Raimon Obiols, exprimer secretario del PSC y exeurodiputado socialista, fija su posición en una entrevista con Crónica Global

Raimon Obiols, exprimer secretario del PSC y exeurodiputado socialista, fija su posición en una entrevista con Crónica Global

Pensamiento

Raimon Obiols: "No habrá una Cataluña independiente, pero tampoco sometida"

El exprimer secretario del PSC y exeurodiputado sostiene que el nombramiento de Torra "es un regalo del cielo para el nacionalismo español" y que se debe huir de los "empeoradores"

27 mayo, 2018 00:00

Raimon Obiols (Barcelona, 1940) se mantiene fiel al partido que dirigió, el PSC, en los años de “plomo”, como él mismo los calificó. Con la Generalitat en manos de Jordi Pujol, aguantó la bandera socialista, que resistía con fuerza en los grandes municipios como Barcelona, acusado de “botifler” por los nacionalistas. Eran los tiempos de Banca Catalana y de la apropiación del país por parte de Pujol y de CiU. Ahora, después de su etapa como eurodiputado, Obiols vive entre Bruselas y Barcelona, y analiza con perspectiva el problema catalán, con una premisa que repite durante toda la entrevista con Crónica Global, que los socialistas aseguraron “cuatro décadas de convivencia cordial”. Obiols entiende que nadie ganará una batalla en la que se opongan dos extremos: “No habrá una Cataluña independiente, pero tampoco sometida”, y, ante eso, sigue manteniendo una posición que respete la singularidad catalana, dentro de una España federal, plural y de ciudadanos “libres e iguales”. Sobre la etapa de Pujol no tiene dudas. Lo considera un “anti Prat de la Riba, aunque se diga que fue un anti Tarradellas”, y ve todo lo que se hizo, desde una “obsesión identitaria” con gran distancia: “Quedó Port Aventura y poco más”.

--La elección de Quim Torra como presidente de la Generalitat, al margen de la idea de la custodia de la presidencia de Puigdemont, ¿es un retroceso para el conjunto del catalanismo, o una estrategia para provocar una mayor tensión?

--Para orientarse en la crisis actual de Cataluña y España puede ser útil distinguir entre empeoradores y mejoristas. Los primeros creen que, llegados al punto al que hemos llegado, cuanto peor, mejor. Hablan de diálogo pero lo hacen estrictamente imposible, y aspiran a ganar votos manteniendo e incluso aumentando la tensión. Los mejoristas, en cambio, quieren que la situación se arregle con diálogo y negociación. Los empeoradores viven de la retroalimentación entre procés independentista y proceso aznarista, dos proyectos excluyentes y antagónicos que se envuelven en sus banderas para tapar sus vergüenzas. Los dos juegan a la ruleta rusa y la víctima puede ser nuestra sociedad, nuestra convivencia, es decir todos y cada uno de nosotros. En este panorama, Quim Torra es, hasta prueba de lo contrario, un empeorador. Sus textos son demoledores: una mezcla de nacionalismo romántico y almibarado y esencialismo excluyente y vitriólico. Para los que aspiramos, en Cataluña y en España, a una amplia alianza de mejoristas para salir del agujero negro en el que nos están metiendo, la elección de Torra no es una buena noticia. De momento es un regalo del cielo para el nacionalismo español.

--¿Cree que Puigdemont ha sido consciente de las reacciones que provocaría su elección, o ha cometido un exceso imprevisto?

--Puigdemont ha escogido una persona que no le haga a él lo que él le hizo a Artur Mas, es decir, quitarle la silla. Pero no ha sido consciente de la carga de profundidad que representaban los artículos y mensajes de Torra. En la batalla por el relato, en España y Europa, son armamento pesado para Ciudadanos y PP, que emplearán a fondo y durante mucho tiempo, a falta de algo mejor. Jorge Dezcallar decía, antes de estos últimos episodios, que el Gobierno español estaba perdiendo, por inacción, la batalla de las opiniones públicas europeas. Ahora debe dormir más tranquilo, porque Torra les ha hecho el trabajo de golpe. Sus obras completas han soliviantado con toda la razón a los demócratas europeos y a la mayor parte de nuestro país.

--Con su experiencia, con la dirección del PSC en los años en los que más fuerte era Jordi Pujol, los llamados años de plomo, con el caso Banca Catalana, ¿cómo reacciona cuando Torra reclama que vuelva el PSC de aquellos años, que aquel PSC sí era catalanista y se podía contar con su apoyo?

--No se puede hablar en nombre de los que ya no están entre nosotros, pero yo tengo mis certidumbres, políticas y sentimentales, sobre la posición que tendrían en las circunstancias actuales. El socialista muerto siempre es usado hipócritamente por la derecha para criticar al socialista vivo. En su tiempo a nuestros muertos los criticaban exactamente igual. Un ejemplo especialmente doloroso: el consistorio convergente de Berga declaró a Ernest Lluch "infiel a Cataluña" y sólo cuando fue asesinado retiraron ese acuerdo. La lista de este tipo de injurias sería inacabable.

--¿Cree que ese nacionalismo excluyente de que ha hecho gala Quim Torra en sus escritos, ha estado siempre latente?

--Claro. Pero es minoritario, y sigue siéndolo, por suerte. Otra cosa es que al otro nacionalismo antagónico le convenga presentarlo de otro modo, y viceversa.

