Brugué: "La solución tardará en llegar y no podrá ser ni la independencia ni la recentralización"
El politólogo, que tiene una experiencia "dolorosa" del 'procés', cree que "instrumentalizar la democracia para lanzarla a la cabeza de los adversarios es hoy el principal peligro para la democracia"
17 noviembre, 2019 00:00Joaquim Brugué sabe lo que significa estar expuesto en las redes sociales. Es doctor en Ciencias Políticas y profesor en la Universidad de Girona. Investiga y publica sobre la gestión de políticas públicas, los gobiernos locales y la innovación democrática. Y por todo ello renunció, en 2014, a formar parte de la comisión de control en la consulta del 9N. Señaló que esa consulta, el precedente del referéndum del 1-O de 2017 que organizó Artur Mas, no tenía “las garantías democráticas” para celebrarse. Le llovieron críticas, ácidas, penetrantes, de un colectivo, el independentista, que se arrogaba su talente democrático. Han pasado cinco años, y el independentismo ha acabado desnortado y con imágenes de violencia en las calles. Brugué, en esta entrevista con Crónica Global, se muestra prudente, y considera que cualquier solución exigirá tiempo. "La solución tardará en llegar y no podrá ser ni la independencia ni la recentralización", señala. Tiene claro que el procés independentista no ha llegado a ningún lado: “El proceso ha provocado algo políticamente muy peligroso, que es colocar a una comunidad en un callejón sin salida y ha cortado la vuelta atrás", y mantiene que, en todo caso, "no se puede entender la democracia sin respeto a la legalidad, pero los estados democráticos de derecho tampoco pueden funcionar sin una lectura abierta y contextualizada de la legalidad".
--Pregunta: ¿Qué conclusión extrae de su propia experiencia tangencial en el proceso soberanista, cuando fue miembro de la comisión de control de la consulta del 9N de 2014?
--Respuesta: En realidad nunca fui miembro de esta comisión, pues renuncie antes de que se constituyera. Mi experiencia fue algo dolorosa, ya que, sin ser partidario de las posiciones independentistas, siempre las he respetado y me parecía que podía colaborar a generar una experiencia democrática saludable. Fui algo ingenuo y cuando me di cuenta que se me pedía avalar algo que para mí no era correcto, me aparté y recibí un auténtico alud de críticas. Experimenté, en un momento muy inicial, la virulencia que ha ido adquiriendo el proceso.
--El proceso independentista ha llegado a una situación de bloqueo interno, de no saber qué camino recorrer. ¿Ve posibilidades de que se imponga una apuesta por la rectificación?
--Establecería una distinción entre el proyecto político independentista y “el proceso”. El proyecto independentista me parece legítimo y creo que es capaz de hacer una relectura del momento político y ajustar sus apuestas de futuro. Incluso parece que algunos sectores del independentismo están realizando esta labor. En cambio, creo que “el proceso” se caracteriza por un “ir quemando las naves” que impiden cualquier vuelta atrás. “El proceso” ha provocado algo políticamente muy peligroso, que es colocar a una comunidad en un callejón sin salida y ha cortado la vuelta atrás.
--Si se toma esa vía de lo posible, ¿en qué dirección cree que se podría dirigir cumpliendo la legalidad?
--La legalidad no debe ni incumplirse ni sacralizarse. Vivimos en estados democráticos de derecho y no podemos entender la democracia sin respeto a la legalidad, pero los estados democráticos de derecho tampoco pueden funcionar sin una lectura abierta y contextualizada de la legalidad. Abusar de las leyes, tanto para saltárselas como para atarse a interpretaciones restringidas, es lo que impide cualquier solución política.
--¿Cree que la apuesta por un referéndum de autodeterminación, fuera pactado o no, es el gran objetivo para que se reconozca a Cataluña como sujeto político y jurídico, o que es una excusa para mantener una lucha de poder entre los propios actores catalanes?
--Pues en los términos de la pregunta, no lo sé: ignoro qué piensan los actuales actores políticos catalanes. En cualquier caso, creo que el tema central del debate no es el referéndum sino la independencia o, si se prefiere, la relación entre Cataluña y España. Un referéndum pactado podría ser una salida; pero, tomando en consideración la división y la polarización de la actual sociedad catalana, no creo que fuera una buena solución.
--Ahora hay más voces que cuestionan lo que se intentó a partir de 2012. ¿Cree que ha habido, sin embargo, demasiado silencio por parte de la academia y de la sociedad civil?
--La política siempre es un equilibrio entre razón y emoción. La razón ha sido dominante, pero en momentos de crisis suele aparece una emoción vociferante, enrabietada, vengativa. Esta emoción excesiva provoca muchos silencios entre aquellos que no la comparten. Desde hace ya algunos años, en Cataluña los que no vivimos la emoción del movimiento independentista nos encontramos incómodos en un debate público que nos exige una pasión que no tenemos. Además, cuando hablamos, que también lo hacemos, nos encontramos con que nuestras palabras –a veces etiquetadas como equidistantes- no encuentran hueco en un espacio caracterizado por la polarización. Finalmente, a esta incomodidad y falta de resonancia, se le une el hecho que, a muchos, el debate nacionalista y/o independentista nos despierta un escaso interés. Esto explicaría también la lenta incorporación al debate de algunas personas y de algunos sectores.
