Bienvenidos una vez más, queridos amigos de El hombre y la Tierra, a otro de nuestros programas dedicados a la siempre asombrosa y rica fauna ibérica. Tras estudiar al buitre barbado, o quebrantahuesos, nos dedicaremos hoy a examinar las costumbres, ritos, apareamiento y vida sexual de una criatura portentosa, que habita en dos zonas bien delimitadas de España: en los agrestes riscos vascongados, en el Norte, y en el interior más profundo y recóndito de la geografía catalana, en el Nordeste.

Me estoy refiriendo, como quizás hayan intuido, al asombroso sátiro o fauno vasco abertzale, pero sobre todo a su homólogo catalán, el fauno autóctono tractoriano, en el que nos centraremos hoy. Ambos son, como los ejemplares y poblaciones aisladas que podemos encontrar en algunos puntos de Europa, como Córcega, Padania, Bretaña o Baviera, hijos espurios de Pan y Dioniso; hijos, por tanto, de aquellos seres mitad hombre mitad carnero, en el caso de los faunos helénicos originales, o mitad hombre mitad chivo, si su línea genética desciende de las colonias que se establecieron en los territorios de la antigua Roma. 

Cuando el verano declina y los días se empiezan a acortar de forma imperceptible, sátiros y faunos se sacuden la modorra, esa galbana propiciada por el calor canicular, el atiborre de paellas en Cadaqués y los largos sesteos. Bostezan mientras se estiran y rascan con fruición sus peludas extremidades y atusan sus puntiagudas orejas. Así terminan de acicalarse, comprueban el estado de su cornamenta y repasan mentalmente todo lo que tienen que hacer con evidente fastidio, porque les encanta haraganear, aunque rápidamente se animan al recordar que en breve vendimiarán y pisarán uvas al son de tamboriles, címbalos y flautas; trabajo divertido y diferencial que invita al compadreo y que siempre termina en épicas borracheras, bacanales y orgías.

Los sátiros, queridos amigos, se parecen mucho entre sí, habiten en la longitud y latitud en la que habiten. Todos ellos son sumamente pícaros, perspicaces, recelosos; dicen ser alegres, festivos e inclusivos, aunque solo lo son en apariencia, porque en realidad son unos bocachanclas, cuyo sentido de la fraternidad y de la generosidad termina allá donde deja de escucharse el badajo del cencerro de sus rebaños o se diluye el tañido de la campana de su villorrio; es decir, únicamente les interesa lo suyo, que siempre es mejor que lo de otros, porque los faunos tractorianos se caracterizan por hacer muchas cositas, que a base de repetir durante siglos hacen bien. Su autoestima y sentimiento de superioridad es proverbial. Por lo tanto, estos seres peludos y hedonistas, medio humanos medio cabritos, o cabrones, son tremendamente territoriales y toleran mal a los de fuera, sobre todo a los pixapins, a los que acusan de invadirles los domingos con el malsano propósito de mearse en sus sagrados pinos milenarios, y de ser unos estúpidos camacus babeantes, que alaban la belleza de la Arcadia feliz en la que habitan y que ellos desean preservar a ultranza. Por todo lo dicho, queridos espectadores, los faunos son territoriales y endogámicos, insolidarios, huraños y radicalmente independientes. Estas características son comunes a los faunos vascos y a los catalanes.

El fauno abertzalista vascuence cubre su cornamenta con amplia txapela, y el catalán, el tractoriano, lo hace con un ridículo gorrito frigio de paño rojo. El primero, más bruto que un arado y de impronta chulesca, elabora txacolí, mientras que el segundo enloquece macerando ratafía, que es un sucedáneo infame de la mítica ambrosía olímpica, pero de efectos igualmente devastadores. Como verán en las siguientes imágenes, captadas desde lo alto de un frondoso árbol, cuando el fauno tractoriano trasiega ratafía en demasía se pone insoportablemente sentimental, y le da por cantar, lira en mano, soporíferas melodías de exaltación nacional que resumen sus agravios, derrotas y odios viejos, tirando de un abominable repertorio que incluye tonadas clásicas como La gallineta revolucionària o El estacazo del fauno Siset. Con frecuencia, en sus peores melopeas, les da por bailar en círculo alrededor del dolmen de Vallgorguina la hipnótica danza conocida como Marxem, sàtirs, marxem! --también llamada "sardana sediciosa"--, que aburre hasta a las moscas y sume a todos los participantes en un profundo letargo morfeico.

De todos modos, amigos de El hombre y la Tierra, si algo distingue al sátiro autóctono de Tractoria es su enconada defensa del derecho a decidir hacer todo lo que le pase por la entrepierna y el rabo, lo que le lleva a patalear y berrear sin medida cuando se le contradice. Estas criaturas consideran que llevan siglos siendo objeto de robos, agresiones, burlas y humillaciones por parte de sus vecinos, los apestosos y despreciables ñordos, y también de los botiflers tabarnianos, que son ñordos traidores y muy odiados, pero de “pruximitat”, porque se instalaron en su Arcadia feliz tiempo atrás y ya no hay manera de echarlos.

Observen ahora, queridos televidentes de El hombre y la Tierra, el más fascinante de los rituales del fauno tractoriano, en un documento único obtenido por nuestro equipo aun a riesgo de su seguridad. Fíjense en que, invariablemente, a comienzos de septiembre, estas portentosas criaturas se levantan diariamente en estado priápico; es decir, con una excitación sexual sin parangón, porque el vergajo del fauno autóctono tractoriano es, y así lo aseguran los mejores naturalistas, arquetipo mítico por antonomasia: un ariete descomunal, en envergadura y tamaño, que cuando es enarbolado suscita auténtico pánico entre sus enemigos naturales, los ñordos y tabarnianos, que huyen despavoridos. Arengados hasta el delirio por la Asamblea Nacional de Faunos Sediciosos, y por los Muy Honorables Líderes Cabritos y Cabrones --que caldean el ambiente desde las lóbregas mazmorras ñordas o desde el "exilio"--, agarran los faunos sus banderas, sus hoces y sus carretas de bueyes con tracción a las cuatro ruedas y se plantan en la capital de Tractoria, donde vociferarán a placer durante horas, hasta quedar afónicos, amenazando con la guerra total, con la desobediencia, con la unilateralidad; jurando odio eterno y venganza, y amenazando con liar la del Kraken, con o sin permiso de Poseidón.

Y al final del día, como cada año, los sátiros tractorianos regresarán exultantes a sus comarcas, convencidos de que la hora de su libertad se aproxima, de que son muy amados por los dioses y absolutamente superiores a cualquier otro ser vivo; orgullosos por saber que el Olimpo entero les mira y se estremece ante su fuerza y osadía. No obstante, en las semanas siguientes, a medida en que se desinflen sus monstruosos vergajos, la sensación de euforia dará paso a un tremendo dolor testicular, dolor inconfesable del que no dirán nada, porque saben que deben sufrirlo como quien sufre almorranas en resignado silencio. Son conscientes, y la cosa viene de largo, de que cada once de septiembre, pase lo que pase, por mucha que sea la decepción posterior, por mucho que cunda el desánimo, por mucho que los líderes cabritos y cabrones les engañen como a faunos chinos, deben arrimar su vergajo, apuntando enhiesto y retador a las alturas, y participar en la Gran Jornada de Erección Nacional Tractoriana o célebre Diada Priápica del Fauno Sedicioso...

... a pesar de que --¡vaya por Zeus!-- la cosa siempre acabe en gatillazo.