Dice Jordi Amat que "el discurso sobre España de Ciudadanos asfaltó la autopista por la que Vox se ha disparado". De ser cierta esta interpretación, la irrupción de los ultranacionalistas voxianos se habría producido en las próximas elecciones andaluzas del 19J, y no en las anteriores de diciembre de 2018, cuando pasaron de la nada a 12 diputados, y el partido naranja también subió de 9 a 21.

Esa autopista no la ha asfaltado Ciudadanos. El ascenso de Vox en Andalucía tuvo como principal acicate al ultranacionalismo catalán y sus políticas supremacistas. Una vez desacomplejado este españolismo primario, se han ido incorporando más y más vehículos a la referida autopista, y no sólo de gama alta. El ultranacionalismo español en Andalucía ha sobrevivido a los cuarenta años de autonomismo, gracias a que parte de las élites políticas socialistas se fusionó con las élites católicas, apostólicas y requeté españolas, herederas de aquellas que disfrutaron de todo tipo de prebendas durante el franquismo. El padre de esa Andalucía de privilegios compartidos o repartidos fue el muy reverenciado Manuel Clavero Arévalo, andalucista y españolista a un tiempo.

Este señoritismo patriotero era visible entre las élites de Sevilla, Córdoba, Jerez y Granada. Una evidencia palmaria de dicha continuidad era la exposición pública de signos o representaciones de ese discurso nacionalcatólico, fuese aprovechando conmemoraciones festivas como la Toma de Granada, fuera con las reiteradas interpretaciones del himno nacional durante procesiones semanasanteras, fuera exhibiendo marcas estéticas --patillas currojimenistas incluidas-- en espectáculos taurinos o hípicos, etc. Más allá de la permanencia de estos símbolos, la normalización y exaltación desacomplejada del dogma españolista se aceleró exponencialmente a partir de los nefastos hechos de octubre de 2017.

Una vez este ultranacionalismo ha salido del armario, el contagio ha sido masivo. Muchos jóvenes, sobre todo varones y no solo cayetanos, han encontrado en Vox el altavoz del cabreo ante un panorama laboral desolador y una hiperpresión feminista en las aulas. Trabajadores, parados o no, que viven en zonas donde la inmigración ha desembarcado con fuerza, han hallado en el populismo de la ultraderecha una respuesta simple a sus preguntas cotidianas: ¿por qué los sueldos son tan bajos, la inspección laboral no está ni se le espera y los contratos --ahora llamados indefinidos-- siguen siendo tan precarios? Ganaderos y ganadores de plantaciones de plástico han visto también en Vox el referente ultraliberal del sálvese quien pueda, visto que las subvenciones tramitadas por la Junta han sido repartidas, durante décadas y con descaro, a favor de los grandes propietarios.

Ante tanta testosterona ultra solo faltaba que el proyecto fuera liderado por una mujer, arrogante y bien escoltada por nombres ilustres, viejos y nuevos ricos de la falsa Andalucía que, como cantara Pata Negra en Anónimo Jerezano, tienen “como blasones la tajá” y por escudo y genealogía “una marca registrá”. En este disco de 1990, tan inspirado como premonitorio, Rafael Amador criticó a los distinguidos señoritos que suelen ir acompañados de una corte de adulones: “Un elenco florido y cortés, símbolo de una España de pandereta. Id con vuestro dinero a hacer puñetas”. Ahora, tres décadas más tarde, pero por autopista, el señoritismo patriotero vuelve a estar apoyado por “la horda del sur, enriquecida y boba”. Y hasta puede ser decisiva.