Entramos en un verano de gran importancia desde muchos puntos de vista. Sanitariamente va a poner a prueba nuestra capacidad para controlar los rebrotes de Covid-19 sin tener que volver a adoptar medidas generales de confinamiento o dar marcha atrás a muchas actividades vinculadas al consumo que hemos ido retomando con la desescalada. Nos jugamos mucho en este esfuerzo por limitar a la baja la tasa de contagios. No nos podemos permitir el lujo de fracasar, pues de lo contrario el golpe económico, social y anímico sería demoledor. Pasar un verano lo más normal posible es fundamental para sobrellevar un otoño/invierno todavía complicado, aunque con la ventaja de contar probablemente con algunos medicamentos eficaces para tratar esta enfermedad e incluso estar más cerca de lograr la tan deseada vacuna.

Económicamente, este mes de julio va a ser también decisivo para que salga adelante el plan europeo de recuperación y, a partir de ahí, que el Gobierno español pueda presentar en septiembre un proyecto de Presupuestos con el que impulsar la reconstrucción socioeconómica, objetivo que no va a ser cosa de un año sino de un par o tres hasta situarnos en los niveles previos en cuanto a empleo y PIB al estallido de la pandemia. Todas las crisis son oportunidades y esta debería serlo para invertir bien los fondos europeos en economía verde, digitalización y en una mejora muy sustancial de la formación. Finalmente, también este verano va a ser clave poner las bases de un gran acuerdo fiscal en España que al cabo de cinco años nos permita ir reduciendo el fuerte endeudamiento actual, imprescindible para remontar la crisis, pero que a largo plazo no podría sostenerse.

Políticamente va a ser un verano también decisivo para saber hasta qué punto habrá un giro en el guión de la legislatura. Si antes de la pandemia parecía que el Gobierno de coalición solo podría sobrevivir con el apoyo condicionado de ERC, con una abstención que los republicanos vendían cara, ahora tras el cambio de estrategia en Cs se abre un escenario nuevo. Lógicamente, Pedro Sánchez desea jugar con una geometría de apoyos lo más amplía posible, pero es probable que se vea forzado a elegir a Cs porque las elecciones catalanas hacen de ERC un socio parlamentario aún menos fiable de lo que era antes.

Para el conjunto de la política catalana también va a ser un verano decisivo porque la ruptura en el mundo posconvergente puede pasar de ser una pequeña grieta a convertirse en una enorme brecha. Si el PDeCAT no se rompe, el nuevo Partit Nacionalista Catalá (PNC) de Marta Pascal y Carles Campuzano irá a las elecciones con unas perspectivas de éxito escasas. Ahora bien, si los que, como David Bonvehí en la dirección, apoyados por dirigentes territoriales de mucho peso como Marc Castells, se niegan a disolver la identidad ideológica de CDC en un nuevo totum revolutum del tipo Crida per la República y rompen finalmente con Carles Puigdemont, entonces una parte de las aguas convergentes podrían volver a confluir con los díscolos del PNC. Es pronto para saber qué ocurrirá, pero nunca antes se habían dado mejores condiciones para una ruptura. Aunque el atractivo electoral del fugado a Waterloo sigue siendo alto, es un símbolo sin proyecto. Encarna al líder independentista gamberro, que ya no se postula como candidato efectivo, a diferencia de cuando prometió volver a Cataluña si ganaba las elecciones. Ahora solo lucha para que el Parlamento Europeo no conceda el suplicatorio a la justicia española y Bélgica no lo devuelva a España.

Las consecuencias de la crisis sanitaria y socioeconómica de la pandemia han puesto fin al epílogo del procés que hemos vivido desde finales de 2017. El sueño de la secesión unilateral se derrumbó aquel octubre, pero la forma como concluyó todo hace casi tres años, con exilios y cárceles, dejó un poso de resentimiento que ha dado mucha cuerda al procesismo. Pero antes o después todo se acaba, los presos accederán este julio al tercer grado, y muchos intuyen que en Cataluña está a punto de empezar una nueva etapa en cuanto Quim Torra no tenga más remedio que convocar elecciones. El 17 de septiembre, el Tribunal Supremo dejará su inhabilitación lista para sentencia y serle pronto notificada, de manera que si quiere aprovechar el tirón del 1-O tal vez en agosto nos sorprenda con la firma del decreto de disolución del Parlament. Pero más allá de la retórica de “ho tornarem a fer”, todos saben de sobra que hoy ninguna vía conduce a la independencia y que al procés ya no le queda más cuerda.