Se aproximan las elecciones autonómicas catalanas. Apenas resta mes y medio para la cita con las urnas. Votación se producirá en un marco de inestabilidad política que quizá tampoco la convocatoria electoral pueda resolver de manera definitiva, a pesar del hartazgo y el cansancio de una importante porción de la ciudadanía.
Las últimas encuestas y sondeos electorales son coincidentes: Salvador Illa ganaría como líder del partido más votado; Junts per Catalunya se convertiría en la fuerza preferida de los nacionalistas con Carles Puigdemont al frente; el independentismo pierde la suma de diputados que le han permitido aferrarse al poder en la última década; la derecha se recompone y al fallecimiento definitivo de Ciudadanos se une la recuperación del PP que bebe de su desaparición y de robar algo del voto sensato de Vox.
Puigdemont es, según la encuesta publicada ayer por La Vanguardia, el presidenciable que mayor rechazo concita entre la mayoría de los votantes. Le apoyan los fieles de Junts per Catalunya y los de la CUP, que no dejan de actuar como las juventudes idealistas y radicales de los exconvergentes. Illa es el preferido a día de hoy, pero le falta el voto útil del constitucionalismo y de una parte del nacionalismo agotado o frustrado. Y Pere Aragonés se sitúa en tercera posición de las preferencias a pesar de que ERC haya gobernado la institución en esta última etapa sin pena, pero aún con menos gloria.
Con esas preferencias y las intenciones de voto declaradas es probable que el 13 de mayo próximo Cataluña tenga una gobernación igual de complicada que la actual. El PSC, pese a ganar, puede quedarse fuera de la gobernación como le sucedió primero a Ciudadanos y después a los propios socialistas. Solo un pacto con una de las dos fuerzas independentistas le daría la mayoría necesaria para investir a su candidato y arrancar una legislatura. ¿Es eso posible en estos momentos? La foto fija de hoy lleva a decir que no, pero en tiempos de política tan líquida y cambiante los flujos de opinión pueden mutar en tiempo récord.
En ese marco no es descartable que estas autonómicas del 12 de mayo sean un ensayo de una segunda vuelta electoral si ninguna formación consigue investir a un presidente con los resultados obtenidos. Con la que está cayendo, parece una irresponsabilidad más del sistema una nueva convocatoria, pero habida cuenta de la irracionalidad catalana de los últimos tiempos tampoco es descartable que a la vuelta del verano tengamos más de lo mismo.
El fenómeno de arrastre de Puigdemont como cabeza de cartel de su formación por el que muchos se interrogan, sobre todo fuera de la comunidad, no parece capaz de darle la vuelta a la pésima imagen que le otorgan las encuestas. Incluso si, como se malician muchos, el expresidente huido de la justicia se presentase en la frontera unos días antes de la votación con la expresa intención de resultar detenido urdiendo un show político que ningún mitin puede superar. Esa actuación solo puede provocar trasvase de votantes entre las fuerzas independentistas y, si acaso, un voto concentrado que perjudicaría a la CUP y a ERC. Es cierto que ante la ausencia de argumentos políticos o de gestión consistentes para su programa electoral, la victimización del dirigente apresado sería la mejor campaña de marketing para Junts per Catalunya, una formación que ha malgastado la herencia convergente y cuya cohesión interna ha saltado por los aires.
La campaña se hará larga en Cataluña, pero también en Madrid. Es inopinable que la continuidad del gobierno de Pedro Sánchez dependerá en gran medida de los resultados del 12 de mayo y de las siguientes elecciones europeas de junio. Si Cataluña entra en bucle, no puede acordar, designar y nombrar presidente y se hace necesario acudir de nuevo a las urnas a la búsqueda del desempate, el jefe del Gobierno español gana tiempo antes de resolver las contradicciones relativas a sus frágiles alianzas con las fuerzas independentistas. Desde que Iván Redondo le enseñó las jugadas de ajedrez, Sánchez examina todas las fichas y sus posibles movimientos.
La totalidad de elementos que atañen al futuro político catalán y a la gobernabilidad española están sobre la mesa. Pero, como si de un puzzle se tratara, las piezas no se colocarán con facilidad en los espacios naturales que conocíamos. Que nadie anote en su calendario el 12 de mayo como la fecha en la que los problemas quedarán resueltos. Si me admiten el símil, el escenario más parece una loca carrera de automóviles de esas en las que van reventando los vehículos de los competidores o que chocan entre sí para ganar espacio y posibilidades de victoria. Y, como sucede ahora en la F1 y el motociclismo, diríase que todavía estamos en las fases clasificatorias y que el 12M lo que se acabará decidiendo son las posiciones de cada quien en la parrilla de salida de la carrera final.
Aprovechen, si pueden, para reflexionar sobre ello esta Semana Santa, quizá lo más positivo para el conjunto de los ciudadanos de cuanto nos aguarda. Descansen.