Si existe un actor y dramaturgo que merece respeto por su trayectoria en defensa de las libertades y los derechos ciudadanos, es Albert Boadella Oncins (Barcelona, 1942). Desde que a finales de 1977 fuera encarcelado y procesado en un consejo de guerra por su obra La torna, no ha pasado un momento en su historia en la que dejara de mostrar compromiso con su tierra natal y con la denuncia de los excesos de la dictadura, primero, y del nacionalismo, más tarde.

Épicas fueron sus creaciones posteriores Teledeum y Ubú President. Quizá no tanto por la calidad intrínseca de las mismas, como por la provocación y la ácida crítica que destilaban en tiempos de consensos políticos. El hombre que inventó Els Joglars y que convirtió la persecución sufrida en un canto a la libertad de expresión es de los pocos que puede hablar de represión, exilio y cárcel por motivos ideológicos sin que se la caiga la cara de vergüenza en estos tiempos de apropiaciones indebidas de valores.

Próximo durante muchos años al PSC, el bufón (como a él le gusta reconocerse) decidió que dejaba de crear en su tierra porque la asfixia, marginación y ninguneo a la que era sometido superaba lo admisible. Se instaló en Madrid y desde allí inició la fase final de su carrera profesional con mayor reconocimiento y menos ataduras de las que su fase previa catalana habían generado. No fue el único, le siguieron Félix de Azúa, más recientemente Francesc de Carreras y un largo contingente de intelectuales exhaustos.

Además de escribir y publicar algunos libros, en los últimos tiempos Boadella ha sido el rostro visible del sarcasmo de Tabarnia, una creación provocadora de las redes sociales que divide la Cataluña urbana y cosmopolita de la zona del territorio anidada en el carlismo y el tradicionalismo más recalcitrante, a la que se apodó Tractoria. Ha jugado a ser el imaginario presidente de Tabarnia, a visitar la casa del huido expresidente en Waterloo o, con mucha más enjundia intelectual, a crear a principios de este mismo año su Looking for Europe, un alegato contra el nacionalismo y los populismos en los inicios del siglo XXI que recorrerá las capitales europeas y que ha sido concebido junto al filósofo francés Bernard-Henri Lévy.

Es habitual en Cataluña sostener posiciones constitucionalistas y admirar a Boadella. Eso es una obviedad indiscutible, aunque el afamado creador se exceda en alguna ocasión. Así sucedió, por ejemplo, este pasado viernes a resultas de una información de Crónica Global en la que se puso de manifiesto cómo los socialistas catalanes habían noqueado al independentismo en apenas poco más de 24 horas (las que transcurrieron entre la presentación del nuevo gobierno del Ayuntamiento de Barcelona y la elección de Nuria Marín como presidenta de la Diputación de Barcelona). Al actor no le gustó el enfoque de la información firmada por Manel Manchón y que titulamos El PSC rompe en 25 horas el proceso independentista. En ella se explicaban los movimientos que Miquel Iceta había urdido para causar una suerte de big bang independentista inesperado y que ponía de manifiesto un olfato político y una profesionalidad inexistente en el resto de negociadores. Quizá algún día pueda explicarse qué le dijo el PSC a Ada Colau la noche de las elecciones justo antes de que la alcaldesa saliera victimista y llorona, comme d’habitude, ante las cámaras a entregar la vara de mando a su rival de ERC.

El Boadella provocador se lanzó a la red social de Twitter y nos dedicó este cariñoso mensaje: “He visto pocos casos de manipulación de la verdad con tanta desfachatez. Ahora resultará que el PSC es el destructor del independentismo ¿A que juega Crónica Global?”. Quizá el dramaturgo no leyó en profundidad la información y se dejó llevar sin más por el titular. Quizá la distancia física que le separa de Cataluña le lleve a interpretar con demasiada brocha gorda... o a saber qué pudo deambular por el cerebro del insigne artista, que se sorprendió de nuestra interpretación de lo que acontece y nos interpeló reprendiéndonos. En todo caso, nos brindó una oportunidad dorada para explicarnos.

Hay varios elementos que pueden contribuir a entender su preocupación y nuestro planteamiento editorial: Crónica Global sigue a día de hoy a pie de obra la información sobre los graves acontecimientos vividos en Cataluña en estos últimos años. Reitero el concepto a pie de obra, porque muchos otros medios lo hacen desde la distancia, la aproximación más o menos cercana o, peor aún, de oídas. Al igual que la cúpula de Ciudadanos --el partido que ganó las elecciones autonómicas en 2017 con el apoyo de 1,1 millones de catalanes--, este medio digital convive a diario con la presión nacionalista, es sometido también al escarnio y la crítica del populismo independentista y sigue sin ingresar ni un euro de subvención pública. Señor Boadella, muy importante que anote esta precisión: ni de la comunidad autónoma catalana ni de ninguna otra, ni de la administración general de Estado ni de ningún ayuntamiento. Cero.

Entre nuestros lectores hay votantes de los Comunes, del PSC, de C’s, del PP y hasta de Vox. Lo sabemos, porque a nuestra comunidad de audiencia le une la visión constitucionalista de Cataluña. Pero esa línea de argamasa ideológica no impide que este medio llame a las cosas por su nombre, y si Vox es extrema derecha no perdemos ni un minuto en discutirlo y si hay que criticar el sectarismo, la ineficacia y la demagogia de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona lo hacemos sin pestañear. Esa visión transversal, crítica con los nacionalismos y populismos de cualquier signo, amigo Boadella, quizá es lo más alejado en Cataluña en este momento del sectarismo partidista que nos invade. Una posición que usted seguro comparte.

