“Los males del Estado se curan pronto si se los reconoce con antelación, pero cuando llegan al dominio público, ya no hay remedio”. Lo decía Maquiavelo muchísimos años antes de que las redes sociales irrumpieran en la política, aireando miserias y debilidades de nuestros gobernantes que, hasta entonces, no trascendían. Los nuevos enfrentamientos entre Junts per Catalunya (JxCat) y ERC no solo eran previsibles, pues abundaron en la anterior legislatura, sino que son aireados desde hace años en los perfiles, reales o ficticios, que sus dirigentes tienen en Twitter. Perfiles que alientan el activismo y la falsa dualidad entre cuenta personal e institucional. Un desglose que, en un cargo público, no es válido.

Pero a estas alturas de confusión entre partido e institución, entre intereses personales y colectivos, tampoco nos vamos a sorprender. Pero sí indignar, una vez más, por la degradación institucional que provocan las peleas independentistas. Lo único inesperado es que esos garrotazos se hayan producido tan pronto, pues apenas han transcurrido cuatro meses desde la investidura de Pere Aragonès. Lejos del ecuador de esta investidura, que es el plazo que se han dado los socios para monitorizar los avances hacia la independencia, JxCat y CUP aprietan, y de qué manera, al president con la consecución de la implementación de la república prometida por el dirigente de ERC en su investidura.

Los neoconvergentes amenazan con alinearse con la CUP --si es que alguna vez dejaron de estarlo-- y votar resoluciones independentistas, sin esperar a los resultados de la mesa de diálogo con el Gobierno. No solo es evidente que el tripartito independentista no se sostiene, es que ahora se entiende mejor que Aragonès renunciara a aprobar los Presupuestos de la Generalitat para 2021. Se trata de la ley más importante de todo mandato, y el republicano no puede permitirse el lujo de prorrogar las cuentas de 2020, que ya quedaron desfasadas debido al Covid.

Negociar ahora unos presupuestos, tal como están de beligerantes las relaciones con JxCat y los antisistema, es un riesgo que Aragonès no puede asumir. Sobre todo si, como dice su consejero de Economía, Jaume Giró, el Ejecutivo rechaza la ayuda del PSC y se siente más cómodo con la CUP. Lo que menos le importa a Aragonès son las necesidades que tiene Cataluña de superar la crisis económica y social mediante unos nuevos Presupuestos acordes con las promesas del president. El dirigente catalán está más pendiente de las pullas mediáticas de sus socios, que de afianzarse como jefe de gobierno. Y eso degrada la institución que representa.

“No hay líder social, institucional o político al que no se le vea el lado oscuro. La autoridad no resiste la exposición brutal a la que la someten las redes sociales o los medios de comunicación, cada vez más invasivos”, escribe Jordi Soler en su libro Mapa secreto del bosque. Una exposición brutal en la que participan nuestros dirigentes y los haters que les hacen de palmeros, en algunos casos con retribución económica mediante.

Dicho de otra manera, cuando la ideología sustituye a la gestión, la inestabilidad se apodera de los órganos de gobierno, expuestos a la política cortoplacista y el oportunismo político. Ocurre en la Generalitat y también ocurre con Ada Colau.

Curiosamente, ayer coincidieron dos plenos, el de Debate de Política General en el Parlament y una sesión extraordinaria forzada por ERC y JxCat en el Ayuntamiento de Barcelona tras los gravísimos actos vandálicos registrados en dos macrobotellones en las fiestas de la Mercè. Más allá de la doble vara de medir de estos dos grupos, indignados por esa batalla campal, pero muy tolerantes con los destrozos ocasionados por los CDR o la CUP, lo ocurrido el pasado fin de semana pone a Ada Colau y sus alergias policiales ante el espejo. No se puede tener responsabilidad de gobierno y dar la espalda a las necesidades de los efectivos policiales por apriorismos ideológicos. Es lo que tienen en común Colau y Aragonès, que de tanto subestimar la labor de la Guardia Urbana y los Mossos d’Esquadra, respectivamente, con iniciativas que ponen en tela de juicio su labor, logran que los vándalos se rían de la autoridad.

Sirva como categoría la anécdota que se produjo el pasado sábado, cuando Carles Puigdemont quedó en libertad tras ser detenido en L'Alguer (Cerdeña) y convocó una rueda de prensa. En primera fila se encontraba Laura Borràs, a quien un técnico italiano instó a que se apartara porque tapaba las cámaras. Alguien de la comitiva catalana le hizo ver que estaba hablando con la presidenta del Parlament. “¿Acaso le he faltado al respeto?”, respondió.

Lo sabemos porque el Consejo para la República emitió las imágenes a través de su canal de Youtube. La vida y las miserias en directo, un mazazo para cualquier tipo de autoridad.