Martí Marín: "El franquismo como sistema político ha sido completamente desmantelado"
El historiador, autor de '¡Ha llegado España!', rechaza que el franquismo animara la inmigración a Cataluña para anular su identidad y recuerda el centro de detención en Barcelona
10 noviembre, 2019 00:00Martí Marín (Sabadell, 1965) se pronuncia con rigor. Cita otros textos, señala que su investigación finaliza en 1977. No quiere proyectar sus estudios sobre la más rabiosa actualidad, y se escuda en que no se puede hablar de todo ni al mismo tiempo. Marín es doctor en Historia Contemporánea por la UAB, donde ejerce de profesor y dirige el Centro de Estudios sobre Dictaduras y Democracias. Se ha especializado en el periodo franquista, un periodo que se ha colado en el debate político actual en España, con el ascenso de Vox y la exhumación de los restos de Franco. Con una larga ya trayectoria y publicaciones sobre aspectos relacionados con el personal político del régimen, acaba de publicar ¡Ha llegado España! La política del franquisme a Catalunya, 1938-1977, (Eumo Editorial), un libro en que se rompen muchos tópicos instalados. Martí Marín señala que el “El franquismo como sistema político ha sido completamente desmantelado”, aunque añada que sociológicamente las cosas van más despacio. El rigor de Marín se adentra en la política franquista sobre la inmigración o sobre la industrialización de Cataluña y constata cómo muchos industriales catalanes se enriquecieron con fórmulas distintas a la propia actividad industrial.
--Pregunta: Los restos de Franco han sido exhumados, ¿qué representa para usted esa acción del Gobierno?
--Respuesta: Algo que debiera haberse hecho hace muchos años. Con independencia de lo que se piense del personaje y de su importancia histórica, un sistema democrático no puede mantener un mausoleo a la gloria del dictador que la impidió durante cuatro décadas por la fuerza de la armas y hasta el fin de sus días. Por lo demás es una intervención incompleta porque sigue siendo el monumento a los muertos de los vencedores de la Guerra civil a costa de los vencidos que están enterrados en él y de los que siguen en fosas sin identificar. Enterrar a cada uno donde le corresponde (en familia, no en monumentos, ni en cualquier lado) ayuda a cerrar heridas personales.
--¿Hubo funeral de Estado como denuncia la izquierda y el independentismo?
--Me parece excesivo, pero no del todo errado. Se ha tenido una consideración con el difunto y con su familia que no se ha tenido con sus víctimas. Ha sido un sarcasmo que en la extrema derecha se haya reivindicado el derecho de la familia a enterrarle donde quiera después de haber protestado tanto por la exhumación de restos en fosas comunes. En 2019 parece que para algunos hay quien tiene derechos (la familia Franco) y quien sigue sin tenerlos (las familias de los vencidos por enterrar).
--El independentismo sigue jugando con la idea de una España franquista, que no ha superado ese legado, y que no hay una verdadera democracia. ¿Qué les diría después de publicar su libro ¡Ha llegado España!?
--Mi libro no es sobre la democracia sino sobre el franquismo y se detiene en 1977. Con todo, es evidente que el franquismo como sistema político ha sido completamente desmantelado y reemplazado por un sistema democrático. Otro tema es la calidad de esa democracia, a mi juicio mucho mejor en los años ochenta y noventa que en la actualidad (pero no es mi objeto de estudio). Es igualmente otro tema si el legado franquista se ha superado porque ello no afecta sólo a las instituciones sino a las personas: parece también evidente que la nostalgia de una dictadura, cuando no había adversarios a los que derrotar electoralmente sino enemigos a los que vencer y maltratar sigue existiendo en las mentes de algunos como algo deseable. Entiendo que se debe de desmentir que estemos en algo semejante o parecido a una dictadura, pero también me genera perplejidad oír ciertas declaraciones políticas, especialmente cuando veo a las mismas personas que exigen que “hay cumplir las leyes” y al mismo tiempo exigen “destituir al presidente Torra” o “liquidar la Generalitat”, algo que la ley no permite. Yo diferenciaría entre la evidente superación del franquismo como sistema político y superación de un cierto “franquismo sociológico” que parece que sigue ahí.
--El exconsejero Comín insiste en esa premisa, el de una España franquista, un país que no derrotó al fascismo. ¿Por qué cree que sigue instalada esa mentalidad en una parte de dirigentes de la izquierda y del nacionalismo?
