“Voy a publicar que La Caixa se fusiona con Caja de Madrid en el primer número de El Observador, que sale mañana. Confírmame la noticia”. Al otro lado del teléfono estaba Alfons Quintà, director del periódico fundado por Lluís Prenafeta, hombre de confianza de Jordi Pujol. Era el 22 de octubre de 1990. Solo dos meses antes, La Caixa se había fusionado con Caixa de Barcelona. Como directora de comunicación de la entidad, tras consultar con el director general, Josep Vilarasau, pasé a desmentir la supuesta primicia. De nada valió. La fusión fue portada del periódico, que nacía con línea nacionalista y popular. Cerró a los tres años. La noticia real ha tenido que esperar hasta 2020. Treinta años. Esa unión, sin embargo, estuvo en varias ocasiones sobre la mesa. La Caixa era la mayor caja española, líder en activos, depósitos y créditos; Caja de Madrid no tenía competencia en su comunidad --era la única caja-- y se consideraba la más solvente del país. La operación tenía sentido en un mercado muy competitivo, donde los grandes bancos empezaron a fusionarse a finales de los ochenta; Banco de Bilbao y Banco de Vizcaya crearon el BBV en 1988. El Santander absorbió otros varios. Por el contrario, las influencias políticas en los consejos de las múltiples cajas españolas ponían trabas a las fusiones entre entidades de diferentes autonomías.

La crisis de 2008 y sus consecuencias inmobiliarias aniquilaron las cajas. De alrededor de 45 sociedades de ahorro han subsistido dos, Pollença y Ontinyent. Entre 2011 y 2012, con Rodrigo Rato en la Presidencia de Bankia y La Caixa convertida también en banco, se volvió a extender el rumor. La fracasada salida a bolsa de Bankia, que tuvo que ser intervenida por el Estado, volvió a frustrar la operación. 

Otra crisis, ahora epidemiológica, está acelerando las concentraciones. En un ambiente de tipos bajos y acciones bancarias en caída libre, los rumores afectan hasta a los más grandes, el Banco Santander y el BBVA. No obstante, la primera fusión de la era Covid-19 ha unido a las dos viejas aspirantes, Caixabank y Bankia. Era el momento. La operación interesaba a sus mayores accionistas, Criteria-Fundación Bancaria la Caixa, que mejorará los resultados del ejercicio y mantendrá ventajas fiscales, y el Estado español. El FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria) pretende recuperar parte de los 24.000 millones de dinero público inyectados en Bankia. 

Los viejos nacionalismos y los intereses políticos ya no se sostienen en un sector que pasa por un período delicado. Los clientes necesitan que su dinero se deposite en entidades con las ratios de capital y liquidez que pide Europa. Y los bancos viven de su confianza. Muchos catalanes de mi quinta recordarán aquella frase repetida por padres y abuelos: “La Caja de Pensiones, cuando acabó la guerra civil, nos devolvió todo el dinero en la nueva moneda”. Nunca hubo mejor campaña publicitaria.

El nuevo Caixabank mantendrá su sede en Valencia. La supuesta declaración de independencia y la inestabilidad provocada expulsó de Cataluña muchas sedes sociales bancarias y empresariales. Su vuelta no es probable. Los bancos necesitan acceder a la liquidez del Banco Central Europeo; para ello, han de pertenecer a un país miembro de la Unión. El sentido común financiero descarta la idea --nada original, por otra parte-- de crear un banco cercano al independentismo anunciada hace días por Joan Canadell, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona. Una cosa es abrir gasolineras independentistas y otra, muy distinta, acceder al capital necesario para fundar un banco.

De las crisis del XIX y del XX salió una frase célebre: “Los catalanes son malos banqueros y buenos cajeros”. Los banqueros de verdad, se añadía, eran vascos y cántabros. Sin embargo, la primera gran fusión del siglo XXI, ha sido soñada y realizada por un catalán, Isidre Fainé, presidente de Criteria y de la Fundación la Caixa, propietaria del 30% del futuro Caixabank. Al otro lado de la mesa de negociación, Nadia Calviño, ministra de Economía, representando al Estado español y a su 16% del capital. 

El presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri --al final siempre hay un vasco--, será presidente ejecutivo y el madrileño Gonzalo Gortázar --consejero delegado de CaixaBank-- seguirá en el mismo puesto. El éxito del proyecto dependerá de la solvencia, la independencia política y la gestión en esta era digital. Hoy por hoy, una caja catalana se ha convertido en el mayor banco de España y lo ha hecho uniéndose a otra madrileña. Ambas, comparten el mismo origen y objetivo social. Por eso, me permito hacer un apunte a pie de página: “No se olviden de dónde vienen”.