El Shangri-La catalán
El escándalo con titulares así estaría asegurado de no ser por el latoso discurso imperialista al que nos tienen acostumbrados. La Diada reservará un tramo a los desplazados desde la 'comarca' valenciana.
Cuando creíamos que el catalanismo del Anschluss había dado Valencia por perdida, baste este gesto o declaraciones como las de los consellers Marzá y Gordó para apercibirnos de que entre las Genes se ha tendido una pasarela. La que anuncia a estos pueblos su comunión de raza y destino y la promesa de una tierra, ya soñada por el canónigo Torras i Bages, donde la fuerza del espíritu nacional desterraría la discordia en el pensar y traería cohesión, fuerza y larga vida a los catalanes.
Els Països Catalans es como Shangri-La, aquel valle imaginado donde la gente no envejecía y vivía de espaldas a la violencia del mundo de entreguerras, unidos en su misión como depositarios de la sabiduría universal
Con Els Països Catalans ocurre que me recuerdan mucho al Shangri-La de la novela de James Hilton 'Horizontes perdidos' (1933), aquel valle imaginado en la falda de los Himalayas donde la gente no envejecía y vivía de espaldas a la violencia del mundo de entreguerras, unidos en su misión como depositarios de la sabiduría universal.
Como los tibetanos de Shangri-La, la respuesta del catalanismo en aquellos momentos en que su identidad propia se creía amenazada ha consistido siempre en un repliegue a las esencias y una estrategia de concentración en la cual el poder político se proclamaba custodio de una historia y una lengua milenarias.
Así, la supuesta debilidad crónica de lo catalán ha servido de coartada para hacer de Cataluña un sujeto, una cultura o una lista electoral que serían únicos o no serían. Si Cataluña quería fer país y liberarse del Estado español, la emancipación tendría que ser antes colectiva que individual. Uno sería antes nación que ciudadano.
La sombra de la nacionalización en Cataluña es alargada y asfixiante. Pero quizá su mayor conquista sea el catalán que llora en su persona las lágrimas del caído en 1714 y a la vez las del represaliado por el franquismo. Cataluña es una sociedad de difuntos que, al igual que Shangri-La, ha vencido al tiempo porque en ella se dan reunión todos los tiempos. Cuando el catalán vota en un plebiscito, no es él sino su antepasado austracista el que introduce el sobre en la urna.
El espacio es otra de las conquistas del catalanismo. Cataluña será lo que se quiera que sea, acaso un punto en el mapa, acaso un lugar mental. Podría decirse que la geografía es la única ciencia en la que los nacionalismos románticos se han sentido cómodos, y por ello un pilar clave en la construcción de la autoestima nacional catalana.
Si TV3 anuncia el Temps en Els Països Catalans, es porque cien años antes el geógrafo patrio Flos i Calcat trazó las fronteras de esa "Cataluña lingüística" que siendo "obra de la naturaleza, sólo Dios puede borrarla", en un libro en que el el Ebro es un río corto (catalán) y el meridiano no es de Greenwich sino de Montserrat.
Pero para frustración de los predicadores del Òmnium y sus subvencionados en la izquierda y la educación pública valencianas, Valencia ni quiere vivir atrapada en un eterno pasado foral ni va a formar parte de unos Països Catalans que sólo la buscan para tragársela.
Si la nación es un alma, el Shangri-La de Mas ha topado con los muros infranqueables de un alma que vive partida entre las fallas y la Virgen del Pilar. Valencia que es blavera y rojigualda, senyera y madre Patria.