--Insisto en que mi libro no trata de la democracia ni de la actualidad sino de la dictadura. Mis opiniones al respecto no tienen la relevancia que pueden tener las que he elaborado sobre el franquismo (escribir un libro no te convierte en experto en todo). De todos modos esa mentalidad me parece el reflejo (en efecto especular, “de espejo”) de quienes “del otro lado” invocan que esa izquierda y ese nacionalismo son revanchistas cada vez que se habla de políticas de memoria democrática, lo cual es también una “mentalidad instalada”. Desgraciadamente a la derecha española le suele gustar más defender el legado de la dictadura (en parte) que la herencia de políticos conservadores que fueron liberales y demócratas: nunca he visto a un político de derechas defender la memoria de Niceto Alcalá-Zamora que fue presidente conservador y católico de la II República, ni citar a políticos “de orden” pero demócratas o cuanto menos liberales como lo fueron Manuel García Prieto, Melquíades Álvarez, Santiago Alba, etc. La referencia obsesiva a la dictadura como origen de todos los males o panacea de la “salvación de España” sigue instalada en el imaginario por todas partes.
--El franquismo se presenta en Cataluña como una colonización de España, que derrota en la guerra a Cataluña. Pero, ¿por qué se olvida que hubo franquistas catalanes?
--El franquismo no se presenta así en Cataluña de forma unánime ni mucho menos… Hay que distinguir entre lo que hacemos en la universidad, lo que se publica como divulgación, lo que cuentan los distintos medios de comunicación (las televisiones que se ven en Cataluña son las mismas que en el resto de España, autonómicas al margen, y se leen los mismos periódicos aparte de los que son en catalán). Muy pocos académicos (casi ninguno) lo plantearía así. Nadie del Centre d’Estudis sobre Dictadures i Democracies de la Universitat Autònoma (CEDID-UAB) al que pertenezco y actualmente dirijo dice eso y también trabajamos en Cataluña... No habría que mezclar lo que dicen los políticos y lo que publica la prensa con lo que surge del trabajo académico, a menudo muy ignorado. Por ejemplo, este es mi quinto libro sobre franquismo, mi interpretación no ha variado mucho (hoy tengo más y mejores datos) pero es la primera vez que se me hacen tantas entrevistas. El contexto de estos días explica probablemente que se me esté prestando una atención que otras veces no tuve…
--¿En todo caso?
--Dicho esto, olvidar que hubo franquistas catalanes puede ser funcional políticamente: ayuda a cohesionar a la comunidad nacional presentándola como “inocente” y eso colabora a una parte del discurso nacionalista (no a todos). Pero eso se da igualmente a nivel español cuando se niega que la dictadura fuera fascista: si no lo fue, entonces puede valorarse positivamente aunque sea de forma parcial y entonces la comunidad nacional (la española en este caso) también resulta “inocente” y no tiene nada que ver con lo que acontece entre los alemanes y el nazismo o entre los italianos y el régimen de Mussolini. El juego político España/Cataluña está impregnado de la dinámica especular (de espejo) de que hablaba antes, pero la academia es mucho más diversa y sus opiniones mucho más matizadas de lo que se suele comentar fuera de ella.
--¿Quién apoyo al primer franquismo en Cataluña? ¿Falangistas duros, conservadores, o también los únicos que podían servir para ocupar cargos, gente que provenía de la Lliga?
--El franquismo no nace por sus apoyos sino por sus fundadores y luego consigue los apoyos. El primer franquismo nació entre 1936 y 1939 en las zonas de España ocupadas por el autoproclamado Ejército nacional. En ese proceso, por motivos geográficos, muy pocos catalanes tuvieron responsabilidades significativas (aunque algunos hubo, como el carlista Joaquim Bau, el militar Joan Piñol y otros que aparecen en el libro. La dictadura franquista que llega a Cataluña en 1939 está formada fundamentalmente por la parte sublevada del ejército y el partido único FET-JONS, dominado por el falangismo histórico en sus estratos superiores pero al que se han sumado una gran diversidad de personajes de derecha y extrema derecha. En Cataluña sucede lo mismo, el núcleo inicial es idéntico con falangistas “históricos” (pocos porque eran pocos en todas partes) y derechistas (al fin y al cabo la Lliga era de derechas). No hay otra diferencia que el carácter de las derechas disponibles localmente para sumarse: en Cataluña es militancia de la Lliga (no la Lliga como partido que ha sido disuelta) como en otras partes es la CEDA (en las mismas circunstancias) o el tradicionalismo. En esa amalgama no hay diferencias significativas entre el comportamiento de falangistas y otros grupos: si se han sumado al franquismo lo han hecho con todas sus consecuencias.
