El acoso y linchamiento mediático de los últimos días a la enfermera gaditana del Hospital del Vall d’Hebron ha permitido mostrar la cara más ruin del nacionalismo catalán.
La sanitaria criticó vehementemente en las redes sociales que se le exigiera acreditar “un puto C1 de catalán” para aceder a las oposiciones de enfermería en Cataluña, y las alimañas han saltado a su cuello sin piedad.
Lo que más sorprende, además de los insultos y las amenazas, es la rapidez con la que el consejero de Salud de la Generalitat, Manel Balcells (ERC), anunció la apertura de un expediente a la joven trabajadora.
Al parecer, mostrar una opinión contraria a los requisitos administrativos en vigor es algo sumamente grave en Cataluña, mientras que posicionarse a favor del procés –como hicieron muchos médicos y enfermeros en sus puestos de trabajo y horarios laborales– no merece el mismo reproche.
Tampoco le ha parecido mal al conseller el millar de médicos que han formado una agrupación para “escribir siempre en catalán” la historia clínica, los informes y las recetas; dirigirse “siempre en catalán a los pacientes”, salvo que haya “dificultad de comunicación”; “llamar a los pacientes en catlaán en las salas de espera”, y “responder en catalán a cualquier documento de centros sanitarios catalanes, independientemente de la lengua en que nos sea dirigido”. Vamos, desterrar el castellano salvo en caso de vida o muerte.
Tal vez la turba nacionalista debería hacer caso a uno de sus máximos referentes, el economista Xavier Sala-i-Martin, quien en 2010 puso el grito en el cielo cuando el entonces consejero de Innovación, Universidad y Empresa, Josep Huguet (también de ERC), anunció que se obligaría a los profesores universitarios a acreditar el nivel C de catalán.
Sala-i-Martin amenazó con dejar la universidad si se le obligaba a examinarse de catalán. “Yo en la UPF doy clases en catalán y amo Cataluña. Pero no haré ningún examen de catalán para dar clases en la universidad catalana. Ni el consejero Huguet ni ningún miembro del Govern catalán (el presidente del cuál [José Montilla] no ha pasado el examen que ahora exige a todos los profesores) es nadie para dudar de mi nivel de catalán y no me someteré a ningún examen. Si me obligan a hacer un examen de catalán, simplemente dejaré la universidad catalana de forma inmediata”, señalaba en un apunte en su cuenta de Facebook.
“Hace 25 años que doy clases en inglés en la universidad americana (Harvard, Yale y Columbia) y todavía no he tenido que hacer un examen para acreditar mi nivel de inglés”, añadía.
E insistía: “Para dar clases de economía, lo que se tendría que acreditar es que el profesor sabe economía y no la lengua en la que se enseña la economía, especialmente porque la universidad catalana nunca será líder mundial en nada si su profesorado se limita a personas que hablen catalán. Tenemos que atraer a los mejores profesores de todo el mundo, ya sean ingleses, americanos, japoneses, alemanes, italianos o chilenos. Autoimponer una barrera lingüística es de locos y de gente que no entiende el papel de la universidad en la sociedad: a la edad en que los niños van a la universidad, el catalán debería haber sido aprendido. La universidad no es para aprender catalán sino para aprender economía, medicina, leyes o física nuclear”.
“Ya basta de tripartito y de sus infinitas tonterías. Ya basta de arruinar el país y todas sus instituciones”, sentenciaba el ilustre economista.
Sorprende que un tipo como Sala-i-Martin, que se mete en todos los charcos habidos y por haber, no haya salido estos días a defender a la enfermera del Vall d’Hebron, reiterando la posición que mantenía hace 13 años.
Supongo que no es lo mismo que te exijan examinarte a ti o que se lo exijan a los demás.