This is the end. La retórica es llamativa y los reproches en el seno del independentismo pueden resultar duros, atrevidos, y crear las dudas en la ciudadanía. Sin embargo, todo se acaba. No será inmediato, habrá coletazos y muchos lloros. Pero el independentismo deberá pasar el duelo. Será un difícil trago que se intensificará en los próximos años, a partir de las elecciones del próximo domingo en las que, al margen de quien gane y pueda formar gobierno, habrá una tercera fuerza política con una importante presencia que está dispuesta a no dejar pasar ni una. Se trata del PSC, con Salvador Illa al frente. Aunque los partidos del llamado constitucionalismo señalen una y otra vez que los socialistas ya han pactado con ERC, y que se doblegarán ante los nacionalistas, las cosas han cambiado mucho y todos los actores políticos y económicos saben que ha comenzado un nuevo periodo en el que la grave crisis económica que se asoma marcará el futuro inmediato y tocará remar juntos con las herramientas que estén a disposición.

El duelo será largo. El independentismo no está dispuesto a admitir, de buenas a primeras, que lo iniciado hace unos diez años no ha servido para nada. No quiere reconocer que ha contribuido a empeorarlo todo y que se deberá trabajar mucho para revertir una incipiente decadencia política, económica, social y cultural. No lo hará de forma pública y manifiesta, pero sí en la práctica, porque esas amplias capas medias que han dado su apoyo a fuerzas como Junts per Catalunya (JxCat) o ERC pedirán cuentas a medida que la situación se degrade.

La prioridad para todas ellas será gobernar y normalizar las instituciones catalanas, después de haberlas erosionado. Todo ello, sin embargo, precisará de una transformación de las propias fuerzas políticas, que no se podrá apreciar en estas elecciones. Y ahí aparecen diversas paradojas.

La primera es muy clara y llama la atención. Pedro Sánchez es presidente del Gobierno gracias a una operación en el Congreso que lideraron un puñado de diputados del PDECat que fueron expulsados del partido por parte de Carles Puigdemont que, de forma manifiesta, quería que continuara Mariano Rajoy para establecer una diábolica comparación: Rajoy es Erdogan y España, Turquía. Fueron Marta Pascal, Jordi Xuclà y Carles Campuzano los que, en una semana frenética --del 28 de mayo al 1 de junio-- contactaron con el PNV y establecieron una gran complicidad con José Luis Ábalos, la mano derecha de Pedro Sánchez en el PSOE, para sacar adelante la moción de censura que dejó al PP en la estacada.

Aquellos diputados vivieron un infierno dentro del PDECat, controlado entonces por Puigdemont, e intentaron, posteriormente, poner en marcha otro proyecto político que es el que fundó Marta Pascal con el nombre de PNC. Sus opciones en estas elecciones son mínimas. Pero Pascal, que fue animada por el PSOE y el empresariado catalán para dar el salto a condición de que se estableciera un acuerdo con el PDECat, si el partido se independizaba de Puigdemont --eso está por ver que ocurra de verdad, y se verá en breve si el PDECat opta por apoyar a la candidata de Junts per Catalunya, Laura Borràs--, piensa en las elecciones municipales y en rehacer un espacio que se acabará reordenando después de muchos meandros.

El resultado de JxCat marcará el futuro de ese espacio, con otros grupos y movimientos que esperan su momento para contribuir a normalizar el mapa político catalán, como el propio PDECat, Lliga Democràtica o Lliures. Tardará, será complicado, pero el independentismo sabe que el tablero deberá rehacerse, que se irá tejiendo un nacionalismo fuerte conservador, de centroderecha, más o menos soberanista, y que en el centroizquierda volverá a ser determinante el PSC. Por eso es acertado el lema de Illa, no tanto por su propio regreso a Cataluña, como por la vuelta del PSC, que no podrá volver a ser ignorado como hizo la todavía CiU de Artur Mas a partir de 2012.

Pasar el duelo será complicado, pero no quedará más remedio. La paradoja de esas fuerzas políticas es que ya no podrán mantener más el engaño. Y que partidos como Junts per Catalunya tienen, en realidad, más ganas en llegar a acuerdos, en buscar salidas pragmáticas, que la propia ERC. La prueba de ello hay que buscarla en la Diputación de Barcelona. El pacto del PSC con JxCat no fue un capricho. Por ahora, el PSC ha comprobado que en los distintos niveles internos --cuando se contacta con la experiencia convergente-- hay más preparación y pericia en la gestión que en ERC.

Todo ello apunta a que el escenario será otro. La necesidad obligará a acuerdos, en múltiples direcciones. Y sólo llorarán, de forma amarga, pero con lágrimas que sanarán el alma, los independentistas irredentos. Los que, de forma incomprensible, creyeron que las cosas iban en serio, sin pensar que se trataba sólo de una pugna por el poder --como siempre--, de una lucha por la hegemonía en el campo nacionalista.

Lloren los que tengan que llorar y pacten y busquen salidas los que tengan la responsabilidad de gobernar tras las elecciones del próximo domingo.