--Usted sostiene que se diga lo que se quiera, la democracia española le dio la vuelta por completo al franquismo, pero, ¿quedó algo por hacer?
--¡Siempre! La democracia no es sólo un sistema político, es un concepto en permanente evolución (los demócratas de mediados del siglo XIX no defendían el voto femenino, por ejemplo). Por lo que atañe a España los grandes temas que quedaron por hacer fueron, en primer lugar la memoria democrática y en segundo lugar el mutuo conocimiento (no folklórico) de porqué se transformaba un ordenamiento centralista en descentralizado y de qué era eso de las “nacionalidades y regiones” de que habla la Constitución. En aras de la “conciliación” y en virtud de la Ley de Amnistía de 1977 quedó como igual haber defendido la dictadura que haber luchado por la democracia, lo cual es un evidente contrasentido. Pasados los primeros años tenía que haberse emprendido una política activa de memoria y hubo un largo gobierno socialista que hubiera podido afrontarlo pero no lo hizo. Curiosamente la derecha ataca al PSOE por todo lo contrario (revanchismo y demás) y de aquellos polvos estos lodos: ¿como se puede defender un sistema político ante quienes pretenden -supuestamente- destruirlo si ese sistema político mantiene activos homenajes a quienes le quisieron destruir? ¿como se combina la lucha contra quien enaltece el terrorismo al mismo tiempo que se defiende la memoria de un dictador con decenas de miles de víctimas a sus espaldas?
--¿Qué pasa entonces?
--Tenemos un grave problema de identidad democrática a base de hacernos creer que la democracia “llegó sola” por pura evolución o la trajo alguien (unos cuantos políticos) bajo el brazo. Había que haber contado mucho antes que la democracia fue un logro por el que hubo que luchar. Igualmente habría que haber emprendido un activo diálogo cultural entre “nacionalidades y regiones” antes de dar por sentado que lo que la constitución afirmaba ya estaba en el ánimo de la mayoría y no todavía en el horizonte. La idea de que “ya nos entendemos todos” fue útil al principio, pero al no desarrollarla se agostó y desde todos los puntos de España se ha jugado al insulto intercomunitario para obtener rédito político: en unos casos se ha ofendido colectivamente a los vascos, en otros a los catalanes, en otros a los andaluces, a los madrileños… No parece que la pluralidad haya sido asumida una vez pasada la necesidad puntual de la transición, un momento especial en que las mayorías se mostraron mucho más sensibles. Remito a una obra de mis colegas y amigos Carme Molinero y Pere Ysàs, La cuestión catalana. Cataluña en la transición española (Ed.Critica, 2014) que es la otra cara de mi trabajo: si yo me he ocupado de la Cataluña franquista ellos lo hicieron de la antifranquista, que fue la mayoritaria y la primera en presentar un frente unido ya en 1971 con la Assemblea de Catalunya (que desde luego no es la actual ANC).
--¿A quién benefició más el franquismo en Cataluña?
--Al mismo tipo de gente que se beneficio de él en el resto de España: políticos fascistas y de extrema derecha que nunca habrían ganado unas elecciones, empresarios que les dieron su apoyo para conservar o prosperar en sus negocios (en Madrid fue la arrancada de Cervezas Mahou y en buena medida de Galerías Preciados, por ejemplo, en Cataluña el punto de partida de Moventia y por todas partes el auge de las grandes empresas de la construcción), sectores integristas de la Iglesia Católica que consiguieron llenar iglesias a la fuerza durante años, militares golpistas que hicieron carrera a cuenta de sus compañeros republicanos expulsados del ejército, profesionales que se beneficiaron de la depuración de sus colegas como médicos, profesores, arquitectos, periodistas y todos aquellos que colaboraron para conseguir parte del botín de guerra por modesto que fuese (una licencia de taxi, una concesión de un puesto de venta, un trabajo en la administración, en el partido, en el sindicato, etc.).
--¿Quién a su juicio, se ha liberado más de esa cultura política sobre el recuerdo del franquismo, la derecha y los sectores profesionales liberales, la izquierda o el nacionalismo catalán que ha derivado hacia el independentismo?