--¿Entiende que, con las manifestaciones de estas últimas semanas, la universidad ha sido tomada por el independentismo, pero que, al mismo tiempo, ha surgido una reacción para evitar que ese control sea total?
--No creo que la universidad haya sido tomada desde el independentismo. Yo trabajo en la Universidad desde hace 25 años y he vivido épocas con muchas más “perturbaciones” que las de las últimas semanas. Mi sensación es que la lógica del proceso, a pesar de las movilizaciones de las últimas semanas, no ha penetrado de forma significativa en el mundo universitario. “El proceso” no se inició entre los jóvenes y no creo que ahora puedan tener un papel protagonista.
--¿Cómo puede una democracia liberal conducir una demanda de ese tipo? ¿Plantear una oferta que pasara por una reforma constitucional, rehacer el relato constitucionalista en Cataluña con mayor pedagogía?
--La verdad es que respecto a posibles soluciones lo único que tengo claro es que está lejos y que, por lo tanto, todavía no sabemos apreciar sus contornos. La solución tardará en llegar, no será definitiva y, además, no podrá ser ni la independencia ni la recentralización. No podemos pensar, en nuestro actual contexto, en que una parte se imponga a la otra, de manera que entreveo un largo proceso de ajuste que no deje satisfecha a ninguna de las partes. En realidad este es el recorrido de cualquier solución política democrática. El problema será como asumimos los costos de un trayecto que será largo y doloroso.
--¿Cree que ha sido consciente el independentismo que planteaba dos cosas a la vez y que eso le conducía al fracaso, como era pedir un referéndum, pero, al mismo tiempo, aplicar una vía unilateral?
--El proceso, prefiero usar este término, ha sido una experiencia política que ya hace algunos años califiqué de infantil. Y sigo pensándolo, pues considero que sus planteamientos han sido torpes y contradictorios. Más que una estrategia política mínimamente sólida, el proceso se me presenta como un conjunto de eslóganes y de actuaciones tan deslumbrantes en el corto plazo como inútiles en el largo. El resultado ha sido, desde mi punto de vista, un auténtico desastre político. No me siento a gusto usando términos tan contundentes, pero considero que el proceso ha generado una situación realmente envenenada. Ha cultivado el resentimiento y ha generado frustración, dos sentimientos tan difíciles de canalizar como peligrosos para la convivencia.
--¿El autogobierno en Cataluña ha supuesto un queso de gruyère, como apuntan algunos académicos? Es decir, ¿ha sido un autogobierno real, o ha ido frustrando los deseos y la convicción de un nacionalismo que no pretendía ir más allá y que se habría visto obligado a dar un paso en la dirección del independentismo?
--Yo participé en el debate y en los trabajos que condujeron a la redacción del nuevo EAC, estando convencido que existían razones para revisar la capacidad de autogobierno de Cataluña. También estoy convencido de que el fracaso de este proyecto estatutario ha tenido una fuerte influencia en la actual situación. Sin embargo, más allá de estas dos afirmaciones iniciales, considero que la revisión del EAC no suponía una impugnación del modelo sino que, en realidad, se trataba de lograr su consolidación. Su fracaso, por el rechazo absurdo de algunas fuerzas políticas españolas, es lo que está hundiendo el modelo.
--¿Cómo debe actuar una democracia con un partido crecido como es ahora Vox?
--La democracia es equilibrio y, por lo tanto, no tolera el blanco negro, las distinciones entre buenos y malos. Caer en debates de este tipo, como los que propone Vox con sus invocaciones patrióticas, es hacerles el juego y debilitar la democracia. A mi entender hay que incorporarlos en juego democrático con naturalidad, y esto implica rehuir el enfrentamiento agresivo que ellos buscan. Reconozco, de todas maneras, que en el actual entorno político y mediático estas afirmaciones son más fáciles de formular que de trasladar a la práctica.
--Hablamos de democracia, pero ¿qué elementos se han deteriorado en España y en Cataluña?
--La democracia es un entramado de instituciones y de reglas de juego pero, sobre todo, un conjunto de valores sin los cuales estas estructuras se muestran impotentes. Y estos valores son el pluralismo, la tolerancia, el respeto mutuo, el diálogo, la negociación, el equilibrio... Ninguno de estos valores está hoy presente en un entorno político mal educado, beligerante, repleto de insultos y faltas de respeto, marcado por una polarización exacerbada, incapaz de entender que las negociaciones no suponen ni rendiciones ni traiciones. La democracia, además, debe ser un punto de encuentro entre los diferentes, mientras que hoy la utilizamos como un arma para atacar a los contrincantes. Instrumentalizar la democracia para lanzarla a la cabeza de los adversarios políticos es hoy el principal peligro para la democracia.