Existe una corriente de opinión, buena parte de ella afín a Sánchez y su cohorte psoísta, que afirma desde hace un lustro que el procés ha muerto, gracias a los indultos, la eliminación de delitos, la amnistía y demás condonaciones de deudas. Algunos de esos políticos y opinadores, cuando oyen la reiteración de proclamas independentistas, comentan jocosamente que esa situación se resume en un popular dicho: “Cuando el tonto coge la linde, la linde se acaba y el tonto sigue”. ¿Qué han debido pensar de la última y explícita intervención de Aragonès en el Senado?

Es sabido que los líderes nacionalcatalanistas han sido y son muy cansinos con sus exigencias tribales, pero no por ello pueden ser calificados de estultos. En todo caso son el paradigma de la sinceridad, o ¿Sílvia Orriols y su aliancismo no son la síntesis del catalanismo más puro, tozudo y longevo? Acaso ¿Ripoll no es la esencia de la Catalunya Vella y lo demás es tierra conquistada?

El éxito secular de las invenciones dogmáticas (lengua propia y antigua nación incluidas) es incuestionable. Otro asunto es que, con estos imaginarios, sus gobernantes hayan llevado a la actual Cataluña a un nuevo periodo de decadencia. Alcanzar el paraíso tiene un precio, aunque sea en vidas humanas, dijo la Ponsatí. Aunque, ante las quejas de profesores, médicos y demás trabajadores por el deterioro de los servicios públicos, el nacionalcatalanismo siempre tiene la misma respuesta: el expolio del Estado español.

La élite instalada en la Generalitat es incapaz de asumir su responsabilidad, incluso contamina con su discurso al adversario político. Hasta la excelsa ministra de Hacienda, en su respuesta a la simplista intervención de Teresa Jordà con la cantinela de que a los catalanes sólo les queda elegir entre expolio o independencia, respondió que lo que los indepes llaman expolio es en realidad solidaridad con los otros españoles. ¿Cómo es posible que caiga en esa trampa lingüística?, ¿por qué tienen que ser solidarios los catalanes con los andaluces de Rufián el primo?

Que la señora Montero tiene una incapacidad gestora es bien sabido en Andalucía desde sus tiempos como consejera de Salud, cuando inició el desastroso desmantelamiento de la sanidad pública en esa autonomía. Lo que demostró en el Congreso, en su chillona respuesta a la exagraria Jordà, es también una limitación lectora, al ignorar la bibliografía básica de las cuentas de Cataluña, sea leyendo a su colega Borrell o a Ángel de la Fuente. Eso le pasa a la ministra por publicar las balanzas fiscales sin el contrapeso, al menos, de las comerciales. Hay que ser torpe.

Una limitación similar ha exhibido Rodríguez Zapatero en la presentación del último libro en el que es protagonista, que no autor. El gurú del psoísmo afirmó, sin sonrojo alguno, que la concesión de la amnistía es “el reconocimiento del error por las dos partes” y “permite acercar posiciones”. Y remató con que los beneficiados de la amnistía “valorarán la grandeza de la democracia”. ¿Desde cuándo no lee este señor?

Démosle a Zapatero el beneficio de la duda. Habrá que esperar al resultado de las próximas elecciones catalanas y a la composición del Parlament para saber si la linde ya se acabó o quién es el tonto que aún sigue, erre con erre, con su alucinado análisis de la realidad, si los psoístas o los nacionalistas, o los dos. Y mientras, entre tanto delirio, el único que parece tener un ligero atisbo de sentido común acorde a su cargo es Aragonès Garcia. En su troleo senatorial tuvo a bien no marcharse después de su intervención, como sí hizo en la anterior ocasión. Quizás ha aprendido algo tan básico como que para que te respeten tienes que respetar. Aragonès progresa adecuadamente. Una raya en el agua.