El pasado miércoles, ante los furibundos ataques de la oposición, un condescendiente Pedro Sánchez repitió varias veces: “Qué paciencia hay que tener con ustedes”. Fue un arrebato de sinceridad y sensatez. Una vez confirmado por el común de la ciudadanía -opinadores incluidos- que sus señorías se han convertido en el principal problema que tiene España, ya sólo queda contemplar, día tras día y con paciencia, sesiones cada vez más esperpénticas en una delirante legislatura.
Ayer jueves, en el zaguán del Congreso y ante micrófonos y cámaras, sus señorías fueron interpeladas mientras los periodistas les mostraban imágenes del día anterior. Y en un nuevo y desconocido arrebato de sinceridad, calificaron las escenas de vergonzosas. Todos y todas, incluidos el Aitor qué hay de lo mío o la Vallugera sin mí no eres nada.
En la última década la mezcla de tribalismo y hooliganismo ha contaminado cualquier forma razonable de hacer política. Primero fue en parlamentos autonómicos, destacando sobremanera la provocación guerracivilista en el catalán. Desde 2018 esa explosiva e irracional práctica política se ha extendido hasta determinar cualquier comportamiento de sus señorías en el Congreso y el Senado.
Que los diputados de Junts, ERC o Bildu parezcan sensatos y comedidos (sólo lo parecen) es una muestra de la deriva irracional de los dos grandes partidos con presunto sentido de Estado. El parlamentarismo se ha arrodillado ante la imparable metástasis procesista que pudre todo lo que roza.
Asombra que en este país la única manera de exhibirse los políticos sea enchufar el ventilador escatológico y amenazar con el dedo al adversario con un “cuidado” al más puro estilo mafioso. Asombra que en el Congreso haya grupos mayoritarios que se levanten y aplaudan a rabiar a una ministra gritona y descocada. Y que todo esto ocurra mientras Europa se está tentando la ropa ante un posible ataque de Rusia, por ejemplo.
Se ha afirmado que el Congreso y el Senado se han convertido en sendos circos. Ni son malabaristas, ni trapecistas, ni domadores, ni siquiera unos dignos payasos. A tenor de sus comportamientos, sus señorías no parecen estar capacitados para montar un espectáculo algo más que entretenido. Acaso son aprendices de brujos, mientras se dedican a limpiar las corruptas y malolientes cuadras de sus señores. El común de la ciudadanía está teniendo mucha paciencia con estos políticos.
Puede que sea cierto, como dice el proverbio, que todo lo vence la paciencia. No parece que sea así, si no se pone ya en marcha una profunda regeneración de la práctica política que nos libre de tanta chavalería, de tanto inmaduro con el poder en sus manos. Quizás se podría actuar como hizo en 1577 el obispo Pere Màrtir Coma, precisamente de Elna, que harto de las actitudes chulescas del gobernador y los oficiales del Rey en Perpiñán, decidió excomulgarlos. Coma murió unos meses después, sin llegar a disfrutar de su atrevido anatema. Así que mientras esta legislatura agoniza no nos queda más que soportar lo que no podemos cambiar.