--No creo que exista una cultura política instalada en el recuerdo del franquismo de la que haya que liberarse, ni a la que haya que adherirse. Nuestro actual sistema político se forjó contra el franquismo porque incluso quienes estuvieron dentro tuvieron que abandonarlo en algún momento para la construcción democrática. ¿Como “olvidar” entonces la dictadura? Es por eso que no es posible abandonar ese “recuerdo”, que ya no es memoria personal para la mayoría sino memoria colectiva, es decir, versiones del pasado. Porque de lo que se piense sobre la pasada dictadura pueden llegar a depender las actitudes políticas del presente. En ese juego de “recordar” (en sentido figurado) la historia como disciplina académica está ahí como espacio de investigación y debate abierto para ofrecer aproximaciones lo más ponderadas posibles del pasado, aunque su exhibición pueda no gustar a muchos, herir a algunos y desconcertar a otros. Intentamos llegar a “la verdad” aunque no lleguemos nunca a ella porque “la verdad completa” implicaría revivir el pasado, lo que no es posible. Pero lo intentamos... Por lo demás no entiendo muy bien porque habría que liberarse de recuerdo alguno, salvo de los recuerdos personales que produzcan dolor insoportable. ¿Que problema hay en recordar (en el sentido figurado de saber historia) si se hace desde el conocimiento? En Alemania no se olvida a Hitler, ni en Rusia a Stalin, ni creo que deban… Olvidar y superar no son sinónimos. A día de hoy, desgraciadamente, el uso político que se hace de la historia en general (y que nunca exige olvidar sino recordar “a mi manera”) no contribuye al conocimiento sino más bien lo contrario: al calor del debate se exagera, se mixtifica (e incluso se miente a sabiendas) tanto desde unas posiciones como desde otras. Para un profesional de la historia contemporánea resulta desesperante...
--Un debate entre los historiadores, pero no sólo entre ellos, marca una ruptura en el espíritu de la transición en la Ley de Memoria Histórica de Rodríguez Zapatero o en el mandato de Aznar, con nombres como Pío Moa o César Vidal que reconstruyen los inicios de la Guerra Civil. ¿Cuál es su posición?
--No hay un debate entre historiadores sobre ese tema. Ese es un debate político en el que de vez en cuanto ha terciado algún académico, pero que me parece más bien cosa de tertulianos. El gobierno Zapatero marcó un cambio en políticas de memoria sin duda alguna, pero no rompió ningún inexistente “espíritu de la transición” que no sé muy bien que tipo de “espíritu” podría ser. Precisamente en los años de la transición y los primeros que le siguieron se habló (y se publicó) más que nunca sobre la II República y la Guerra Civil aunque sin apenas ayudas oficiales. Y si no se trató del franquismo fue porque hubo interferencias oficiales para el acceso a los archivos. Superado ello, poco a poco, a finales de los ochenta se empezó a discutir y publicar sobre franquismo. Rodríguez Zapatero intentó, muy modestamente, poner al día al Estado de lo que se había dado ya en la Academia y ayudar a solucionar el problema de las víctimas que era un secreto a voces y que venían clamando por una solución desde el inicio de la democracia, aunque no se les hiciera caso. Las posiciones críticas hacia la ley de memoria histórica entre los contemporaneistas (no todos los historiadores e historiadoras lo son) atribuyen a la política de Rodríguez Zapatero haber hecho tarde y no demasiado bien algo que debía de haberse hecho mucho antes. Las posiciones que defienden que hubo ruptura de no sé qué espíritu son más que minoritarias en la academia, por ello siempre hay que sacar a colación a divulgadores que escriben un día sobre franquismo y otro sobre Don Pelayo como si fueran expertos en todo (César Vidal), lo cual es imposible.
--¿Y respecto a Moa?
--Por lo que respecta a Pío Moa no es un verdadero historiador, aunque se haya licenciado en historia. No ha escrito nada original: no publica libros de investigación sino de divulgación, jamás ha presentado una comunicación a un congreso ni un artículo a una revista científica de prestigio (ni España ni fuera de ella), sólo libros donde “lo cuenta todo” porque hay quien se los publica. ¿Porque me parece negativo? Porque el profesional de la historia hace investigaciones parciales, las discute, las publica, aporta datos nuevos, etc. y sólo al final llega al libro completo. Pío Moa empezó la casa por el tejado contándonos la historia completa antes de haber hecho ninguna investigación en ningún archivo y después y sólo después buscó el reconocimiento académico de golpe y porrazo, como queriendo llegar a la cima sin haber subido el monte. Pío Moa, y cualquier profesional serio le dirá lo mismo (salvo el caso inexplicable del profesor jubilado Stanley G.Payne en Wisconsin) repite con actualización bibliográfica las mismas líneas de interpretación que los propagandistas del franquismo de Manuel Aznar a Joaquín Arrarás y lo vende como algo nuevo. Ello sólo demuestra la nostalgia del franquismo de algunos o, al menos, de las visiones de la historia que el franquismo divulgó y que eran muy sencillas: con buenos muy buenos y malos muy malos divididos en dos bandos irreconciliables (maniqueísmo), conspiraciones que lo explicaban todo (paranoia), etc. Salvo la intervención divina al lado de Franco, creo que no se ha dejado nada, incluso la ridícula tesis de que la Guerra civil empezó en 1934 (lo mismo que decían las leyes represivas de la posguerra, por cierto).
