Cuando Isidro Fainé decidió que iba a presidir Gas Natural Fenosa no disponía de todas las claves sobre esa empresa. Con alguna distancia, por ser uno de los primeros accionistas, conocía someramente los conflictos latentes. Le dio igual, en su interés ponderaba más el empecinamiento por liderar una compañía multinacional con presencia en múltiples países y una capacidad para generar y repartir beneficios imbatible en el mercado de las utilities energéticas.

El presidente de la Fundación Bancaria La Caixa acaba de aterrizar hace pocas semanas en la presidencia de la firma energética y se puso manos a la obra con lo que se suponía la gestión más problemática del arranque de su mandato: resolver las diferencias con las administraciones de la costa atlántica colombiana, un asunto que este medio comenzó a airear el pasado verano cuando pasaba desapercibido para casi todos los medios españoles. Haciendo gala de la tradición de algunos países latinoamericanos hacia el escapismo, esos caribeños que no pagan sus facturas han convencido a sus gobernantes de que una empresa extranjera tiene que invertir en el país y prestar el servicio eléctrico aunque ellos no hagan lo propio con el cumplimiento de sus respectivos compromisos y actúen como unos vulgares morosos de comunidad de vecinos.

¿Gas Natural incumple sus compromisos inversores o, justo por la morosidad del sector público colombiano, ha decidido no dejar ni un euro adicional sobre la mesa hasta que se pongan al día?

En este debate no está claro quién tiene la principal razón. Perdón, lo explico con una metáfora: se desconoce si primero fue el huevo o la gallina. ¿Gas Natural incumple de forma inconsciente sus compromisos inversores con perjuicio para el servicio o, justo por la enorme morosidad que con ella mantiene el sector público de aquel país, ha decidido no dejar ni un euro (o dólar) adicional sobre la mesa hasta que se pongan al día? Esa es la pregunta definitiva y la madre del cordero de este contencioso que ha acabado con una especie de expropiación a la fuerza, a lo Hugo Chávez, a la empresa barcelonesa.

Fainé anduvo por el Caribe el pasado fin de semana haciendo discretas gestiones. No solucionó el caso y la prueba de ello es que, como le adelantó algún consejero cesado en la última remodelación, en Gas Natural Fenosa había asuntos por resolver que un agotado Salvador Gabarró había orillado en los últimos tiempos y que un CEO diligente como Rafael Villaseca no podía abordar en solitario. Era el momento, pues, de la diplomacia. El banquero regresó esta semana sin soluciones y le han intervenido la filial colombiana de la empresa que preside.

El de Manresa deberá emplearse a fondo para sacar más lustre a su currículum con el asunto caribeño. Vienen curvas, a derecha e izquierda, y las más altas representaciones de ambos países deberán intervenir para evitar una escalada de tensión diplomática que no comporta ningún beneficio y sí perjuicio al sentido de la seguridad jurídica en Colombia y las perspectivas de inversiones extranjeras futuras. Aunque pueda tratarse de un caso que se recurra ante tribunales internacionales (e incluso se gane), el enfrentamiento entre Gas Natural y Colombia se solucionará más rápido por otras vías menos explícitas y públicas. Y ahí, Fainé cuenta con sobrada experiencia en su dilatada trayectoria profesional.

Fainé deberá emplearse a fondo para sacar más lustre a su currículum con el asunto caribeño

Por si todo ese Caribegate fuera poca preocupación, el fallecimiento de una anciana en Cataluña en un incendio tras verse obligada a utilizar la luz de las velas por haberse encontrado con el servicio de luz interrumpido ha puesto a Gas Natural a los pies de los caballos. Aunque el asunto de la pobreza energética no sea, ni por asomo, una responsabilidad de la compañía. Ni de esta, ni de ninguna. Al contrario, debiera hacer palidecer a toda una clase política hasta que asumiera que sus políticas sociales son incapaces de hacer frente a realidades dramáticas mientras ellos se llenan la boca de soberanías vacuas, con embajadas y otros fastos en el lado del gasto, o populismo múltiples que criminalizan la actividad económica y sólo generan, al final, más pobreza. En Cataluña, sin ir más lejos, toda la clase política perdió el tiempo aprobando en falso una ley para la que no tenían competencias y que quería limpiar la mala conciencia de los políticos pseudoprogresistas de sus costosos e inútiles entretenimientos soberanistas.

Gas Natural se ha quedado, en apenas 24 horas, en el centro de un apagón empresarial: tanto en el frente externo como en el interno. A dos velas, como la anciana del desgraciado incidente. Los demagogos intentarán llevar la carga de cualquier culpa a la empresa o a sus administradores acusándoles de preocuparse sólo por un balance de situación y una cuenta de resultados. Se acumulan miles de empleos que dependen de la compañía o una enorme riqueza que se genera en todo el mundo y que beneficia a su entorno más próximo, sean clientes, accionistas, proveedores o hasta competidores. Lo único que sacará de provecho Fainé de esta fiebre caribeña es que la rumorología que empezaba a contar cuántos turrones podrá comer Villaseca a su lado cesará por el momento. No son tiempos de mudanzas, of course.

Pasada la tormenta regresará la calma. Incluso volverá a encenderse la luz, hasta puede que regrese la de las buenas ideas. Pondría la mano en el fuego de que mi admirado Fainé hallará una solución satisfactoria al tinglado, como siempre logró en otros ámbitos. Si no fuera porque en los últimos tiempos le disgustan mis ironías, me atrevería a tranquilizarle recordándole que siempre tendrá a su consejero Ramon Adell para que le accione cualquier interruptor necesario. Eso, claro, si no lo coloca antes al frente de la patronal catalana como desearía el susodicho para sentirse verdaderamente útil al jefe. Como no estamos para bromas y algunos consejeros despechados intentan ser más vengativos que críticos, lo cierro con un lacónico pero sincero mensaje: amigo Isidro, mis mejores deseos para resolver este complejo desaguisado. No es fácil, pero tampoco encierra complejidad para alguien habituado a blandir su espada en batallas de categoría, tamaño y altura estratégica superior.