El presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy dijo que “el futuro no es un regalo, sino una conquista”. Y tenía razón. El 12 de mayo los catalanes nos jugamos el futuro. A diferencia de otros momentos sabemos los que son alquimistas y telepredicadores. Sabemos a quién votar para que nuestro país abandone el bucle provincianista de unos y el bucle supremacista de otros, y nos dediquemos a construir un país para vivir, para trabajar y para convivir. Si no queremos un regalo tendremos que luchar para obtener una conquista.
Las elecciones son fundamentales y los primeros movimientos nos enseñan lo que nos espera si las fuerzas independentistas mantienen su mayoría. Pere Aragonés, de ERC, nos da bandazos. En poco menos de una semana hemos pasado del pacto fiscal a la pregunta en una consulta independentista. Binaria, por tanto divisoria, en una propuesta engañosa de la que se cae la Vía Montenegro, que marcaba un mínimo del 50% de participación y un 55% de votos a favor. Lo mismo que aprobó el congreso republicano de hace un año, elogiando al país de los Balcanes, que contó con el OK de la Unión Europea. Aragonés levanta la estelada para ocultar su fiasco de gestión. El último, el del conseller David Mascort, que dijo hace una semana que las lluvias aliviarían las restricciones. Como vidente no tiene futuro, sin duda, pero lo peor es que un responsable tiene que ser más austero y sensato en sus previsiones. Dar esperanzas a la gente sin fundamento es la antítesis de un político.
En su deriva endiosada, Puigdemont ha apuntado un fichaje de relumbrón, que no es tal. Anna Navarro no dudo que fuera una persona destacada en el sector de las nuevas tecnologías, pero a tenor de lo que dice la web de su última empresa, ya no es nada. Sin experiencia, nos volverá de Silicon Valley a calentar la silla. Si Puigdemont no vuelve, y no volverá porque no ganará y no será candidato, su número dos aventura un nuevo episodio de mediocridad sin solución de continuidad. Puigdemont saca pecho y se nos presenta como el gran salvador de la patria con su cóctel de patrañas e insensateces. Nos promete la luna pero no tiene ni coche que le lleve.
En este ámbito, el independentista, no parece que nadie se vea más allá del ombligo. Los de la CUP son más que nunca la esencia del revolucionario pijo que habla mucho y no gestiona nada. Y como éramos pocos, nos llegan los ultrarracistas de Aliança Catalana y los muy, pero que muy, independentistas de Alhora con Clara Ponsatí como guardiana de unas esencias que no ha sabido guardar en los últimos años, acompañada de Jordi Graupera, que como credenciales presenta su fiasco en Barcelona en las municipales de 2019.
Con este escenario revuelto, el independentismo flaquea. Aún conviven todos juntos, aunque peleados y cabreados, y no duden, que si pueden, lo volverán a hacer. Volverán a reunirse, aunque sea con los votos de la ultraderecha patria, para continuar en la noria sin fin que pusieron en marcha en 2012, con aquellos iluminados -que hoy siguen en su puesto- que pensaron que con la crisis económica y el PP en Moncloa, la independencia sería coser y cantar. Y entre lío y lío, Cataluña sin barrer. No han sido estos años nuestra década prodigiosa. Antes al contrario, hemos vivido una década decrépita y sin sentido, que dejó la convivencia en la estacada y el crecimiento anulado, aumentando nuestro déficit social. Y lo que es peor, si los catalanes no somos valientes y vamos por la conquista, podemos ver cómo el independentismo herido y renqueante bloquea la formación de un nuevo gobierno. Todo porque el cambio no llegue a Cataluña, y el cambio es lo único que puede poner de nuevo a Cataluña en la casilla de salida.
Cierto es que con el resto de España hemos de arreglar muchas cosas, pero deberíamos empezar con nuestra casa. Y la solución la tenemos los catalanes porque siempre es mejor una buena conquista que un mal regalo. Podemos conquistar el país y para ello el independentismo tiene que ir al rincón de pensar. Ya está bien de veleidades, Cataluña necesita gobierno y liderazgo. Un liderazgo sencillo, pragmático que toque con los pies en el suelo, para enterrar el mesianismo. Tenemos la palabra para iniciar la conquista. Es cosa nuestra no desperdiciar la oportunidad.