Son muchos los coloquialismos y frases hechas con los que la sabiduría popular se consuela tras el escudo de la ironía del fatum del destino cuando las cosas van mal dadas. La vida nos da sorpresas, se suele decir, sí; pero la política, muchas más. Cuando la tostada cae, lo hace siempre por el lado de la mermelada; cuando las cosas van mal, pueden ir a peor. O, dicho de otro modo: éramos pocos y parió la abuela. En este caso ha parido un Koldogate que es un primor.
A Pedro Sánchez no paran de crecerle los enanos. Últimamente todo le sale rematadamente mal. Nuestro trilero presidencial empieza a parecerse a Pierre Nodoyuna, el risible y maquiavélico personaje de Los autos locos. Quizá sea castigo a la mucha cizaña que ha sembrado, o se deba a una aciaga conjunción astrológica, al azar, a la ley del karma, o simplemente a que haya pisado una caca de perro. Pero ahí lo tienen. Eppur si muove…
Ha sufrido una derrota histórica en las gallegas; su secta sanchista pierde a diario poder territorial y se diluye en el mapa; la ley de amnistía que le dicta Carles Puigdemont desde Waterloo tan pronto parece estar envuelta para regalo y con lazo, como se tambalea y amenaza con irse a pique; en la UE examinan todo cuanto hace con lupa, desde la amnistía al uso de los fondos que inyectan en nuestra economía; el malestar en el sector agrario no remite; en sus visitas de pleitesía y genuflexión ante el chantajista de Marruecos nada le sale bien –siguen Ceuta y Melilla con la frontera cerrada y la avalancha de pateras no cesa–; y, para colmo, las últimas encuestas apuntan a que Alberto Núñez Feijóo rozaría, en caso de elecciones, la mayoría absoluta sin el concurso de Santiago Abascal.
Y así está el patio cuando a Sánchez va y le estalla en las narices el Koldogate. Y no, no va a ser este otro asunto más, otro de esos escándalos en los que la gente, agotada de tanta zafiedad política, opta por pasar página a los cuatro días. Nuestro autócrata se enfrenta al peor caso de corrupción de toda su carrera política. Por su dimensión mediática, sus muchas ramificaciones y sus posibles implicados, el Koldogate acaparará la atención y los titulares de todos los medios de comunicación durante mucho tiempo. Las noticias se suceden, ahora mismo, a la velocidad del rayo. Y lo que ya sabemos y vemos es apenas la punta del iceberg.
Lejos quedan los días de la crisis y conflicto interno del PSOE de 2016, cuando Sánchez, que defendía la idea de formar un Gobierno de coalición con Podemos, nacionalistas, separatistas y bilduetarras, a fin de impedir que Mariano Rajoy accediera a la Moncloa, se enfrentó al Comité Federal de su partido y al ala socialista más moderada. Ya saben cómo acabó semejante sainete. Las urnas sin vigilancia, el biombo y el secuestro del carrito del helado. Pedro salió trasquilado, con el rabo entre las piernas, y perdió todo el poder.
Lo que sigue, dada la proverbial soberbia del personaje, es la historia de una obcecación bien documentada. Acompañado por un núcleo duro de incondicionales –Santos Cerdán, José Luis Ábalos, Koldo García, y la ya fuera de tablero Adriana Lastra–, a los que un Albert Rivera no dudaría en señalar como el embrión de su “futura banda”, Sánchez se puso a volante de su mitificado Peugeot 407 dispuesto a quemar llanta y gasofa y decidido a patearse toda España, incluyendo Olmedillo de la Sierra y Gallocanta del Robledal, a fin de captar los miles de avales que le permitieran regresar al poder, derrotando en primarias a Susana Díaz, y recuperar el control del PSOE.
