Como ya saben, el pasado jueves, día 14 de marzo de 2024, a las 13.47, la ley de amnistía ad hoc, un traje hilvanado a la medida del prófugo Carles Puigdemont, fue aprobada en la Cámara Baja, en votación nominal, por llamamiento, con 178 votos a favor, 172 en contra y ninguna abstención.
Es, sin duda alguna, la ley más vergonzosa e indigna –y quizá la única de calado de una legislatura condenada a naufragar en un mar de amoralidad política– aprobada jamás en la historia de nuestra democracia. Una ley a cambio de los siete imprescindibles y miserables votos de unos cafres que llevaron a Cataluña al borde del abismo; una ley cuyo único propósito es mantener en el candelero a Pedro Sánchez, un plutócrata sin escrúpulos; una ley que dinamita nuestro Estado de derecho, nuestra Constitución, la separación de poderes –pues deja a jueces y tribunales al pie de los caballos, a merced de los delincuentes a los que condenaron y que ahora, entre relincho y relincho jubiloso, claman venganza–; y, sobre todo, por ser una ley que reduce a cenizas ese pacto tácito, cándido, crédulo, que es el contrato social entre la ciudadanía y el Estado desde los lejanos días de Montesquieu. Estamos en manos de unos desaprensivos.
Dejémonos de gaitas. Ni pacificación, ni encuentro, ni encaje, ni concordia ni leches en vinagre. Que no se felicite Félix Bolaños; que deje de palmear cual fócido circense María Jesús Montero, y que no mienta más Pedro Sánchez, porque aún más doloroso que el daño que nos inflige su enfermiza ambición lo es el saber que nos toma a todos por idiotas.
Ahí estaban tras las votaciones, congratulándose de su victoria, Oriol Junqueras (ERC) y Míriam Nogueras (Junts). Los dos lo dejaron muy claro: no están aquí para facilitar la gobernabilidad de España. Pasan olímpicamente de nosotros. Su próxima parada es el referéndum y la independencia. Al menos ese par no miente. Tampoco miente Puigdemont, que según adelanta Gonzalo Boye presentará su candidatura a la presidencia de la Generalitat. Según su círculo más próximo, de no ganar, dejará caer a Sánchez, porque no tiene interés alguno por el autonomismo. Ya saben, aquello del peix al cove…
Porque no fue la amnistía la única noticia del día. La atención de todos los medios se centró, a últimas horas de la tarde, en dos anuncios que lo ponen todo patas arriba. En primer lugar, Pere Aragonès, president de la Generalitat, convocó elecciones anticipadas –a celebrar el 12 de mayo– al no poder aprobar los presupuestos de 2024 de Cataluña. En Comú Podem (ECP), la filial catalana de esa salvífica balsa de Medusa que es el Sumar de Yolanda Díaz, se los tumbó. Y no como se dice por las discrepancias acerca del macrocomplejo Hard Rock de Tarragona y el cacareado casino –asunto que es una minucia y les importa una higa–, sino por algo mucho más inconfesable y penoso.
Ada Colau, la lideresa de la formación, desbancada del poder municipal –léase ayuntamiento de la Ciudad Condal–, aspiraba a formar parte del Gobierno actual, presidido por Jaume Collboni (PSC), como nicho confortable en el que seguir chupando del bote. Al negarse el alcalde a dar cabida a su palmaria inoperancia en su equipo de gobierno, su partido ha dicho no a los presupuestos, que garantizaban un año más de recorrido a Pere Aragonès al frente de la Generalitat con el apoyo actual de Salvador Illa. Parece ser que desde las filas socialistas le pidieron a Yolanda Díaz que embridara a Colau y a los suyos, pero Yolanda se negó. De ahí su cara de funeral en el Congreso durante la votación de la ley de amnistía. Seguro que Pedro estuvo tentado de saltarle a la yugular.
Llegados a este punto sería bueno recordar las innumerables ocasiones en que Pedro Sánchez ha afirmado que un Gobierno sin presupuestos no es Gobierno ni es nada. Cuando Mariano Rajoy no pudo, en su día, aprobar los suyos, él le espetó: “Un Gobierno sin presupuestos es como un coche sin gasolina”. La hemeroteca siempre es el peor enemigo de Sánchez.
