El agua y los muertos: la locura catalana
Que la política y el debate público han entrado en una especie de fase esquizofrénica en Cataluña en los últimos años no es el descubrimiento de América, de acuerdo. Pero que los daños colaterales del esperpento que vivimos pueden notarse de inmediato sí que es algo que conviene recordar a diario.
Jugar con fuego es un riesgo. Los niños se mean, y hasta alguno acaba quemado. Veamos. ¿No les gustaría saber qué piensa de todo esto Carles Vilarrubí, vicepresidente del Barça, presidente de la Academia Catalana de Gastronomía, consejero de Fira de Barcelona y vicepresidente del banco de negocios Rothschild en España? Él, un hombre de negocios que además de amigo personal de Artur Mas, ha defendido en público (en la radio de la que es accionista, RAC1) el movimiento soberanista y apoyó en su medida el voto a Junts pel Sí, debe estar encantado de la Tasa Daurella que se prepara en los próximos Presupuestos de la Generalitat a las bebidas con contenido en azúcares. Que la CUP impulse junto a ERC ese nuevo tributo deja bien a las claras en qué inutilidad se ha convertido la antigua CDC. (Para quien no lo sepa, Sol Daurella es la millonaria esposa de Vilarrubí y propietaria casi de toda la Coca-Cola de Europa).
En la ensoñación utópica hay otro empresario, Ferran Rodés, presidente del subvencionado diario Ara y accionista del gigante publicitario Havas, que también coquetea con el nacionalismo hasta el punto de hacerle el caldo gordo en el medio de comunicación que lidera junto a Artur Carulla, el hacedor de sopas (la definición es un copyright de Javier Godó dedicado en su día al propietario de Agrolimen, el holding que comercializa marcas como Gallina Blanca).
¿Qué pensarán Vilarrubí, Rodés o Carulla de los inventos fiscales de Junts pel Sí y las desprivatizaciones de la CUP?
Rodés es uno de los socios de la concesión Aigües Ter-Llobregat (ATLL), cuya privatización tanta polvareda ha levantado por la chapuza que cometió Mas antes de que la CUP lo despidiera de la política sin indemnización. Ahora resulta que los mismos que largaron al que montó todo este lío quieren retornar a control público las concesiones de agua. Entiendo que a ATLL le llegará la hora también, así que los intereses de Rodés, tan coqueteador con el soberanismo, se ponen en solfa. Y ni un diario en propiedad sirve para conjurar ese peligro.
La última la acaban de organizar los comunes de Barcelona. Durante años nos hartamos de recomendar que muchos servicios públicos se privatizaran: se habían convertido en ministerios, actividades funcionarizadas, sin ritmo ni capacidad de adaptación a las demandas sociales. Uno de ellos fue el servicio funerario de la Ciudad Condal. El dinero que se obtenía permitía al municipio invertir en lo que le pareciera conveniente, fueran los fastos urbanísticos del socialismo gauche divine o las coberturas sociales necesarias. Hoy, a la alcaldesa Ada Colau y a su lugarteniente Gerardo Pisarello eso no les sirve: dicen que empieza la marcha atrás y que de aquella privatización ni acordarse, que el Ayuntamiento de Barcelona hará de nuevo una funeraria municipal.
Que el consistorio se dedique a enterrar es un despropósito mayúsculo. Hay empresas que son expertas y lo hacen con los ojos cerrados. Negocien ustedes con ellas y alcancen acuerdos si de bajar el precio se trata, pero dejen la olla en su sitio y dedíquense a sus zapatos, y no los de madera precisamente. Lo contrario es una actitud venezolana, casi chavista y su ya popular “exprópiese”, impropio de democracias occidentales lejanas de los totalitarismos personales o ideológicos que han circulado por Latinoamérica.
Lo que proponen es desconstruir el estado del bienestar. No para edificar otro mejor, sino para cambiar de beneficiarios y de lugar los privilegios
Los modernos, los supermegaprogresistasrepublicanoscatalanes, pueden llegar a representar una verdadera amenaza para el conjunto de la sociedad a estas alturas de la política. Compiten por la barbaridad, dejan la seguridad jurídica arrinconada y emplean un nuevo populismo de vendedor de tómbola para estimular lo que puede resultar más demagógico y sencillo de defender ante una sociedad hastiada de la política convencional. Es fácil de entender que con su planteamiento de redistribución y equilibrio social apliquen un cierto buenismo inocente, pero la refundación del capitalismo que planteó Nicolás Sarkozy al inicio de esta última crisis tiene que pasar por otras vías diferentes de las escogidas. Su visión aldeana, de hecho, genera contradicciones como que Junts pel Sí acabe votando junto al PP en el Parlamento catalán en contra de elevar el tipo autonómico del IRPF.
Lo que proponen los chicos de la CUP, los comunes de Barcelona o algunos despistados de ERC y varios indepes indocumentados es la deconstrucción de un estado del bienestar que no edifica otro mejor, sino que cambia de beneficiarios y de lugar los eventuales privilegios que existan. El despropósito es total si consideramos cómo se le da la espalda a la globalización económica que rige en todo el planeta y, en vez de apostar por una actuación decidida contra los paraísos fiscales, la libertad descontrolada de circulación de los capitales, las políticas salariales (también en el sector público) y el descontrol tributario de las grandes multinacionales, se disponen a enterrar muertos, quieren cambiar la gestión del agua, se inventarán tributos-chapuza y otras lindezas de similar tenor.
La locura catalana de la política adquiere, pues, unos tintes que dejan en pañales a los diletantes del entorno de Mariano Rajoy y su conservadurismo a menudo rancio y tradicionalista. No es de extrañar que con su inteligente sarcasmo Ramón de España lo haya bautizado como “el manicomio catalán”, aunque su definición casi resulta inexacta si hilamos fino: muchos enfermos mentales están más cuerdos que los locos que nos gobiernan hoy en algunas administraciones, seguro.