Es cosa sabida que viajes así unen mucho y crean vínculos perdurables en el tiempo, porque entre etapa y etapa, uno va y para, y se comparten unas risotadas, unas gambas, un plato de jamón, una visita al Tito Berni de la zona, y, si se tercia, algún que otro refocile en discreto putiferio comarcal. Ya saben: “Amigos para siempre means you'll always be my friend”, que cantan Los Manolos en el preceptivo casete de gasolinera. Cerdán trajo a Koldo, guardaespaldas, chófer, secretario, portero de discoteca o lupanar y socialista de confianza. Pasaría a ser el segundo de abordo y hombre para todo de Ábalos, y este, a su vez, mano derecha y hombre para todo de Sánchez. La historia concluye con un vigilante Koldo abrazado, en duermevela, a las urnas que contenían los avales necesarios para el comeback de Sánchez a la vida política.
Y ahora, cuando estalla el Koldogate, con toda su trama de mordidas, comisiones, irregularidades y corrupción por la gestión y compra de las mascarillas pandémicas –y estamos hablando de una estafa de más de 53 millones de euros de los que a duras penas son justificables 6,9 millones; de la implicación de dos redes societarias en España y otras dos en el extranjero; y de una larguísima lista de presuntos implicados–, resulta que ninguno de ellos conoce a nadie, que nadie sabe nada de nada, que ni vieron, ni oyeron, ni intuyeron nada, y que en el peor de los casos solo pasaban por allí camino de la playa.
La táctica empleada por Sánchez ante semejante tsunami, que toda la bancada sanchista ha asumido cual espíritu de grupo, es la habitual. Nada como un buen cortafuegos, una inexpugnable Línea Sigfrido, a la hora de acotar responsabilidades y salvarse de las llamas. Y por descontado: un ventilador bien potente a fin de aventar y repartir culpas a diestro y siniestro. El clásico “¡Y tú más!”. Cuando en la sesión de control del pasado miércoles día 28 Núñez Feijóo acusó directamente al presidente –“Usted, señor Sánchez, lo sabía; lo sabía todo y lo tapó. Lo ha tapado al menos desde hace tres años”–, los sanchistas, a la velocidad del rayo, sacaron a colación a Eduardo Zaplana, Rodrigo Rato, Luis Bárcenas, a Pablo Casado y a Isabel Díaz Ayuso y a su hermano. De nada sirvieron las muchas preguntas formuladas desde la oposición. Ninguna obtuvo respuesta.
Pero la afirmación de Feijóo es cierta. El abogado aragonés Ramiro Grau denunció cuatro años atrás este caso de corrupción ante los tribunales; envió seis cartas con toda la información disponible a Pedro Sánchez, que nunca fueron contestadas, y también a Ábalos, que le interpuso una querella al ser mencionado en los artículos que él publicaba sobre el Koldogate. Solo Isabel Díaz Ayuso acusó recibo de esa información, pero sin llegar a tomar cartas en el asunto.
La investigación de la trama Koldogate –oficialmente denominada Operación Delorme– incluye a una larga lista de implicados (Koldo García y familia, Víctor de Aldama, Juan Carlos Cueto, Íñigo Rotaeche, Israel Pilar Ortiz…), pero obligará a declarar a muchos más: Cerdán; Ábalos; el exministro Salvador Illa; Ángel Víctor Torres, expresidente canario; Fernando Grande-Marlaska, y también a la expresidenta balear, y actual presidenta del Congreso, Francina Armengol, que ahora declara estar tremendamente indignada, pero que no denunció las irregularidades y defectos del material recibido en su día, callando durante años, hasta su salida de la presidencia balear. También deberá aclarar por qué motivo solicitó, sabiendo que las mascarillas eran inservibles, modificar el contrato con el proveedor a fin de que el pago fuera abonado con fondos de la UE. A los de Bruselas se les va a helar la sangre en las venas.
De momento, el cabeza de turco, la víctima propiciatoria, el principal apestado, es José Luis Ábalos, expulsado del partido. Acta en mano –herido, pero sin ánimo de venganza según dice– se trasladará al gallinero del Grupo Mixto de la Cámara Baja. A buen seguro hará buenas migas con Ione Belarra y sus podemitas y nos dará días de gloria.
No lo duden, esto no ha hecho más que empezar. Aquí hay muchas mantas de las que tirar, y muchas responsabilidades que dilucidar en sentido ascendente. El Koldogate se va a llevar a más de uno por delante. Por lo tanto, toca acabar diciendo aquello que decían los tebeos, ya saben… (continuará).