El referéndum a la escocesa que propone el president Aragonès estaría dentro de una Constitución en la que no cabe la segregación de un territorio dentro del Estado. Imposible metafísico. Joan Ridao, el cuadro que dejó la praxis diaria para dedicarse al derecho, es un jurista riguroso que ha definido la imposibilidad de la consulta pactada con el Gobierno, dentro del marco de la ley. Ridao teoriza la idea, Aragonès toma el guante, y el mismo Ridao se cura en salud, antes de un nuevo desacato.
Esta consulta blanda es la versión puesta al día del “derecho a decidir”, un embeleso para ganar tiempo y apaciguar resentimientos. Los indepes se olvidan de que la ley de amnistía ha puesto en marcha el reflujo revolucionario. Es como la caída de Robespierre, en julio de 1794, pero sin pólvora ni gorro frigio; el origen de un tiempo nuevo, basado en el perdón y la excarcelación; debería ser el regreso del lujo pompeyano, los jarrones etruscos y los divanes romanos en los salones de la vida pública, con una cornucopia de los magistrados del tribunal de garantías colgada en el dintel.
No es el entrismo que ERC se atribuye con la boca pequeña, sino el revolcón irreversible antes del acuerdo con el Gobierno. La vía escocesa pone en peligro la vuelta de lo amable y ricamente desnudo, con anillos en los dedos de los pies y lencería de topacio, al gusto de Talleyrand, aquel eterno jefe de la diplomacia francesa en tiempos del directorio, de Bonaparte y de la restauración monárquica.
Parece que todo vale, pero nos aproximamos a un nuevo precipicio, una operación saltimbanqui a la que el mundo soberanista quiere llegar con los deberes hechos. Se nos propone cruzar la meta antes de pactar, como, en otro orden de cosas, lo hace el pannacionalismo tratando de pactar un alto el fuego con el Dombás y la península de Crimea en el bote, o de quedarse media Bosnia por parte de los carniceros Milosevic y Radovan Karadzic, antes de que la OTAN pusiera fin a la guerra de los Balcanes. Ninguno de estos casos de belicismo tiene nada que ver con la cuestión catalana. Pero el nacionalismo aplica siempre el principio de alcanzar sus objetivos antes de sentarse a la mesa de negociación.
Primero ganas los votos (los métodos de la paz) y después negocias el territorio. O dicho ahora, en tiempo de mesas de diálogo, empiezas exigiendo lo imposible para quedarte finalmente con la mitad más uno. Pero Sánchez, en su gira por Medio Oriente, los ha pillado, con la miel en los labios. El presidente busca apoyos en Jordania, Arabia Saudí o Qatar para difundir ante los jefes del mundo árabe que España reconocerá el Estado palestino antes del verano. Reconocerá la soberanía de Palestina antes de aceptar un acuerdo de escisión con Cataluña.
El 12 de mayo está a la vuelta de la esquina. La normalidad democrática, antes del desengaño, siempre mira a los partidos que imponen condiciones ex ante. Los indepes están frente a la gran encrucijada: han de dejar claro que vetan el discurso de odio que hoy representan Vox y la Aliança Catalana de la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, que abandonó el Front Nacional para adentrase en la entraña del país, allí donde Pujol creció en su momento y sembró la huella de ideólogos del fascismo caducados, como Marinetti, Scurati o Manzoni.
Cuando la nación sustituye a la patria, “oigo ruido de sables y echo mano a mi pistola”, decían los anarquistas de Durruti en el Frente del Ebro; un aserto simétricamente contrario al de Goebbels, el ministro de Hitler, que “desenfundaba al oír la palabra cultura”. La política de bloques que tanto nos perjudica en la España actual tiene raíces venenosas. A la vista de los enfoques catalanes y del abismo que reina en Madrid, el futuro solo será posible si Junts y ERC pasan a la oposición en el Parlament. La exconsejera Clara Ponsatí y el periodista Jordi Graupera se presentan para dar su apoyo al soberanismo con su candidatura, Alhora, sin demasiados amigos; aplican la cultura de l’esmicolament, los reinos de taifas que, para no dar la cara, sobreviven en la sombra.
La capital jordana se llena de paciencia y mala conciencia: 32.000 aniquilados en Gaza y siete muertos ayer de la organización humanitaria World Central Kitchen, dirigida por el chef español José Andrés. Esto último solo es un dato más en medio del desastre. Por lo visto, los cocineros de buena fe y los vendedores de pasamanería también son concernidos en una destrucción en la que los médicos y enfermeros han sido los primeros en caer. El hospital Al Shifa es la imagen de esta calamidad. La solidaridad internacional rechaza frontalmente a Hamás, pero defiende a la pacífica Autoridad Palestina.
¿Quién nos obliga a mantenernos fuera de la Franja? ¿A quién debemos pedir permiso para atravesar la frontera de Egipto? Es un argumento demasiado fácil, pero pensemos que bajo las bombas de Sarajevo y Damasco tuvimos información puntual de medios objetivos. Pedro Sánchez o Josep Borrell, el representante exterior de la UE, han estado en su sitio. Reconocen un Estado palestino y no piensan en la distopía catalana.