Parece que el virus SARS-CoV-2 afecta seriamente al cerebro, al menos si es en este órgano donde reside el sentido común. No estamos de vacaciones, no somos una sociedad mantenida. Estamos avanzando con paso firme hacia un abismo económico y parece que nuestro principal problema es ir en bici o trotar por las ciudades. El clamor social no debería ser, solo, para ir a los bares sino, sobre todo, para volver a trabajar. 

El cuadro macro enviado por el Gobierno a Bruselas en la actualización del programa de estabilidad presenta unos datos de color negro hormiga: caída del 9,2% del PIB, desempleo del 19% y déficit público cercano al 11%. Una tragedia económica, pero probablemente la realidad sea peor. Tanto el Banco de España como la Airef, apuestan por escenarios aún peores porque nadie tiene claro cómo evolucionará la economía en una sociedad asustada que comienza a salir a la calle con poco más que buenas palabras y recomendaciones genéricas sobre la hipótesis, falsa, que todo el mundo es contagioso.

Nos han instalado en una dicotomía entre salud y economía. Lo que tenía que ser una reacción puntual ante una emergencia sanitaria no controlada se está cronificando y las semanas pasan sin otra esperanza que el calor y la luz apacigüen los contagios, iniciando un desconfinamiento confuso, sin soporte de la tecnología y tremendamente lesivo para la economía. Quedarse en casa y salir en tropel en chándal a no se sabe muy bien qué hacer es progre, pensar en reactivar la economía, reaccionario.

Si sólo 17 días de marzo medio parados han traído un 5,2% de caída del PIB intertrimestral destrozando la decente situación de enero, febrero y medio marzo, la caída en el segundo trimestre va a ser superior al 20% pues en abril pasamos quince días “de vacaciones recuperables” y otros 15 días al mismo ritmo que en la segunda parte de marzo.  Mayo estará a menos de medio gas y está por ver cuánto se logrará reactivar en junio. Entraremos en un tercer trimestre donde, confío, no se nos ocurra cerrar el país por vacaciones y la evolución del cuarto trimestre estará supeditada a si los rebrotes generan pánico o no. Con este panorama una caída del PIB en el año de “solo” el 9,2% será un milagro. De momento las cifras de ventas de coches, uso de tarjetas de crédito o actividad inmobiliaria por poner tres indicadores de la evolución económica, son simplemente aterradoras. Veremos que da de sí mayo y, sobre todo, junio.

Aunque la salud no se compra con dinero no es menos cierto que un individuo y una sociedad se pueden cuidar mejor si tienen dinero. Existen muchos estudios que evidencian la correlación entre esperanza de vida y PIB per cápita siendo la curva de Preston la evidencia científica más conocida. Una buena sanidad ayuda a que muchas personas alarguen su vida. No es que una caída del 10% del PIB en 2020 lleve nuestra sanidad a niveles de África, ni mucho menos, pero la recesión económica y el altísimo déficit nos llevarán en el medio plazo a seguir debilitando nuestro sistema de salud. Las comunidades autónomas ya se cargaron con los recortes al mejor sistema sanitario del mundo. Las variopintas y en ocasiones espúreas prioridades de los caciques autonómicos impidieron la recuperación del sistema y ahora la ruina general la hará inviable.

Pensiones, subsidio de desempleo, renta básica, sanidad, seguridad,… son imprescindibles, pero hace falta dinero para pagarlas, un dinero que cada vez escasea más y que nos aproxima a un rescate, en principio light, pero rescate europeo a fin de cuentas y eso significará, de nuevo, restricciones y recortes.

Hemos de volver a producir y consumir cuanto antes. Y para eso se necesitan indicaciones claras, tecnología para facilitar la vida a los inmunes e identificar nuevos focos de contagio, imaginación para acelerar el retorno a la normalidad y, también, asumir ciertos riesgos.

Las estadísticas son pésimas y además cargadas de intencionalidad política cuando no de deslealtad emponzoñada desde varias Comunidades Autónomas, pero los análisis sobre el personal sanitario pueden dar una indicación bastante clara al tratarse del colectivo en edad laboral que más pruebas se ha hecho al estar más expuesta al virus. El 0,1% de los contagiados ha fallecido, el 1,2% ha entrado en la UCI y el 10,9% ha requerido hospitalización, con diferencias muy claras por tramo de edad que, en realidad, fundamentalmente van asociadas a patologías previas.

Con una base de más de 30.000 contagiados registrados en el sistema de vigilancia de epidemias se podrían extraer conclusiones que permitiesen asumir riesgos controlados, por ejemplo, por grupos de edad de toda la población activa pues pocos gremios van a estar tan expuestos a entornos de alta carga viral como el personal sanitario. Si se sobreprotege a los mayores de 65 años y se dispone de medios sanitarios específicos, como ya hay ahora, esta epidemia se puede gestionar manteniendo una actividad razonablemente normal para, sobre todo, trabajar y consumir.

Hay muchas cosas que se pueden hacer de manera sencilla más allá del confinamiento, como abrir el turismo entre zonas limpias, segmentar trabajadores por edad o por disponer de anticuerpos. Con algo de imaginación y tecnología se podría reducir el enorme impacto económico de esta epidemia. Lamentablemente la imaginación y el sentido común parece más en las empresas que en las administraciones, tanto la central como en la mayoría de las autonómicas, lo cual tiene sus claras limitaciones de coordinación y, sobre todo, seguro que producen tanto solapes como carencias.

Hace falta un liderazgo decidido de alguien que no se obsesione con los índices de popularidad, con las audiencias televisivas o con los pactos con compañeros de viaje imposibles. Si algo demuestra esta crisis es que nuestro sistema pseudofederal es un desastre, si pasa lo que pasa con las estadísticas da pavor pensar qué nos ocurrirá cuando volvamos a depender de quienes nos malgobiernan en la cercanía. Falta un mundo para las próximas elecciones y es momento de arriesgar. De no hacerlo el fracaso no ya del gobierno sino de la sociedad en su conjunto está asegurado. Arruinar a todo un país no es la mejor manera de consolidarse en el poder, aunque nos dejen salir a trotar al atardecer.