En ciencia política, la tesis de la subasta electoral sostiene que la competencia por la radicalidad nacional puede acabar impregnando a todos los actores en liza. Es una idea ampliamente demostrada en el caso de Cataluña para los soberanistas. Pero también unas de las consecuencias tardías del procés ha sido el despertar del nacionalismo español que hasta entonces sesteaba junto a Mariano Rajoy, a quien se podrá criticar por muchas cosas pero no por haber sido esa “fábrica de hacer independentistas” que tan alegremente se ha dicho muchas veces desde Cataluña. La prueba es que hoy algunos hasta le echan de menos. Las elecciones andaluzas, con la emergencia de Vox, dieron el pistoletazo de salida a un fenómeno que desde entonces no ha hecho más que acentuarse. PP y CS han entrado en una apretada competición por la bandera y exagerado hasta la caricatura sus descalificaciones hacia el “sanchismo” y el PSOE. Es cierto que Pedro Sánchez fue ventajista en la moción de censura y jugó con fuego al ensayar una entente con ERC y PDECat que le permitiera agotar la legislatura. Muy cerca estuvo de estrellarse contra las rocas en la “crisis del relator”, pero supo cortar a tiempo y acertó a adelantar las elecciones bajo la bandera del presupuesto y el gasto social.

El resultado es que hoy, si pudieran volver sobre sus pasos, Pablo Casado y Albert Rivera seguramente no pisarían tanto el acelerador como lo hicieron en Colón, en compañía de Santiago Abascal, para exigir a Sánchez que pusiera las urnas. A un mes vista, pocos dudan de que los socialistas van a ganar el 28 de abril y a recoger un voto útil de izquierdas que los sitúe incluso por encima del 30%, según Narciso Michavila, el más reputado de los expertos demoscópicos en España, que se muestra también seguro que las derechas van sufrir mucho por la división de su electorado en las 28 provincias con menor población y donde el reparto de diputados es más mayoritario que proporcional. Un escenario, pues, en el que PP, CS y Vox compiten por los mismos votos y que alimenta la lógica de la subasta por ver quien de los tres es más duro contra el independentismo.

La apuesta plebiscitaria de Casado es la quintaesencia de ese juego disparatado: “O Sánchez con Torra, Puigdemont, Batasuna y Podemos, o el PP rescatando a España de la independencia”, dijo en Málaga el domingo pasado. Por su parte, Ciudadanos ha acertado esta vez con el fichaje del prestigioso penalista Edmundo Bal, ideológicamente de centroizquierda, perseguidor implacable de la corrupción y la financiación ilegal del PP pero fulminado por el Ministerio de Justicia al negarse a quitar en el escrito de acusación de la Abogacía del Estado el delito de rebelión. Objetivamente esta es la única concesión que Sánchez ha hecho a los independentistas. Finalmente, Vox ha reclutado a un par de generales retirados, apologetas de Franco, con lo que redobla su mensaje de firmeza frente al separatismo pero dejando cada vez más a las claras que es una formación de extrema derecha que integra a nostálgicos de la dictadura, junto a otros candidatos que se confiesan revisionistas del holocausto y homófobos.

Casado sabe lo mucho que se juega en estas elecciones porque el PP va a obtener los peores resultados de su historia. Es cierto que lo mismo se ha dicho muchas veces en contra Pedro Sánchez, y que hoy con 84 diputados es Presidente del Gobierno. También de Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía con el menor apoyo electoral desde que en 1982 se estableció la autonomía. En tiempos de fragmentación del voto y pentapartidismo un mal resultado no es necesariamente motivo de defenestración. Ahora bien, excepto que pueda sumar con Cs y Vox, lo cual parece cada vez más improbable, la caída del PP será insoslayable la noche del recuento. Con una profunda renovación de las listas, Casado se está asegurando la lealtad del grupo parlamentario, al tiempo que rearma ideológicamente al partido (con fichajes valiosos como el de Cayetana Álvarez de Toledo) para una iniciar una travesía en la que su principal objetivo será reabsorber al votante de Vox, formación que parece haber tocado techo en las encuestas. Con una victoria socialista que se da por descontada, la subasta plebiscitaria de Casado es sobre todo una llamada a liderar el hoy troceado espacio de la derecha.