Semana grande la que ha pasado: vodevil, esperpento, sainete, desatino, comedia, desvarío, farsa, bodrio… espectáculos de lo más diverso. Hasta Euclides debe estar revolviéndose en su tumba, lamentando no haber agregado un sexto postulado a sus clásicos cinco: el de la geometría variable de la enmarañada realidad parlamentaria. Si creían haber visto ya de todo, quítense la idea de la cabeza. La capacidad de sorpresa es infinita y nos superamos día a día. Aunque lo del miércoles, con la derogación de la reforma laboral, completa o cuarto y mitad, es difícil de superar. Una prórroga más del estado de alarma y nos vemos en Pamplona el 7 de julio al día siguiente del chupinazo de las fiestas de San Fermín.

Vivimos un clima políticamente tóxico desde hace ya demasiado tiempo. Eso sí, podremos dormir tranquilos: vuelve el fútbol. Sólo faltan los espectáculos taurinos: pan y toros de nuestro siglo XIX o pan y circo de la Roma imperial. Con una salvedad: sabremos dónde está el espectáculo pero vamos camino, dadas las previsiones, de no saber en dónde está el pan. La verdad es que la cosa tiene poca gracia, cuando acaba la semana sabiéndose que la pandemia ha supuesto que la esperanza de vida en España bajó nueve meses, de 83,6 a 82,9 años.

Lo que molesta (el encierro) no es necesariamente lo que preocupa (el mañana). La tensión sirve siempre para esconder la mala gestión. El problema es saber quién acabará pagando la fiesta. Lo importante es justificar los errores, construir un nuevo relato que dé sentido a los desatinos, cerrar filas y reclamar “mesura en la crítica” al Gobierno. La culpa es siempre del empedrado parlamentario, en el que se suman churras con merinas, según convenga. Pero las cosas no suceden normalmente por casualidad. Sería una ingenuidad pensar que se estaba amasando el pan del pacto sobre la reforma laboral sin que lo supiera al dedillo el amo de la tahona.

El triángulo PSOE-Podemos-Bildu sería inexplicable sin una cuarta pata: ERC, donde conviven sensibilidades diversas. Es difícil saber quién es el ingenuo en este raro triángulo maligno. Lo evidente es que Pedro Sánchez está afectado un agudo síndrome de Estocolmo con Pablo Iglesias y le deja hacer. El líder de Podemos, recientemente reelegido en su partido a la búlgara con el 92% de los votos, es bastante más capaz de armar una estrategia que su homólogo del PSOE, al que Nacho Cardero (El Confidencial) definía como “socialista de carné pero peronista de corazón”. Estamos ante una ofensiva de populismo, porque incluso los podemitas, antes que comunistas, son populistas dispuestos a asolar cualquier cosa que suene a empresa, capitalismo industrial o regulado y el que calla, otorga. El sector público de la economía supone ya el 51’5%, por encima del privado por vez primera: su aspiración sería llegar al 100% porque además de populistas radicales son izquierdistas faltos de oficio político.

Hay que tener muy poca experiencia para reventar todos los puentes en este momento. Al menos oficialmente, es la primera vez que el Gobierno (partido y Gobierno se confunden ahora de forma perversa) pacta con Bildu; Pablo Iglesias y Natalia Calviño no se cruzan ni la mirada; Andoni Ortuzar ha dicho que “el depósito de confianza del PNV tiene la luz de reserva encendida” en plena campaña electoral vasca; los sindicatos, colgados de la brocha, a un mes de finalizar los ERTE, tan perplejos que José Álvarez (UGT) decía que un acuerdo de ese alcance no puede resumirse en tres párrafos; la CEOE se descolgaba con un comunicado de una dureza que no se recordaba en mucho tiempo, mientras crece la sensación entre el empresariado de que sus interlocutores no tienen ninguna capacidad de decisión dentro del Consejo de Ministros; Gabriel Rufián (ERC) clamaba que el pacto de investidura que “era palanca para el progresismo y dique de contención para el fascismo” está en peligro por el acuerdo con Ciudadanos; estos últimos, por su parte, tratan de escapar del erial en donde les enterró el inefable Albert Rivera; Pedro Sánchez abjuró por activa y por pasiva en su investidura de cualquier tipo de acuerdo con Bildu… Habrá que reflexionar que queda o que quedará del PSOE.

Sin embargo, la historia de la relación de ERC con los abertzales viene de antiguo. De hecho, Oriol Junqueras fue elegido eurodiputado en una candidatura con aquella formación y en marzo del año pasado pactaron incluso crear un grupo propio en Congreso y Senado tras las elecciones de abril. Casualmente, al día siguiente del esperpento de la reforma laboral, a primera hora, Pablo Iglesias ratificaba contundente, claro y meridiano la derogación total. Casualmente lo hacía en Catalunya Ràdio. De otro lado, ERC desea íntimamente que el Tribunal Supremo inhabilite de una vez por todas a Quim Torra para que se adelanten las elecciones catalanas. Demasiadas coincidencias.

Y a todas estas, el PP que no parece enterarse y, lejos de convertirse en una derecha homologable con el entorno europeo, sigue mirando hacia Vox e instalada en el guirigay y el barullo, incapaz de brindar una alternativa, más allá de las cacerolas y el “váyase señor Sánchez”. Bruselas mira expectante y empresarios europeos son incapaces de entender el grado de crispación existente en la política española. Y mientras, circulando por las redes de WhatsApp, un fake que anunciaba una supuesta decisión del Gobierno de “suprimir las pagas extras de funcionarios y pensionistas”. Una inconcebible mezquindad en tiempos de gran incertidumbre e inseguridad.