La llegada a la Moncloa del secretario general del PSOE se puede calificar de muchas formas: sorprendente, extraña pero sobre todo de inesperada. Cuando hace una semana, deprisa y corriendo, Sánchez hizo presentar a sus 84 diputados la moción de censura contra Mariano Rajoy, parecía altamente improbable un cambio en la presidencia del Gobierno tras haber logrado aprobar los Presupuestos Generales con el apoyo del PNV. Recordemos que, a mediados de mayo, el líder socialista estaba de gira por Europa denunciando tanto el carácter reaccionario del separatismo como el talante racista y xenófobo de Quim Torra. Incluso sugirió un cambio en el Código Penal para ajustar el delito de rebelión a la técnica posmoderna del golpe de Estado que se ha intentado con el procés. Su tono, pues, era mucho más duro que el de Rajoy, que había dado órdenes a los suyos de evitar las descalificaciones contra el nuevo president de la Generalitat para favorecer un clima de "normalidad" institucional en cuanto hubiera un Govern sin presos ni huidos.

Con estos mimbres parecía impensable que los independentistas pudieran sumarse a una moción con la que no solo se censuraba a Rajoy sino que servía para regalarle gratis el poder a Sánchez; al mismo político al que los dirigentes de ERC y JxCat habían calificado muchas veces de “carcelero” por apoyar la aplicación del artículo 155, al mismo que le exigían una rectificación por “insultar” a Torra. Sin ese sorprendente apoyo, los nacionalistas vascos no hubieran consumado su “traición” a Rajoy, de quien habían recibido estos dos últimos años un trato magnífico, un cuponazo de ensueño y unos presupuestos con importantes inversiones en Euskadi. Ese inesperado giro de los independentistas catalanes a favor de Sánchez lo ha cambiado todo y obedece a dos razones.

En primer lugar, los sectores posibilistas, que son los diputados en Madrid del PDeCAT y ERC, como Carles Campuzano y Joan Tardà, son conscientes de la derrota del procés en octubre pasado. Saben que están en un callejón sin salida, tanto político como judicial, y desean abrir un nuevo escenario. El portavoz republicano lo expresó desde la tribuna del Congreso diciendo que querían pasar de la “confrontación dura” con el Estado al “diálogo dentro de la confrontación”. Que se trata de empezar por “el reconocimiento de la otra parte” para alcanzar más adelante alguna “negociación”. En el horizonte está, no cabe duda, el futuro de los presos y la hipótesis de un indulto tras el juicio. Ese es el relato con el que justifican, junto a la sentencia del caso Gürtel y la corrupción general del PP, el apoyo a la moción del socialista Sánchez. Un voto que han dado en contra del criterio inicial de Carles Puigdemont y de los sectores más hardcore del separatismo, lo cual señala una importante línea de fractura entre integristas y posibilistas.

Y, en segundo lugar, existía tanto en ERC como en el PDeCAT la necesidad casi psicológica de cobrarse la cabeza de Rajoy, convertido en el gran demonio de todas sus desdichas, aún cuando en realidad les ha sido de gran ayuda durante el procés por su desidia e incompetencia. Liquidar a Rajoy ha sido una especie de premio de consolación ante el hecho de tener que renunciar a restituir a Puigdemont y a los consejeros huidos o presos. De forma chocante han preferido sacrificar a ese valioso señuelo que era el líder del PP como gran enemigo del independentismo porque les permitía ahora armar el discurso falsamente victorioso de que “no se puede gobernar contra Cataluña”. Se trata de una pequeña satisfacción en la que se cruza lo político con lo psicológico.

Ahora bien, para el clima social en Cataluña que el PP haya sido desalojado del poder tiene de entrada efectos positivos. Aunque sea erróneo, la percepción general es que Rajoy formaba parte de la génesis del problema. La antipatía hacia su persona y su partido son enormes. No olvidemos que la pepefobia es consubstancial al soberanismo. Con Sánchez, en cambio, se abre una pequeña ventana de oportunidad para la distensión y el diálogo. Que lo hayan votado sin ninguna condición les obliga inicialmente a cambiar el discurso sobre España. Esperemos que acaben aceptando también que el conflicto es entre catalanes. Sin duda alguna lo sucedido tiene muchos elementos contradictorios y hasta inquietantes, pero la política no siempre se mueve por coordenadas lógicas y racionales. En definitiva, más allá de las dudas entorno a qué podrá hacer desde la Moncloa, démosle a Sánchez una oportunidad. Tiempo habrá para censurarlo.