--Existe una idea que algunos periodistas y académicos, como Antón Costas, han comenzado a difundir y es que será necesario un nuevo contrato social que será entre “iguales”, y que provocará que todo se ponga en cuestión, desde la inmersión lingüística como se conocía hasta ahora hasta la gestión de los medios de comunicación públicos, pasando por las subvenciones a diferentes colectivos y entidades en el ámbito cultural. ¿Lo comparte?

--Antón Costas es un mejorista. Con él y con otros debemos hablar y emprender iniciativas para salir del agujero actual. Si a esto hubiera que llamarlo un nuevo “contrato social”, debería incluir como prioritarias las políticas de reducción de las desigualdades sociales y de género, de acceso razonable al trabajo y a la vivienda y de lucha contra la pobreza. En lo relativo a los temas de lengua y de escuela, las izquierdas mantuvimos y mantendremos siempre dos ideas básicas: un solo pueblo y la lengua no nos dividiráLos que critican estos planteamientos ¿qué proponen, exactamente? ¿Dos pueblos? ¿Tres o cuatro pueblos, unos al lado de los otros? ¿O enfrentados por motivos de lengua y de sentimientos de identidad? ¿Quieren que la lengua nos divida? ¿Que votemos de forma primitiva, según nuestro origen o nuestro  idioma  materno? Desde luego, en la barbarie de la manipulación de los sentimientos no van a encontrarnos. Hemos hecho posible durante décadas la unidad civil en Cataluña y queremos impedir que se consume la fractura en Cataluña y entre Cataluña y España que algunos fomentan, por una miserable ambición de votos y de poder. España es plural y también lo es Cataluña. Los nacionalismos excluyentes parecen querer sustituir esta realidad por una nueva versión del duelo a garrotazos. Tenemos el deber de impedirlo.

--¿Implica eso que hubo un acuerdo implícito entre elites catalanistas, entre CiU y PSC principalmente que fue asumido de forma pasiva por una buena parte de la población, aquella que no votaba en las elecciones autonómicas, pero sí en las elecciones generales?

--Algunos dicen que la larga hegemonía política del ­nacionalismo catalán fue posible por el consentimiento implícito que le prestaron los no nacionalistas. Tal vez sea cierto por lo que hace referencia a la burguesía y sus medios, o a los gobiernos de turno en Madrid. Pero no lo es en absoluto por lo que se refiere a la izquierda política y social que nosotros representamos. Sería una cínica impostura que un revisionismo interesado nos acusara de tibieza o de connivencia con el nacionalismo conservador. Nosotros hicimos posible cuatro décadas de convivencia cordial y civilizada en Cataluña y seria vergonzoso que se nos hiciera responsables, ni que fuera por insinuación, de la fractura actual. Los que penetrasen en este engaño colaborarían, en este caso sí, en el juego cruzado de los nacionalismos antagónicos y de la división.

--En ese aspecto, en el de rehacer el contrato social, ¿se puede mantener por más tiempo el actual modelo de los medios de comunicación de la Generalitat, de TV3 y Catalunya Ràdio? ¿Qué rol les adjudica en todo lo que ha ocurrido?

--Yo propuse en su momento, en nombre de mi partido, un sistema federal de televisiones públicas para el conjunto del Estado de las autonomías, un ente plural, consorciado, al estilo de la BBC. Se rieron de nosotros, en Barcelona y en Madrid. Todos querían tener su televisión, su coto privado de caza mediática. Me da vértigo pensar en los miles de millones de los contribuyentes que habría ahorrado nuestra propuesta, que además habría generado los equilibrios y contrapesos necesarios para combatir la manipulación partidista. Si alguien quiere organizar una huelga de hambre para exigir neutralidad y pluralismo en TV3 y TVE, sin excluir otras televisiones públicas y privadas, que me avise, por favor. Pensaré en serio si me sumo a ella, a pesar de mi edad avanzada.

--Usted se ha mantenido fiel a unas siglas, el PSC, que representó y lideró durante muchos años. ¿Entiende cuando Joaquim Nadal dice que el PSC se ha equivocado por completo, aunque inducido por el PSOE, al apartarse en su momento del llamado derecho a decidir?

--Lo que cuenta es el balance general. Con aciertos y errores, nuestra historia es honorable, a diferencia de otras, y globalmente positiva, con resultados difícilmente discutibles: ciudades y pueblos mejorados por buenos gobiernos municipales; Barcelona admirada en el mundo; una buena política militar tras el 23-F; la sanidad universal con Lluch, y un largo etcétera. Y por encima de todo, lo que ahora echamos más en falta: cuatro décadas de unidad civil en Cataluña, que los nacionalistas esencialistas de uno y otro lado están poniendo en riesgo de manera irresponsable y peligrosa, fomentando las divisiones por razón de lengua, origen, identidad y banderío. Estoy convencido de que Nadal y muchos otros, que son mejoristas, no sólo coinciden en este balance retrospectivo sino que pueden hacerlo también pensando en el futuro. Se trata de salir del callejón sin salida de los dos nacionalismos que excitan el choque emotivo de las identidades excluyentes, sin ofrecer el menor atisbo de una solución, porque no llevan a otra cosa que a la división cainita. Conducen a dos Españas y a dos Cataluñas, que pueden helar el corazón de los que vendrán detrás de nosotros. Prometen décadas de cainismos impotentes, porque  sus proyectos son totalmente inviables. Ni habrá una Cataluña independiente ni habrá una Cataluña sometida y sumisa. Esas cosas nunca sucederán. Sobre esta doble constatación, el diálogo no sólo es posible sino necesario.