Así que, ante la inminencia de las elecciones vascas, europeas, y ahora catalanas –comicios en los que el poder del PSOE podría salir tan malparado como en las pasadas gallegas–, Sánchez no ha dudado en dejar en stand by los Presupuestos Generales del Estado 2024, prorrogando los del año anterior, y en apostar –¡qué remedio!– por los del año próximo, si es que aún sigue en la Moncloa. Desde ERC le hicieron saber de inmediato que ante la batalla a entablar con Junts por el poder autonómico –liza electoral en la que las dos formaciones se disputarán nuevamente la hegemonía y el liderazgo del independentismo más ultramontano, porque otro plan o programa para Cataluña no tienen– no podrán apoyar ni votar, a riesgo de ser tildados de serviles autonomistas y botiflers, esos presupuestos.
Y en esas estamos. Con un Gobierno desarbolado, inerme, incapaz de legislar porque depende de casi una veintena de partidos parasitarios que, lejos de cerrar filas siempre ante cualquier ley, medida o votación que el Gobierno pudiera plantear, deben antes atender y servir a sus propios intereses locales. Primero la pedanía, el cortijo, la taifa, que de todo lo común y referido a la odiada España ya hablaremos otro día, siempre y cuando dejes que te saquemos los higadillos, claro.
Como decimos en Cataluña, lo de Pedro Sánchez es tenir molt mala peça al teler –tener mal paño en el telar–, porque gane quien gane las elecciones en el País Vasco –EH Bildu o PNV–, y en Cataluña –ERC o Junts–, las filiales territoriales del sanchismo deberán optar por pactar con uno de esos partidos en detrimento del otro. Y el desbancado difícilmente apoyará su (des)Gobierno Frankenstein por lógico y puro despecho.
Sumen a esa inestabilidad que vendrá la corrupción de lo que ya no es solo el caso Koldo, sino el caso Ábalos, el caso Air Europa, el caso Delcy Rodríguez y sus 40 maletas, el caso Begoña Gómez; no olviden tampoco que todos los sondeos apuntan a que el 72% de los españoles abomina de la ley de amnistía aprobada; añadan a lo dicho que hasta el CIS de Félix Tezanos otorga tres puntos de ventaja al PP en caso de nuevas elecciones; o que Sánchez ni siquiera puede confiar en Sumar, su socio preferente, porque Yolanda Díaz es un verso libre que no controla ni a los suyos.
Y no olviden que Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, con todo el derecho, van a ser implacables frente a Sánchez, denunciando su vergonzosa praxis política ante todos los estamentos, instituciones y tribunales a su alcance. También veremos denuncias de la actual pareja de Isabel Díaz Ayuso a María Jesús Montero, vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, por revelación de secretos. Ya conocen el tema. La actual situación política es, por tanto, un auténtico caos, un caos como nunca se ha visto otro igual; un lodazal parlamentario de radicalidad y polarización en el que los sanchistas obtienen beneficio, pues en el rifirrafe y la batahola diluyen toda su responsabilidad… “¡Ayuso, dimisión!”.
Durante mucho tiempo, Pedro Sánchez, el peor presidente de la democracia española –superando de largo a José Luis Rodríguez Zapatero–, ha sorteado todos los contratiempos que le han salido al paso. Una y otra vez. Con los oídos tapados y encadenado al palo de mesana, como el Ulises homérico, se ha mostrado impermeable a toda crítica, a toda reflexión, a todo interés que no venga a colmar su enfermiza obsesión por el poder. En su viaje a ninguna parte no le afecta el canto de las sirenas, ni que le canten misa en latín los abuelos fascistas que aún se reúnen en Ferraz día tras día, ni que le canten las cuarenta en bastos. A Pedro todo se la repampinfla. Mucho.
Pero sus días de gloria están contados, son la crónica a cámara lenta de una muerte política anunciada. Al PSOE, que ha dilapidado toda su dignidad histórica, le costará muchísimos años recuperarse de la debacle que llegará. En noviembre se elige al próximo presidente del Consejo Europeo, y el cargo lo ocupará, en esta ocasión, un socialista. Imaginen qué hará Sánchez en función del resultado de los comicios vascos, catalanes y europeos… ¿Convocar elecciones anticipadas y puerta giratoria al canto? Su persona no nació para inmolarse por causa alguna. Après moi, le déluge. Y arreando, que es gerundio.