El procés ha muerto. Ni Cataluña es independiente, ni existe la república catalana y el Estatut y la Constitución española siguen siendo plenamente vigentes en el territorio. Sin duda es un buen momento para analizar cuáles fueron los factores coadyuvantes que lo pusieron en órbita y le han permitido conseguir tan amplio apoyo ciudadano. Al margen de los graves errores cometidos por el Gobierno de Mariano Rajoy, es indudable que sin la complicidad de una determinada "izquierda", el secesionismo hubiese tenido muchas dificultades para ampliar su base social y sería mucho más débil.

Esta izquierda cómplice aceptó la manipulación de la historia donde el secesionismo se arroga el protagonismo de la lucha antifranquista. Las heridas abiertas por la represión del franquismo a la cultura y lengua catalanas hicieron que en las filas de los partidos de izquierda cundiera el pánico de ser tachados de franquistas si impugnaban los dogmas lingüísticos del nacionalismo. La izquierda radical subordinó su estrategia a un movimiento secesionista claramente conservador que alcanza su mayor apoyo entre los catalanes de tercera generación, de rentas más altas y mayor nivel de estudios.

El movimiento nacional catalán que tiene como president de la Generalitat a un personaje como Torra, ultra conservador y ultranacionalista, es fundamentalmente un movimiento que recuerda al "poujadismo de la Francia de los 50, liderado por las capas medias fuertemente conservadoras y que cuenta en Cataluña con complicidades en la izquierda "estéril". La revolució dels somriures es una pseudo-revolución de ricos contra pobres que, además, recibe sus principales apoyos internacionales de los partidos de la extrema derecha europea (Liga Norte, flamencos…). Las reivindicaciones del secesionismo tienen una fuerte componente insolidaria típica de los territorios ricos que pretenden separarse de las regiones menos desarrolladas.

La grosera sustitución de la perspectiva de clase por la nacional durante seis largos años ha permitido inundar de bruma las relaciones sociales en Cataluña. Si en el conjunto de España las políticas desarrolladas durante la crisis han supuesto un retroceso de las condiciones de vida y de trabajo de los ciudadanos, en Cataluña han tenido más éxito que en ningún otro lugar. El proceso secesionista tiene su origen en la necesidad de sectores dominantes de la sociedad catalana de perpetuarse en el poder en el momento en que en Cataluña se ponían en práctica los mayores recortes sociales y la consecuente deriva privatizadora de la enseñanza y la sanidad pública. El procés ha servido para intentar ocultar las sombras del pujolismo una de las administraciones autonómicas más corruptas del Estado.

Aunque el procés murió en octubre del pasado año, el "problema catalán" sigue sin resolverse. Entramos en una nueva fase en la que la resolución de los juicios pendientes a los líderes de la "revuelta" será, sin duda, instrumentalizado por el secesionismo para mantener a sus bases en plena excitación y continuar instalados en la provocación permanente.

Se abre una nueva etapa con un Gobierno de España presidido por un partido socialdemócrata, firmemente decidido a corregir las políticas de austeridad que tanto han contribuido a incrementar la desigualdad. El futuro de las izquierdas en Cataluña pasa por aprovechar este nuevo escenario para situar su agenda social sin intoxicación identitaria, ayudar a construir un nuevo relato de España y combatir la hegemonía de las ideas del soberanismo con propuestas sociales que permitan mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los ciudadanos de Cataluña.

Aun estamos a tiempo de que en esta nueva fase las izquierdas abandonen su seguidismo y complicidades con el soberanismo y propongan su agenda propia basada en la solidaridad de clase y la unidad de los trabajadores.