JxCat no consiguió superar a ERC en las últimas autonómicas, pero los neoconvergentes han demostrado que aún mantienen el control de la política catalana. Pere Aragonès sufrió una derrota esperada en la primera votación de investidura porque así lo quiso el partido de Carles Puigdemont, que intenta que el republicano renuncie a su mando ejecutivo y se someta al contrapoder del Consell per la República que ha creado a su medida (el mismo en el que intenta meter cucharada la ANC, aunque nadie le haya dado vela en este entierro). El presidenciable era conocedor de ello y que consiga la mayoría necesaria para asumir el cargo el próximo martes es casi imposible.

¿Qué hace mientras tanto ERC? Su líder, Oriol Junqueras, recibió a CCOO, UGT, Foment del Treball y Pimec que están unidos por una petición: que se conforme ya un Gobierno que aporte estabilidad. Y no parece que el pacto entre dos partidos que se odian y que solo tienen en común su defensa del lazo amarillo sea el escenario idóneo para esta petición. En cuanto a su secretaria general, Marta Rovira, azotaba de nuevo desde Suiza el fantasma del Ibex. Así, como un ente con vida propia.

Pero, ¿qué es el Ibex? La persona que me enseñó de bolsa lo primero que dejaba claro era que si los intercambios de títulos se hiciesen con la cara de la persona que ejecuta de verdad la operación nos llevaríamos una sorpresa. No encontraríamos señores con traje y corbata, sino a ancianas (ellas tienen una mayor esperanza de vida) cuya pensión acaba en el mercado para rentabilizarse lo máximo posible a largo plazo.

De aquí vienen el grueso de los fondos que mueven las cotizaciones, gestionados --por suerte-- de forma profesional y que en ciertos países gestionan incluso otro tipo de operaciones. Conviene recordar que uno de los fondos de inversión más activos del mundo es el fondo gubernamental de las pensiones de Noruega o que el de los profesores de Ontario (Ontario Teacher’s Pension Plan) compró Mémora en 2017, por poner otro ejemplo patrio. Esto es, en definitiva, la definición del parqué.

En cuanto a las compañías que operan en el mercado, también ha habido un cambio en su perfil. Pensar que la imagen del ejecutivo del Ibex es la de un Rockefeller fumándose un puro con ansias de poder desmedido que quiere controlarlo todo es incluso naïf. Los grandes grupos del selectivo español, de entrada, no tienen un solo propietario. Están controlados en su gran mayoría por grupos de inversión de fuera de nuestras fronteras. Es verdad que aún existen directivos que confunden la corporación que encabezan con algo de su exclusiva propiedad, pero es una cuestión casi generacional que cada vez se da en menos plazas por un hecho natural.

Proliferan perfiles como los de Amancio Ortega y Pablo Isla de Inditex, la familia Grífols de los laboratorios homónimos o, la incorporación más reciente al selectivo español, la de los Planas, dueños de Fluidra. Empresarios que huyen de los focos, que optan por el perfil bajo y que las manifestaciones públicas políticas más hardcore que van a realizar es la de exigir estabilidad y previsibilidad. Es decir, para aburrir a las moscas.

Rovira y una parte del independentismo cargan las tintas contra el Ibex por el aluvión de cambios de sede social (en algunos casos también fiscal) que se dio en el otoño de 2017. Las que tuvieron lugar ante la amenaza de una declaración unilateral de independencia (DUI) que al final se ejecutó, pero suspendió en el acto, y con el que el Govern catalán se jugaba incluso quedarse fuera de la Unión Europea en pleno chicken game con el entonces Gobierno de Mariano Rajoy. Es decir, un pulso político que está en las antípodas de la estabilidad y previsibilidad que exige el mercado de valores.

Azotar el fantasma del Ibex produce el mismo efecto que alimentar a un pez. Excita a las masas. Incluso es capaz de animar a un trabajador de una de estas empresas a las que se debe “combatir” e “ir en contra” por un objetivo político. Lo del impacto laboral y económico (por el ecosistema de pymes que sostienen) en el territorio es harina de otro costal. No fuese caso que la realidad estropease un buen claim. Y es que en un tiempo de populismo en exceso, la política se ha quedado en eso. En una pugna por quién saca el mejor eslogan.