- Salvador coge los bártulos y regresa a Barcelona, que encabezarás nuestra lista a las elecciones.
- Presidente, gracias, es un honor, pero tendremos que convencer a Miquel Iceta y vamos a ir muy justos para hacer campaña…
- No te preocupes. De Miquel me encargo yo. Ya le buscaré acomodo. Iván [Redondo] dice que es el momento y debemos aprovechar tu imagen pública razonable como ministro de Sanidad.
- Bien, bien, de acuerdo; sabes, presidente, que me tienes a disposición.
- Gracias, Salvador, te ayudaremos, cuenta con todo el partido.
A grandes e hipotéticos rasgos, este podría ser un fragmento de la conversación mantenida en diciembre de 2020 entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y Salvador Illa, hoy candidato por segunda vez a presidir el gobierno autonómico catalán y ya primer secretario de los socialistas catalanes. El experimento, aunque cogió por sorpresa a muchos catalanes, salió bien. Solo razonablemente bien.
Illa ganó las elecciones de 2021, pero no obtuvo el resultado suficiente para desalojar del poder regional al independentismo. ERC y Junts pactaron un ejecutivo de coalición que duró poco, pero que consiguió los votos de investidura de la CUP y facilitó que el nacionalismo se perpetuara al frente de la Generalitat hasta la fecha. Le había ocurrido en 2017 a Inés Arrimadas con Ciudadanos, la historia se repetía.
Tres años después, el escenario es bien distinto. Illa ha dedicado su cargo de jefe de la oposición a recorrer el territorio, reunirse con miles de catalanes y proyectar su candidatura en un celofán de moderación y razonabilidad. ERC y Junts, enfrentados hasta lo cómico, han retrocedido en preferencias electorales desde los momentos más extraordinarios del proceso independentista. Mientras, el PSC fue claro vencedor en 2023 de las elecciones municipales y de las elecciones al Congreso en territorio catalán. Ciudadanos ha desaparecido y el PP recupera una parte del espacio hurtado por esa formación y por Vox.
Esta semana última Illa ha iniciado su puesta de largo. Unas 1.500 personas le arroparon en su presentación del pasado jueves. Tuvo lugar en el Museo Marítimo de Barcelona. El sonido fue horrible, era imposible apreciar los matices del discurso, pero todos los asistentes coincidieron en que debían estar allí, arropando. En la primera fila, la flor y nata del empresariado barcelonés. Antes fue Jordi Pujol y, después, durante un periodo más corto, Artur Mas, los preferidos del mundo catalán de los negocios para gobernar Cataluña por su condición business friendly. Hoy, sin duda, el preferido es Illa a pesar incluso de los riesgos de que para gobernar deba pactar con formaciones de izquierda que nunca son de la preferencia del mundo patronal. Mejor una Cataluña roja que rota, parecen asumir incluso los representantes de Foment que hoy se reunirán en Perpiñán con el candidato de Junts + Puigdemont.
En el escenario escogido no existió una sola referencia al PSC. Las siglas, el puño y la rosa se habían evanescido como por arte de magia. La única referencia del candidato a los partidos fue para avanzar que si gobierna hará un ejecutivo que esté por encima de ellos. Que son necesarios, sí; que tienen utilidad, también; pero que si en su mano está la conformación de un Consell Executiu de la Generalitat será con integrantes que vayan más allá de su afiliación y sensibilidad partidaria. Era un mensaje para los propios, pero también para los ajenos de ERC y Comunes que, llegado el caso, podrían ser indigestos compañeros de viaje del dirigente socialista. Si un extraterrestre hubiera caído en los antiguos astilleros barceloneses y alguien le explicaba que aquel orador era un nacionalista moderado seguro que no habría expresado dudas.
La encuesta publicada por Crónica Global otorga la victoria de nuevo a Illa. En esta ocasión, a la holgura de su resultado se suma el retroceso que detectan los sondeos de ERC y, en consecuencia, que no suman las formaciones independentistas. Hay una posibilidad cierta de cambiar el signo de la política catalana con lo que eso supondría para el Gobierno de Pedro Sánchez en Madrid. Si Carles Puigdemont no obtiene la presidencia debería cumplir su compromiso de apartarse de la política, pero que consume esa autoprofecía es tan incierto como que no regrese a Cataluña hasta el día del debate de investidura. Si algo ha irrumpido con fuerza en la política española son los célebres cambios de opinión, una forma justificada de mentir. Así que con Puigdemont derrocado resultará interesante ver cómo mantiene Sánchez una legislatura sin los apoyos de JxCat.
Los asistentes del jueves al virginal acto de presentación de Illa eran conscientes de que los socialistas viven un escenario de "ahora o nunca" en Cataluña. Juegan fuerte para lograr el objetivo alcanzado en los municipios y en las elecciones generales, pero temerosos de que el prófugo Puigdemont ingenie una bribonada que arrincone a los republicanos y concentre el voto útil nacionalista. Por ejemplo: hacerse detener en campaña. Conviene observar la segunda parte del sondeo de nuestro medio y comprobar que el líder de Junts es el segundo en las preferencias de los catalanes para presidir la Generalitat, pero que entre quienes así lo consideran están los propios y también votantes de otras formaciones, incluida la mayoría de los que confiesan que votarán al espejo de Vox en Cataluña, que lidera desde Ripoll (Girona) la alcaldesa de ultraderecha Sílvia Orriols.
A menos de un mes para que los catalanes visiten las urnas, la foto fija electoral es aún incierta. Illa y Puigdemont se juegan el ser o no ser. Para darle más dramatismo, todo puede depender de un solo diputado en la circunscripción de Girona. Pere Aragonès solo arriesga obtener la pensión de expresidente con o sin honores. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo también tienen en Cataluña el muelle de la política española de los próximos meses. La suerte está echada. La sanidad, la educación, la seguridad y la fiscalidad de Cataluña andan en juego. No alquilen películas para la noche del 12 de mayo, podrán ver una gratuita y trascendente. Incluso buñuelesca.