--Uno de los mensajes que el nacionalismo mantiene y difunde es que el franquismo fomentó la inmigración hacia Cataluña para anular la identidad catalana. Usted lo rebate en el libro. ¿No han sabido los historiadores explicar eso con claridad, o es que el nacionalismo ha sabido anular el trabajo académico?
--Ese mensaje existe pero no lo difunde “el nacionalismo” sino algunos nacionalistas, que no es lo mismo. Lo rebato en el libro y lo rebatí en una investigación parcial que publiqué como artículo en 2006. Los historiadores explicamos eso con toda claridad a nuestros estudiantes y a quienes nos leen, lo que significa que seguramente no llegamos al gran público. Nuestro trabajo no es anulado (sigue ahí donde se publicó) y hace años que imparto un curso de máster sobre migraciones interiores donde se habla de ello. Ningún nacionalismo ha tenido la necesidad de anular nada porque no llegamos a tanta gente (¿cómo hacerlo?). Tampoco tanta gente conoce algo bien conocido en la academia y de lo que hablo en el libro (y de los que varios investigadores llevamos hablando desde 2005): que el franquismo creó en Barcelona un centro de detención para inmigrantes españoles que llegaran a la ciudad sin contrato de trabajo o residencia legal documentada. En general el trabajo académico es poco conocido por el gran público, ni siquiera en los centros de secundaria (de toda España) porque las novedades tardan mucho en llegar a los libros de texto (las editoriales no los renuevan cada año por una cuestión de costes). Personalmente me harto de oír que “de tal cosa no se habla” o “no se investiga” o “nunca se ha tratado”, sobre temas archiconocidos y archiinvestigados porque se lee mucha novela histórica (ficción) y mucha divulgación (a menudo más envejecida que los propios libros de texto de secundaria) pero muy poca investigación. Además cualquiera que escribe un libro de historia aparece como “historiador” en la solapa del mismo y va de experto por la vida asegurando que ha investigado mucho sobre el tema cuando, a menudo, se ha limitado a leer algunos libros (muchos menos de los que se necesitan para una tesis doctoral) y casi ningún artículo académico (basta ver la bibliografías, cuando las incluyen).
--Otras de las cuestiones que aborda en el libro es la industrialización de Cataluña, y cómo el franquismo, lejos de provocar una desindustrialización, la fomenta y la cuida. ¿Qué le debe, en realidad, el tejido industrial catalán al franquismo?
--Deberle, nada. Quienes le deben al franquismo favores notables son industriales concretos (catalanes y no catalanes), no “el tejido industrial”. El tejido industrial catalán y el español en general sufrió la descabellada política autárquica durante casi veinte años y después empezó a respirar con el final de ese período. El franquismo truncó la marcha ascendente (lenta, pero segura) de más de un siglo de la industria española y la retardó durante décadas (algo de lo que apenas nos recuperamos a partir de la entrada en la UE). Por otro lado, en el libro desmiento algo que los historiadores de la economía (menos leídos aun) desmintieron ya hace décadas: no hubo intento de desindustrialización de Cataluña. No afirmo, desde luego, que el franquismo “fomentara” ni “cuidara” la industrialización catalana: en absoluto. Entre no desindustrializar y fomentar hay un término medio mucho más adecuado: el franquismo perjudicó a sectores de la industria que no eran preferentes para sus políticas de rearme y autarquía y favoreció a los que sí lo eran y, al final (años sesenta) empezó a tener intervenciones más juiciosas. Ello perjudicó industrias de toda España, pero más en Cataluña porque de entrada era un territorio mucho más industrial. Pero el perjuicio de la industria es (y fue) perfectamente compatible con la fortuna (al menos a corto plazo) de muchos industriales por la vía de la corrupción (trato de favor, tráfico de influencias, concesiones sin transparencia alguna, etc.). Es un puro prejuicio pensar que los industriales sólo ganan si la industria “va bien”.