La actitud podría sorprender, pero la experiencia de los últimos años no debería llevar a engaño. El Govern de la Generalitat reclama ahora la máxima unión para afrontar una etapa de reconstrucción, y es cierto que esa es una buena actitud. En el Parlament se pudo comprobar este viernes, con la oposición, el PSC y Ciudadanos, dispuesta a colaborar, aunque sea muy complicado con un presidente como Quim Torra, que ha tratado de erosionar todo lo que ha podido al Gobierno central desde que se inició el confinamiento por el coronavirus. Pero podría comenzar una nueva etapa, desde la premisa de que sería descabellado ahora convocar elecciones o, incluso, en otoño. Ahora bien, ¿qué pasos debería dar el independentismo?

Una de las cuestiones más espinosas para el nacionalismo catalán se produjo con la crisis económica de 2008. El tripartito, presidido por José Montilla fue el último gobierno que pudo financiarse en los mercados internacionales. Tras descubrir la Comisión Europea los engaños contables de Grecia en 2010, las emisiones de deuda en el extranjero se acabaron para la Generalitat. Y recurrió, ya con los gobiernos de Artur Mas, y con el consejero de Economía, Andreu Mas-Colell, al famoso FLA, el Fondo de Liquidez Autonómica. En contra de lo que sostiene el movimiento independentista, con la reiterada propaganda que le caracteriza, esos fondos que prestó el Estado a las comunidades autonómicas siempre fueron con unos intereses muy inferiores a los que se podrían haber logrado en el mercado. Pero es que, sencillamente, esos mercados estaban cerrados para las comunidades autónomas.

¿Un dato? Resulta que tres de cada cuatro euros del endeudamiento de la Generalitat está en manos del Estado, del Gobierno central. Es el principal acreedor. A cierre de 2019, hasta 59.666 millones estaban en manos del Estado, de un pasivo total de 79.060 millones

El Estado es un instrumento que sirve, que es útil. No es una entelequia. Y el Estado español, con todas sus dificultades y problemas, está logrando ahora hacerse escuchar en el seno de la Unión Europea. Su plan para alcanzar un fondo de reconstrucción de hasta 1,5 billones de euros ha tenido una buena acogida. Hay diferencias sobre cómo se podrá financiar, si emitiendo deuda perpetua o a muy largo plazo. Un plan anclado en los presupuestos de la Unión Europea, que no reclama, de nuevo, la mutualización de la deuda con los llamados eurobonos --porque eso es todavía un problema muy serio para países como Alemania u Holanda-- pero que puede resultar eficaz.

España elaboró un documento que presenta algunas torpezas, como una alusión al dumping fiscal de algunos países, que no se citan, pero que suponen una alusión directa a Holanda, uno de los Estados con más oposición a ofrecer fondos de solidaridad sin ninguna condicionalidad. Pero el plan avanza: la canciller Angela Merkel lo ha valorado, y Francia lo apoya, junto a la Comisión Europea.

La paradoja llega cuando --de forma lógica, por otra parte-- el Govern de la Generalitat pide al Gobierno español que canalice los recursos que reciba de la Unión Europea hacia las autonomías. El consejero de Economía, Pere Aragonès, reclamó este viernes que esos fondos lleguen como transferencias y no como deuda, y que se distribuyan. Esa es una discusión que todavía no se ha solucionado en el seno de las instituciones europeas pero, en todo caso, muestra la voluntad de la Generalitat de buscar la coordinación con el Gobierno central, lo que para el independentismo se llama Estado.

Es decir, con España se avanza, y el independentismo lo sabe. El Estado español sirve, se le escucha y tiene un cuerpo funcionarial, económico y diplomático que, con todos los fallos que se quiera, hace su trabajo. Y lo hace en beneficio de todos los ciudadanos de ese Estado.

¿Pero qué suele ocurrir? Resulta que ese mismo independentismo no duda en ponerse al lado de Holanda o Alemania cuando oponen resistencia a una mayor solidaridad interna en Europa. Miembros de ese movimiento independentista, desde diferentes ámbitos, sea el político, como Ramón Tremosa, o económico, como Xavier Sala Martín --aunque ahora pide que el BCE le dé a la máquina del dinero todo lo que sea necesario-- o Niño Becerra --cercano a las tesis del España nos roba--muestran su empatía con los países del norte de Europa. Siempre que, además, se muestren hostiles con España.

Así que ha llegado la hora de la verdad. ¿A qué jugamos? ¿A la reconstrucción? Pues se deberá para ello apostar por España, por un actor válido en Europa. Se deberá apoyar sus reivindicaciones, luchar por convencer a Alemania, empujar para lograr toda la complicidad posible.

¿No sería mejor dejar ya de jugar, cuando llegan las cosas serias de verdad, en un momento tan delicado para todos?