El nacionalismo puede ser de izquierdas, pero la izquierda o la derecha son incompatibles con el nacionalismo. Pese a la evidencia de este axioma, en la práctica es una paradoja casi imposible de resolver. En los últimos 50 años, la balanza se ha desequilibrado en exceso y erróneamente a favor del nacionalismo. Incluso hay grupos de izquierdas que consideran a los nacionalismos catalanes y vascos como fuerzas progresistas.

Sería más que saludable que políticos y politólogos ayudasen a aclarar tanta confusión. Veamos una sencilla apreciación. Nacionalismo es un sustantivo y derechista o izquierdista son calificativos. Del mismo modo, Derecha es sustantivo y liberal, conservadora o autoritaria son adjetivos. Igual ocurre con Izquierda socialdemócrata o comunista.

El primer problema se plantea cuando no se sabe qué define a la ideología nacionalista, si la sustancia o el condimento. Los errores que se derivan de esta confusión pueden ser mayúsculos. Por ejemplo, la llamada izquierda abertzale es denominada así por una traducción errónea. La expresión correcta sería a la inversa: abertzale izquierdista. Literalmente el abertzale es aquel que ama su patria, y punto. Esa es su ideología, que tenga veleidades socialdemócratas es complementario, pero nunca definitorio. De ahí que, entre ellos y ellas, haya militantes o simpatizantes tan amantes de su patria que asesinen o justifiquen asesinar a aquellos que no compartan su visión etnicista del mundo.

El nacionalismo es en esencia una ideología totalitaria, que sólo acepta el juego parlamentario siempre que el viento le sea favorable, es decir, que pueda detentar el poder y gestionar a su antojo el erario, la propaganda y la educación pública. Creen en la ciudadanía, pero siempre que esta sea nacionalista. El resto son colonos, invasores, etcétera.

El nacionalismo tampoco es demócrata por definición, salvo que la democracia sirva para su fin: la declaración de independencia y el reconocimiento internacional de su nación como un estado soberano. A los nacionalistas les encantan las consultas siempre que el resultado confirme que su reivindicación es la única que puede ganar. Vencer es convencer. Para ellos es necesario un proceso constante de formación e invención nacional que puede durar décadas. A veces la impaciencia les hace acelerar, como en el procés, pero tras un fracaso solo cabe una tregua, nunca la renuncia.

Para determinados sectores esa vía es demasiado lenta, y optan por la lucha armada, es decir, por el asesinato selectivo o indiscriminado. Puede suceder que, llegado un momento, esos grupos consideren más conveniente pasar a la vía parlamentaria, pero no por ello se les puede exigir que condenen su inmediato pasado asesino. Ellos tienen una alta consideración de sí mismos, nadie puede cuestionar sus principios violentos y excluyentes, aunque sean contrarios a los derechos humanos. Todo se justifica por la imperiosa liberación nacional de su pueblo oprimido. ¿Si dejan de apoyar o practicar el terrorismo ya son demócratas? No, vuelven a una casilla anterior, y así hasta que consigan su objetivo.

En fin, qué hartazgo, qué juego más cansino. Quizás el primer paso sea llamar a cada opción política por su nombre: derecha, izquierda o nacionalismo. Aunque ya es demasiado tarde para detener tantos años de chantajes y relatos falsos. El nacionalismo (izquierdista o derechista) ha ganado. ¿A qué viene pedirle ahora a Bildu que condene el terrorismo?