Desde su retiro espiritual en el penal de Estremera, el beato Junqueras emitió hace unos días una homilía --a medio camino entre la jeremiada y la catilinaria-- en la que avisaba a los suyos de los peligros de la hiperventilación patriótica y del nacionalismo excluyente. Esta prueba indudable de las virtudes terapéuticas del sistema penitenciario español no fue muy bien recibida por sus destinatarios, y hubo más de uno que vio signos de tibieza y formas de botifler en la muy razonable declaración de alguien que antes no lo era tanto, como demuestra su insensata contribución a la declaración de la república catalana.
Ni en su propio partido se han dado muchos por aludidos, pues desde ERC se sigue con la matraca de la república y las celebraciones del Día de los Porrazos, así como con la inauguración de calles y plazas dedicadas a ese primero de octubre, que es lo más parecido que se les ocurre al genocidio armenio a manos de los turcos (del que solo escaparon los antepasados de Charles Aznavour). En la cárcel, uno tiene mucho tiempo para pensar. Sobre todo, en cómo salir de ella. Problema que no tienen todos esos hiperventilados a los que iba dirigido el exordio de Junqueras. Como muestra, el seudopresidente de la Generalitat, famoso mundialmente por las tanganas que organiza en foros internacionales y que ahora se toma un respiro en su actitud de gañán patriótico para tuitear sobre las maravillas de la ratafía. Somos ratafía, ha llegado a decir, aunque a muchos nos dé asco ese licor churroso: yo solo lo he probado una vez, en una coctelería nacionalista a la que me arrastró hace muchos años un amigo que ya no lo es, cuando se me ocurrió pedir un Catalunya Lliure, mezcla infecta de, lo adivinaron, Coca Cola y ratafía. En su delirio etílico-patriótico, el inefable Quim, según he podido averiguar, ha pedido a sus amigos huidos de la justicia que le envíen castañas de los países en los que se han incrustado --el licor de marras cuenta entre sus elementos con la piel de castaña verde-- para elaborar lo que él denomina ratafía solidaria. En fin, siempre es mejor que Torra se quede en casa poniéndose tibio de ratafía a que vaya por el mundo dejando el buen nombre de Cataluña a la altura del betún.
Entre los más molestos por las llamadas a la cordura del beato Junqueras figuran ciertos columnistas de esos que, desde la libertad absoluta de la que incomprensiblemente disfrutan, rechazan cualquier tipo de componenda con el Estado y exigen que empecemos a ejercer de republicanos a la voz de ya. No me imagino a ninguno de ellos echándose al monte con un AK47 para expulsar al invasor español, pero su radicalidad de estar por casa hace muy felices a sus lectores, que tampoco están dispuestos a perder nada de lo que tienen por apuntarse a la lucha armada. Algunos de ellos se inflan a gintonics en el AVE después de la preceptiva visita a los camaradas presos, pero no veo que se pasen a la ratafía ni locos.
Cuando pague su deuda con la sociedad --digamos de aquí a quince o veinte años--, Oriol Junqueras será un excelente presidente de la Generalitat, un hombre sabio y prudente que por fin habrá entendido que los actos tienen consecuencias y que hay que seguir las reglas del sistema democrático. Puede que yo ya no esté para verlo, pero me alegro por el futuro de mis queridos compatriotas. Y para terminar, nada como un buen eslogan: Si quieres acabar bien el día, ponte ciego de ratafía.