Los grandes números del Estado están en el limbo. El reloj del gasto sigue corriendo, pero se detiene el reloj de los ingresos. Sin Presupuestos (PGE), las ayudas a la dependencia, el subsidio de desempleo para los mayores de 52 años y la inversión pública en infraestructuras se van por el desagüe. Pero las cosas de comer parecen no importar en Cataluña, un país en el que “el nacionalismo se ha comido al fascismo”, es decir “lo lleva dentro”, en palabras del historiador Enric Ucelay-Da Cal. Y además, no hay sitio para todo lo que no sea procés o antiprocés.

Sobre esta dualidad infecciosa, Ucelay desveló ya hace años, en su libro El catalanismo frente al fascismo (1919-2018) --escrito unto a Arnau González y Núñez Seixas--, la imagen de las juventudes de ERC desfilando en 1933 por las fuentes de Montjuïc, en filas marcialmente delineadas y uniformes de corte hitleriano. En otro de sus libros, El imperialismo catalán, el mismo historiador confrontó el nacionalismo autoritario actual con el pancatalanismo, salido del regionalismo de Cambó. Y llegó a la confluencia de dos inercias: el sujeto de derecho y los Països Catalans, un cóctel explosivo. Hoy vivimos la derrota del catalanismo político, aquel reformismo ingenioso que quiso mostrar más que conseguir, sugerir más que concluir.

Les hablaba de economía al principio de esta crónica para destacar que la negativa indepe a los Presupuestos, además de ser extemporánea, trata de exponer su consigna salvadora sobre una sociedad económicamente débil. Al soberanismo le interesa una nación empobrecida para ofrecer el salvoconducto, que nos llevaría a la liberación. Así lo hicieron, en su día, el Duce, Benito Mussolini y el justicialismo peronista en Argentina, dos populismos duros que se anticiparon a la Cataluña actual y la Lombardía de la Lega Norte. Ante los avances incontenibles de políticos al galope, confiamos siempre en la sólida ambigüedad del centro, donde Ciudadanos se ha nutrido de los votantes desengañados del PP, hasta la salida de Vox. Abascal es el límite que no puede rebasar Rivera si no quiere desnaturalizar su espacio, marcado a fuego por la experiencia del Tripartito andaluz. Pero la pugna ya en marcha entre Ciudadanos y Vox tiene pinta de convertirse en la carrera entre la liebre (Rivera) y la tortuga (Vox), la fábula reiterada de La Fontaine o Samaniego.

La derecha española no tiene feng shui, y de ahí que me extrañe tanto que Inés Arrimadas aguante a la jauría teatral de Casado, capaz de arrastrar a Rivera. La insoportable levedad impuesta a Inés me encona. Arrimadas representó la decisión honesta de una mujer joven acostumbrada a la claridad y convertida  en el Caballo de Troya saludable capaz de combatir a la carcundia indepe. Pero ha sido laminada por los centuriones.  Desde que ella ganó las elecciones autonómicas, Ciudadanos no actúa en Cataluña, del mismo modo que el independentismo tampoco juega a la gobernabilidad en Madrid. Ya hay quien se pregunta desde el soberanismo, qué hacen PDeCAT y ERC en el Congreso, si cuando deben influir no la hacen. Esta es la conocida tesis de Andreu Mas-Colell desgranada en un artículo publicado en Ara, que está en boca de todos. En todo caso, no va a ser el sabio minesoto quien nos saque de este apuro, porque nunca lo ha hecho, y porque vive muellemente en el grupo residual de la antigua Convergència.

En su intento por escapar de la foto de Colón, Rivera está reconduciendo su discurso para alejarse del frentismo que practican PP y Vox. Ha fichado para las europeas a Maite Pagazaurtundúa (Pagaza) para acompañar a Luis Garicano con la carta del “contra ETA nos iba mejor”. Además, el líder de C’s ha filtrado discretamente su reunión en el Hilton Madrid con Steven Pinker para reconducir las bases doctrinales de su partido. Pinker (Stanford) ha abierto la puerta del creacionismo para explicar el lenguaje, en abierta confrontación con su maestro Noam Chomsky (emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts), que lo vincula a la cultura y la sociedad. Aunque sea a base de dogmas genéticos, la suavización formal de C’s puede rescatar el tono de Arrimadas, pero esta deberá aparcar su lengua-pistola, si de verdad quiere reinsertarse en el mercado político catalán, donde tanto éxito cosechó.

En el combate verbal del laberinto español, la cultura recíproca actúa como un orden preexistente; es una especie de tejido conjuntivo de la nación. En él se mece ahora el Gran Juicio al procés, marcado por la acusación popular de Vox, una figura prácticamente inexistente en el resto de países europeos, que sustituyeron la acusación de un tercero por la figura del amicus curie, la persona que puede ayudar al tribunal por su conocimiento de la causa. Éste sería un rol muy adecuado para los académicos dominicales del partido de centro, como lo hacen algunas personalidades del liberalismo alemán y británico. La política no tiene el fervor teológico de tiempos pasados. Lo que antes solo se arreglaba en un Concilio o la Asamblea de Naciones Unidas ahora se monta en el reservado de cualquier restaurante. Las cátedras que fueron semillero de príncipes luteranos, hoy son los difusos másters de universidades devastadas por el interés.

En el arranque de una carrera que tiene su meta en el 28 de abril, Inés Arrimadas no puede seguir siendo Alicia; tampoco es Catalina, la Semiramis del norte. Le toca escoger entre Alfio y Turiddu, sobre el fondo musical de una cabalgata rusticana.