Cuando las cosas van mal, sabes que siempre puedes contar con Santiago Niño Becerra para que te diga que irán mucho peor y que todos, de una u otra manera, vamos a pringar. Esa fue su actitud cuando la crisis financiera que empezó en 2008 con la caída de Lehmann Brothers y lo está siendo también en los días del coronavirus. Afortunadamente, en España no se presta la menor atención a las apocalípticas admoniciones de este Nostradamus que nunca deja pasar la oportunidad de callarse. Por el contrario, en Cataluña, aunque el economista oficial del prusés sea Xavier Sala i Martín --suelo referirme a él como El Economista Fosforescente, inspirándome en el insulto favorito de Borges, tonto fosforescente, pero mi amigo Jordi Cañas prefiere llamarle El Payaso de Micolor--, disfrutamos del dudoso privilegio de estar siempre al corriente de las predicciones de Niño Becerra gracias a la radio, la tele y la prensa del régimen, pues suelen ser de alguna ayuda para los procesistas.

Recientemente, ante la insolidaridad de Holanda hacia España e Italia, nuestro Nostradamus ha sido el primero en decir que hacen muy bien las laboriosas hormiguitas calvinistas en no fiarse de esa pandilla de vivalavirgen y tarambanas que somos las cigarras copleras del católico sur de Europa, opinión que, lógicamente, hace las delicias del director de El Nacional, Pepe Antich, subvencionado mensualmente por el régimen para echar mierda contra España (hay que decir en su descargo que otros la echan gratis o por mucho menos dinero, pues pueden más en ellos el odio y la demencia que el ánimo de lucro).

Santiago Niño Becerra cree ciegamente en ese refrán de nuevo cuño que reza “Si no puede ayudar, moleste: lo importante es participar”. Si la gente está lógicamente preocupada por su futuro, ahí está siempre él para decirle que no tiene ningún futuro, más allá del llanto y crujir de dientes. Menos mal que sus profecías nunca se hacen realidad con la virulencia anunciada (¿y deseada?) y que, como decía, fuera de Cataluña nadie sabe quién es. Pero aquí hace todo el daño que puede por motivos que no alcanzo a explicarme: no sé qué saca de ser el Agorero Máximo de la República que no existe, el Gran Cenizo de Cataluña…Lo cual me recuerda que una de las definiciones de idiota es “persona que hace daño a los demás sin beneficiarse a sí mismo”; más allá de un par de apariciones en TV3 para informarnos de que vamos directos al desastre, no veo qué pilla con su actitud. Dichas apariciones, eso sí, impresionan y producen, ya que no el pavor deseado, una cierta grima: esa barba sin bigote, ese pelo grasiento (como peinado con el aceite de una lata de anchoas), esa ropa adquirida siempre con anterioridad a 1978…

Nos quedan por delante unas semanitas de abrigo y no sé ustedes, pero yo, si hay algo que no necesito son las profecías tenebrosas de un charlatán que parece disfrutar enormemente de nuestro camino colectivo hacia el Armagedón. Ya tengo bastante con los que salen al balcón a cantar o a abroncar a los escasos transeúntes que divisan desde su atalaya: solo me faltaba tener que aguantar también al nuevo Nostradamus.