El ruido creado por sus señorías ha alcanzado un nivel de decibelios algo más que estridente, daña los oídos y empieza a generar estupor e indiferencia. Con sus pataletas, aspavientos y demás gestos, los diputados han superado a aquellos entrañables guiñoles de Canal +. Ahora, pasados los años, los monigotes parecen más creíbles y sensatos que muchos políticos y militantes activos.

Es impredecible el impacto que, entre el común de la ciudadanía, pueda producir el lenguaje disparatado del presidente Sánchez y su cohorte. Tampoco es posible conocer aún cuál será el coste electoral del bloqueo al que han sometido PP y PSOE la renovación del CGPJ y del Constitucional. La militancia socialista, dividida –y avergonzada, en parte, por las maneras de su líder—, asume paradójicamente que esta mimetización con el podemismo más esquemático ha de tener un buen resultado. El argumento es sencillo: el PSOE, al escorarse hacia un izquierdismo vocinglero, ha puesto en evidencia el perfil más derechista e inmovilista de los conservadores. De ese modo los bloques parecen estar mejor definidos, y Sánchez se consolida como el gran líder de uno de ellos.

Y en medio de este ruido, la ciudadanía quizás se plantee ya si el problema de la democracia no es el sistema en sí mismo, sino la deriva bufonesca e irresponsable de nuestros representantes. ¿Acaso en los últimos años no han mutado muchos diputados en políticos antiparlamentarios? La actuación de Felipe Sicilia, desde la tribuna de oradores del Congreso la pasada semana, fue lamentable; la escena bien podría convertirse en material didáctico para la enseñanza de la historia reciente de España, como un claro ejemplo de manipulación descarada. Cuando se lanza una mentira de tal calibre (la derecha dio el golpe del 23F), por ignorancia o por maldad, no solo quedas incapacitado como parlamentario, sino que además atacas directamente a la memoria democrática. Flaco favor hace a las asociaciones memorialísticas.

Paso a paso, el lenguaje político se ha ido simplificando. Decir que lo sucedido estos días es un golpe de Estado es más que caricaturizar la realidad, sobre todo si al día siguiente obedeces a la resolución del Tribunal Constitucional. Visto y oído así, Sánchez, Batet, Gil y Bolaños y sus socios de gobierno se han plegado ante los golpistas. Luego, seguirán siendo representantes legítimos, pero, según sus acumulativas declaraciones, han dejado de ser dignos defensores de nuestra democracia. Siguiendo sus paradójicos modos, ahora son cómplices del “complot” que han denunciado.

A este confuso panorama se suma otra contradicción. El Gobierno, al estilo juanpalomo, se parapeta una y otra vez en el gasto social, pero esa inexcusable política no justifica sus compulsivas invasiones del resto de poderes del Estado. El presidente no solo ha intentado pasar por el rodillo al poder judicial –por mucho que esté instalada en él una mayoría conservadora prorrogada—, sino también y con maneras muy autoritarias o procesistas ha hecho lo mismo con el legislativo. Sánchez, como jefe del poder ejecutivo, ha intentado dinamitar el debate y los procedimientos habituales del Congreso al considerar que estos enlentecen o entorpecen su modo de gobernar. Estas autocráticas acciones las realiza el presidente por su convicción de estar en lo cierto o porque necesita retorcer la legalidad en beneficio de sus intereses electorales partidistas. Tanto da, el resultado es nefasto.

Sean progresistas o conservadores, ahora sabemos que en los órganos de poder de los jueces o en el Tribunal Constitucional no solo está en juego la política de bandos, sino también intereses familiares de uno y otro lado. Lazos de todo tipo hay en los mullidos sillones de la alta judicatura: hermanos, amigos, esposas y maridos... Al final y utilizando el mismo lenguaje simplista y disparatado de Sánchez y su cohorte, el ciudadano puede resumir esta lamentable guerra política con cargos y togas por medio con un quítate tú para ponerme yo. No puede ser peor el balance de 2022: descrédito del parlamentarismo y avance sin freno del populismo. En años venideros vendrán los lamentos, las palabras insensatas no se las lleva el viento.