El próximo 14 de febrero los ciudadanos de Cataluña tenemos una cita con las urnas para elegir el Parlament de Catalunya. Serán unas elecciones especiales, debido a que por primera vez se celebran en una situación de pandemia mundial, que nos ha castigado, durante el último año, la salud, la economía y la vida social. Y aunque ya se ha iniciado la vacunación, todavía no vemos el final de las UCI, las mascarillas, los confinamientos y los cierres de establecimientos comerciales y de ocio.
Estas elecciones también son especiales, porque representan el final de un ciclo social y político y el inicio de otro. El ciclo que finaliza se ha caracterizado por una alianza entre las fuerzas independentistas, desde la extrema derecha más recalcitrante al más puro estilo trumpista, hasta los antisistema. Esta alianza, fue orquestada para forzar, desde la situación ventajista del ejercicio del poder, un proceso hacia la independencia de Cataluña, con todos los medios públicos y privados que han tenido a su alcance y sin tener en cuenta ni a la mayoría de catalanes, ni la realidad del momento que vivimos.
Durante esta etapa que ha durado 10 años, los catalanes hemos pagado un alto precio. Los independentistas, porque sus dirigentes les han mentido en muchas cosas y difícilmente les pueden resultar creíbles durante mucho tiempo. A algunos dirigentes, cansados de decirles a sus seguidores que todo era correcto, para lanzarlos a la calle, sus actos les han llevado a la cárcel y a otros a huir de la justicia. Sin embargo, no son los únicos que pagan las consecuencias. Todos los catalanes, aunque nos hayamos manifestado en contra, con razones diversas, también sufrimos las consecuencias de algo de lo que no somos responsables.
Las consecuencias del impacto negativo en la economía, por ejemplo, con la marcha de empresas y la disminución drástica de la elección de Cataluña como sede de proyectos nuevos, debido a la pérdida de estabilidad y credibilidad a nivel internacional. Hemos perdido capital humano, arraigado durante años, que decidió marcharse por el hartazgo que les producía la situación. Estos años han empobrecido ideológicamente a los medios de comunicación, han impactado negativamente en el bienestar general, al dedicar recursos públicos, no a gobernar Cataluña, si no a soliviantarla y a cultivar el desafecto con el resto de españoles. Lo peor es que muchos hemos visto, durante este tiempo, disminuir drásticamente los afectos de algunos miembros de la familia y amigos.
Emocionalmente, la sociedad catalana ha sufrido un shock, y muchos han descubierto que aunque se sintieran catalanes y hubieran hecho un esfuerzo por integrarse, sus afectos fuera de Cataluña, los hacían traidores, botiflers, perros españoles, colonos y muchas otras cosas. En fin, que toda una vida por integrarse en Cataluña y ver crecer a sus hijos en esta tierra que parecía prodiga para todos, no había servido para nada. A personas que habían sufrido el fascismo o el régimen franquista en sus propias carnes, se les ha llamado fascistas con escarnio. Se ha atacado a periodistas, políticos, jueces, profesores universitarios, fuerzas de seguridad, maestros, artistas y ciudadanos anónimos, en un proceso de acoso social nunca visto.
En este tiempo, las opciones políticas no independentistas también han sufrido la marcha de militantes, los cambios de voto, los insultos y los ataques a sus sedes. Circunstancia que ha afectado, sin duda, a la capacidad para sobrevivir de muchas formaciones políticas.
A pesar de todo lo que ha hecho durante este tiempo, y aunque la ley electoral les favorece para gobernar, nunca el independentismo ha conseguido superar el umbral del 50% de los votos ciudadanos: ni en las elecciones al Parlament (aunque dijeran que eran plebiscitarias), ni en los dos referéndums ilegales, ni en las encuestas. A pesar de ello, siguen distorsionando el lenguaje, queriendo confundir a los ciudadanos. Muchos de ellos aún hablan del mandato del 1-O (segundo referéndum ilegal), o de volver a declarar la independencia de forma unilateral, y siguen utilizando un lenguaje de ninguneo de los ciudadanos que no se sienten independentistas, excluyéndolos perversamente de la condición de catalanes. Con soberbia y victimismo, acusan a propios y extraños de sus propias desgracias, alejándose del reconocimiento de ostentar alguna responsabilidad en nada de lo que les ocurre.
Y aunque la participación de los ciudadanos es fundamental en democracia y lo que confiere mayor credibilidad a los resultados, en estas elecciones el voto aún es más importante, por las circunstancias del cambio de ciclo que vivimos. Y aunque algunos tengan pereza de votar por el hartazgo de la situación y, a otros, por miedo a enfermar por el Covid, ni una cosa ni otra debe mantenernos en casa, porque para minimizar los riesgos de la pandemia, ya se han tomado las medidas pertinentes y la medicina para el hartazgo, es precisamente, ir a votar. Con una abstención baja, cualquier resultado puede propiciar unos resultados más decantados hacia la polarización y menos acordes con el sentir del conjunto de la ciudadanía, que como demuestran las encuestas gira en torno al pacto y a la recuperación económica y sanitaria.
Y aunque las encuestas siguen indicando altas posibilidades de fragmentación parlamentaria, lo que implica dificultades previsibles para formar gobierno, como ciudadanos responsables debemos manifestar con nuestro voto qué fuerza política representa mejor nuestros intereses.
Quizás la respuesta no está en lo mejor, sino en el mal menor. De este pozo lleno de mugre, al que nos han arrojado, nos conviene salir cuanto antes. ¿Qué fuerza política está más dispuesta y se haya en mejor posición para sacar a Cataluña y a los catalanes del pozo profundo en el que ha acabado un viaje de ensoñación a Ítaca? ¿Dónde están las manos tendidas dispuestas a tirar del cabo? ¿Quién está dispuesto a sacarnos del insulto, el desprecio al adversario, la radicalidad y la crispación, escuchar a los ciudadanos y a pactar para intentar resolver los problemas reales que tenemos y acabar con este ciclo tan aciago?
¡Pues a esos, este domingo, hay que ir a votar!