A Pedro Sánchez le gusta arriesgar. Es su sino en política. Y esto no quiere decir que siempre acierte. A veces comete errores de bulto o aplica estrategias que le susurran sus druidas que son manifiestamente mejorables. Pero arriesga. Lo hizo en 2018 convocando un Consejo de Ministros en Barcelona. Se lio parda, pero dejó claro su mensaje: el Estado está en todos los puntos del territorio. Lo ha hecho en 2023 con la cumbre hispano-francesa ante un independentismo de quiero y no puedo.

Se la jugaba y ganó. Ahora que el presidente se nos ha presentado como jugador de petanca, dejó sus bolas al lado del boliche expulsando las del contrario. Por mucho que Puigdemont y Borràs saquen pecho por el éxito de la convocatoria independentista, lo cierto es que se asemeja más a un fracaso. Ya le hubiera gustado a Macron que las manifestaciones en Francia contra su reforma de las pensiones se hubieran parecido a la de la Fuente Mágica. Por cierto, Xavier Trias se autoborró de la “minimani”. Se nos presenta como moderado, pero está en el partido nostálgico del procés, el que sigue apostando por el enfrentamiento con el Estado, aunque luego el enfrentamiento no es tan fiero como lo quieren pintar. Es un moderado, según él, en un partido más que radical. Esto nos lo tendrá que explicar de aquí a las elecciones porque se presenta del brazo de Puigdemont, aunque reniegue de él. Conclusión: el independentismo constató que el procés ha muerto, lo que no significa que el independentismo haya desaparecido. Lo que sí está es desunido y desnortado. Lo único que les importa ya no es la independencia, sino quién es el que manda.

Puigdemont ganó la partida a ERC. Junqueras fue víctima de un movimiento más que erróneo. Los insultos que recibió fueron de tal calibre que abandonó la concentración por la puerta de atrás. Salió hundido y vilipendiado. Incluso algunos le desearon que volviera a la cárcel. Aragonès no salió por la misma puerta, aprovechó la gatera que le obsequió Sánchez. Pudo decirle cuatro cosas al presidente español y otras al francés, para lavar su imagen y salió por patas antes de que sonaran los himnos nacionales y se pasara revista a las tropas. Qué menos podía hacer Sánchez por su socio Aragonès más que darle una salida airosa al ridículo más genuino realizado por los republicanos. Se constató una vez más que sorber y soplar es imposible.

Con todo el foco europeo centrado en una alianza que consolida el eje franco-español ahora que el alemán no pasa por su mejor momento y el firmado con Italia en 2021 está en la nevera, la manifestación independentista supo a poco. No era contra Sánchez, era contra ERC. Puigdemont hizo pasar a Junqueras y a Aragonès, sobre todo a Junqueras, por las horcas caudinas. ERC dejó sus bolas muy lejos del boliche, Puigdemont le ganó, pero quedó lejos de Sánchez. El presidente hizo de presidente mientras un independentismo desunido y enfrentado no tuvo el músculo suficiente para amargarle la cumbre. De hecho, los independentistas echaron una mano a un presidente español que en Europa y en el mundo tiene su espacio. En Davos, por mucho que el PP quiera amargarle la cosa, fue felicitado y eso no es poco.

Con la cumbre acabada el FMI le envió un regalo a Sánchez. Casi electoral. La inflación se situará en el 3,7%, el crecimiento del 22 será del 5,2% y en el 23 del 1,1%. El presidente dejó Barcelona con buenas noticias económicas, con un tratado de amistad bajo el brazo que refuerza a España en Europa y con un independentismo sin fuelle que constata que el procés ha muerto, lo que no implica que el independentismo esté derrotado. Illa lo consiguió en las últimas elecciones y ahora tiene en su mano ponerlo entre la espada y la pared negándole los presupuestos. Habrá que estar atentos a los próximos movimientos, que no duden afectarán a los resultados municipales.