El balcón de Svetlana Alexiévich, la Nobel de Literatura de 2015, se desmaya sobre el lago que ocupa la Plaza de la Independencia, junto al antiguo cuartel general de la KGB, en el mismo centro de Minsk, la capital de Bielorrusia. La república del Este sin litoral está encadenada por su presidente, Alexandr Lukashenko, un populista autoritario que gana comicios con porcentajes de votos superiores a la tasa de natalidad (imposible metafísico). La estadística dice que Lukashenko es un maltusiano invertido: le votan más de los que son. Es decir, ¡piñata! ¡estafa! Mientras este sátrapa inventa su próximo pucherazo, la oposición democrática del país pasa miedo de verdad, porque basta una sola palabra del líder para que te visite una turbamulta asesina de jóvenes bárbaros.

A través del WhatsApp, Svetlana le ha revelado a Pilar Bonet este mensaje: “el mundo civilizado no puede dejarnos solos”. Pero sabemos por experiencia que las llamadas a la comunidad internacional rara vez funcionan. Macron y la canciller Ángela Merkel han intentado hablar con Lukashenko, sin resultado. Vladimir Putin, por su parte, critica de palabra al régimen bielorruso, pero lo ayuda de tapadillo. Para no comprometerse, el presidente ruso no se mueve de su dacha, a orillas del Mar Negro, donde se hace fotos homo eróticas a lomos de un percherón manso. Y mientras él se refocila, la descomposición de la antigua URSS sigue su macabro destino. Es como el viento sur de las estepas; sopla historias de voces anónimas que se llevan a la tumba su propia narración, con dramas que van desde Chernóbil hasta los abusos de Lukashenko.

Los libros de Svetlana resumen a muchas de estas voces; ella es una isla de civilización rodeada de intemperancia; es la palabra lacerada de la contracorriente. Se niega a seguir el ideal ontológico del supuesto solo pueblo de Lukashenko; practica el amparo de la diferencia, algo que realmente potencia a las sociedades complejas.  Aparte del Nobel, Svetlana Alexiévich ha recibido el Premio Ryszard-Kapuscinski de Polonia (1996), el Premio Herder de Austria (1999), el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Estados Unidos o el Premio Médicis de Ensayo, en Francia.

En las últimas horas, ella ha confesado que teme un allanamiento policial en su propia casa. Sus temores se han acrecentado desde que, el pasado domingo, Lukashenko lució en público un chaleco antibalas y un fusil automático, el célebre Kalachnikov, para hacer frente a la marea humana que pide su dimisión. Todo empezó cuando este político, con 26 años en el cargo, decidió cambiar las reglas del juego desde el poder. Aplicó el abecé del populismo moderno: saltarse la ley e inventar una legalidad ex novo, al más puro estilo del procés de Puigdemont o de Maduro, el marrano, de la Casa Rosada de Caracas, versión asilvestrada del palacio presidencial de Buenos Aires.

Flotando sobre el buenismo, las bromas de mal gusto empiezan en políticos taimados como Artur Mas y acaban en tipos feos como Lukashenko, un mal hermano indiscutible. Por su parte, Svetlana es una víctima que no reivindica el papel de heroína; solo denuncia y confiesa sentir temor, una debilidad absolutamente humana; vive pendiente de que llamen a su puerta para detenerla. Deberíamos llamarla “my queen of hearts" (mi reina de corazones), como hizo Robert de Niro con Hillary Clinton, enfrentada a Trump, el pendejo; y recordar además que este concepto de “mi reina”, fusión de respeto, galantería y geopolítica, fue utilizado por Tomas Moro para dirigirse a su gran amiga, Catalina de Aragón, encerrada en la Torre de Londres por el bárbaro Enrique VIII.

Ante la pandemia que avanza en el mundo, el presidente bielorruso habla de pasar por la sauna, beber buen vodka, jugar a hockey y trabajar duro para prevenir el contagio. Luce un estilo a lo Jair Bolsonaro, pero sobre hielo y lejos de Copacabana. Desde las elecciones del 9 de agosto, las protestas en Bielorrusia se han sucedido, hasta acabar, el pasado domingo, en la mayor movilización social conocida en el país, cuando más de 250.000 opositores salieron a la calle con la reivindicación común de que cese la persecución de los críticos y que Svetlana Tikhanovskaya --la otra Svetlana, la política, refugiada en el Báltico, que lanzó ayer un mensaje pacifista en el Parlamento Europeo-- sea reconocida como la ganadora de los comicios presidenciales.

Un patriotero que lleva en el poder desde la misma declaración de independencia puede hacer mucho daño. Ya lo ven: tiene en sus manos una Bielorrusa virtual, limpia y rica, pero inexistente (¿a quién me suena?); y cuando le rebaten, saca el arma del cajón. Pronto, las dos Svetlanas lo sacarán del trono.