueras. Flaco favor, por tanto, el realizado a la causa que quería defender de forma legítima como jubilado de oro de la política española.

González, no obstante, no es más que un reflejo de la ausencia de un discurso claro del socialismo en España sobre las cuestiones territoriales. Más allá de movimientos electorales de corto plazo, al PSOE y al PSC les ha faltado en los últimos tiempos claridad expositiva y limpieza argumental. No es de extrañar, en consecuencia (que diría Felipe), que las encuestas los sitúen en un lugar casi testimonial en los próximos comicios catalanes.

Nadie acaba de saber qué sugieren los socialistas catalanes para afrontar la actual situación de enquistamiento político en Cataluña. A pocos días de las elecciones catalanas, Iceta parece tan confundido como el propio Felipe en su ámbito de liderazgo. La inexistencia de referencias claras apareja como resultado el riesgo de un partido huérfano de electorado en unos momentos en los que la claridad es la principal divisa política.

El tacticismo mal entendido ha mutado en una especie de empanada mental que en su peor escenario de riesgo derivará en una situación de temporal marginalidad política mientras busca una centralidad imposible en el actual debate. Y pese a que se les ha dicho por activa y por pasiva desde diversos foros y medios, el PSC continúa entre resignado y pusilánime. Llamémosle despistado si queremos ser benevolentes. Empanado, si utilizáramos la terminología de un moderno. Al mismo nivel mimético, en cualquier caso, que el propio Felipe González, antaño una referencia de líder indiscutible, aunque hoy no resulte más que un jarrón chino quebrado en mil pedazos.