Vivimos unos tiempos agitados en lo político. No sólo por los hechos de septiembre y octubre de 2017. El independentismo se hizo fuerte entonces y quienes lo combatimos, e incluso fuimos objeto de actos terroristas de baja intensidad, sabemos la presión que se soporta en un territorio fracturado y en el que deberá transcurrir mucho tiempo hasta que enhebremos todas las agujas con las que recoser las costuras abiertas. Como periodistas criticamos con análoga dureza la postura del PP de Mariano Rajoy, que anduvo demasiado tiempo de perfil con el asunto catalán, que estiramos las orejas de unos socialistas catalanes demasiado tibios con las cuestiones lingüísticas o muy contaminados por una línea de nacionalismo conservador dominante en Cataluña durante décadas. Incluso fuimos el medio que desveló las tensiones y manejos internos de la utilísima Sociedad Civil Catalana. Por eso, con esa legitimidad, nos pareció que la huida de Albert Rivera, José Manuel Villegas, Fernando de Páramo, Juan Carlos Girauta, Inés Arrimadas… a la política nacional (a ese Madrid en el que usted también se refugió) dejaba huérfanos a los catalanes que apoyaron una formación política que no se dignó a escenificar una investidura que hubiera puesto en jaque al independentismo de haber venido acompañada por un proyecto político alternativo de región leal con el Estado y plural en su acervo cultural.

Y en ese contexto, la postura enrocada de Ciudadanos --que parece más preocupado hoy por la oposición mediática que por la posición política-- habría facilitado en estas últimas semanas que el Ayuntamiento de Barcelona estuviera regido por un independentista como Ernest Maragall o que la Diputación cayera en las mismas manos. Esa inacción de Rivera y los suyos, hubiera dejado lamentablemente la segunda y la tercera institución de Cataluña en las mismas manos supremacistas y xenófobas que gobiernan en la Generalitat. Consulte con Manuel Valls y pregúntele por qué votó a Colau y rompió con Ciudadanos. Todo el poder político, con la gestión ciudadana que eso supone, habría caído en manos de quienes sólo piensan en un relato tan idílico como quimérico de Estado propio y que, además, lo hacen desde el populismo más desenfadado y arrogante. Concederles más poder municipal equivale a elevar el diapasón del soberanismo, que se refugia en las instituciones para ampliar su base social y gracias a los fondos públicos extender cual mancha de aceite un clientelismo cómplice con supuesto barniz ideológico.

Aunque nos tengamos que tragar algún sapo (y lo critiquemos), como el lazo amarillo en la fachada de la corporación local barcelonesa, explicar que la estrategia última del PSC ha quebrado la unidad de acción del secesionismo y ha puesto contra el espejo a las diferentes facciones que lo componen no es jugar a nada más que a informar con veracidad de lo que acontece. Son tiempos en los que los medios de comunicación se aproximan cada vez más a los perfiles de la trasnochada prensa de partido. Tiene mucho que ver con la propia radicalidad de la política en España y con la crisis de los mass media, con cuentas de resultados insostenibles, que se ven obligados a echarse en manos de quienes les subvencionan para sobrevivir. En nuestra tierra, por cierto, ese fenómeno sobrepasa los umbrales de lo admisible. Preguntémonos, por ejemplo: ¿Los nuevos gobiernos de Diputación de Barcelona y Ayuntamiento seguirán financiando a los medios de comunicación de obediencia nacionalista de forma tan generosa como en los últimos cuatro u ocho años? Lo seguiremos con atención, se lo avanzo.

No es el caso de Crónica Global, donde pese a nuestros múltiples errores intentamos mantener la honestidad como bandera, como elemento de distinción que portar en nuestro frontispicio. Acompañado, eso sí, del apoyo de nuestros suscriptores y anunciantes que han impedido con éxito subordinación política alguna a la par que nos convertíamos en referencia intelectual del constitucionalismo. Justo en esa independencia financiera y de criterio es donde nace el titular que a nuestro amigo Boadella le produjo sarpullido. Quizás una lectura más sosegada y una interpretación con proximidad le apartarían de esa especie de recriminación que nos dedicó. Crónica Global es constitucionalista porque así lo han decidido todos sus accionistas, su consejo de administración (periodistas en un 90%) y ese es también el pálpito mayoritario de la cada vez más numerosa plantilla de profesionales, que entienden que participan del mejor servicio que se le puede prestar a nuestra tierra. Entre otras razones porque entendemos que las posiciones partidarias no son la mejor receta para informar del procés y, menos todavía, del postprocés en el que ya estamos inmersos.

La estridencia y el frontismo los rechazamos. Eso, como sabe, es poco representativo del acervo catalán. De hecho, es lo que preferirían nuestros adversarios mediáticos secesionistas. Si la pregunta de Albert Boadella era a qué juega Crónica Global, la respuesta sintética es corta: a la verdad sin dependencias de ninguna clase. ¡Ah!, y ojalá siga leyéndonos, admirado Albert. Siempre es un honor.