El resultado del 10N deja un escenario mucho peor que en abril tanto para armar una investidura como para garantizar la gobernabilidad durante la próxima legislatura. La apuesta de Pedro Sánchez por ampliar de forma sustancial sus apoyos no solo ha fracasado, sino que sufre una ligera pérdida de escaños. Aunque el bloque de izquierdas sigue sumando más diputados que el de las derechas, Podemos también sale debilitado de la contienda electoral y la dependencia de las fuerzas soberanistas y separatistas para aprobar cualquier cosa se acrecienta dramáticamente.
Justamente aquello que el líder socialista deseaba evitar. Pero lo más relevante es que el partido que históricamente estaba llamado a hacer de puente entre la izquierda y la derecha tras el fin de bipartidismo, Ciudadanos, se ha hundido por el empecinamiento estratégico de su líder Albert Rivera en querer relevar al PP y negarse de forma incomprensible a pactar la investidura de Sánchez. El error mayúsculo de la formación naranja no solo ha acabado en un suicidio en clave partidista (de 57 a 10 diputados), sino que nos ha conducido a un callejón de muy difícil salida.
Este domingo hemos asistido a la desaparición del centro liberal, el fracaso del PSOE para aglutinar en torno a él ese mismo espacio con un discurso de izquierda moderada, y el salto hasta la tercera posición de la extrema derecha, que ha impedido al PP de Pablo Casado ser una alternativa de gobierno desde el conservadurismo clásico. Si no se quiere arruinar todo y dar la razón a las fuerzas que pretenden dinamitar las bases constitucionales, socialistas y populares deberían entablar conversaciones para un gran acuerdo programático de largo recorrido que pudiera ser compartido por más actores políticos, sociales y empresariales.
La amenaza secesionista sigue siendo muy grave en Cataluña y las dificultades económicas a medio plazo junto a todo tipo de retos, desde el pago de las pensiones hasta la emergencia medioambiental, exige un pacto para evitar el bloqueo mutuo de ahora en adelante. Un nuevo fracaso en la investidura, que nos llevara a tercera elecciones, abriría una crisis de consecuencias insospechables que pondría en riesgo las bases del sistema político de 1978. Sería una imperdonable irresponsabilidad tanto de Sánchez como de Casado. Con los resultados de este domingo no hay alternativa a un gobierno del PSOE pero tampoco hay otra solución que no pase por algún tipo de gran acuerdo con el PP. Los moderados de ambos partidos deberían entenderse.