El giro hacia la derecha en Europa parece imparable. La socialdemocracia obligada a múltiples pactos con pequeños partidos de la nueva izquierda (transgénero, comunista o animalista sin animales) no convence al ciudadano medio.
Pocos europeos entienden su mensaje o les importa un pimiento. “Nao ligo para nada disso”, me comentó anoche una amiga lisboeta que acababa de votar a la Alianza Democrática. La unión de centroderecha lusa liderada por Luis Montenegro ganó las elecciones. Los conservadores, sumando a la extrema derecha de Chega y a los liberales, obtuvieron la mayoría. Al socialismo ya no le queda ni Portugal.
El Partido Socialista, a pesar de los éxitos macroeconómicos obtenidos por el admirado António Costa en sus siete años de Gobierno, pasó del 41,37% de las papeletas al 28,6%. En dos años, el nuevo líder, Pedro Nuno Santos, ha perdido la mayoría absoluta y 43 diputados en la asamblea de la República.
El partido de extrema derecha Chega (en castellano significa Basta) ha demostrado su fortaleza en las urnas. Lo ha hecho en un país que hace un lustro se felicitaba por ser uno de los pocos Estados europeos sin grupos ultraconservadores. André Ventura, abogado y exseminarista, ha convertido a Chega en el tercer partido más votado, pasando de 12 a 48 diputados (la cámara tiene 230). Su campaña se centra en poner freno a la inmigración, obtener el voto del Portugal rural y hacerse fuerte entre los jóvenes.
El socialdemócrata liberal Luis Filipe Montenegro dejó claro al inicio de la contienda que no pactará un Gobierno con la extrema derecha. Se adelantó a los hechos, sin ver la realidad. Con sus 79 diputados se verá obligado a pactar. Necesitará que Chega apoye sus presupuestos o le ofrezca apoyos puntuales (o elecciones otra vez). Por el momento, el ganador se ha limitado a señalar que mantendrá el “cordón sanitario” frente a los ultras. Veremos.
En un país donde el comunismo sigue siendo marxista-leninista, los políticos clásicos y los comentaristas siguen mostrando miedo ante Chega y sonríen comprensivos frente a la izquierda extrema. Sucede que los comunistas portugueses, que nunca se pronunciaron contra el estalinismo, se han convertido en una nota de color, en una rareza folclórica del país.
El domingo, el PCP bajó de 6 a 4 diputados. Harto de miserias, el Portugal vaciado, el del campo alentejano, ha dejado de cantar el Grandola, vila morena. Aún se ven banderas con la hoz y el martillo en el sur, pero los nietos de quienes votaban al comunismo prefieren hoy montar negocios turísticos para ricos en las playas de Comporta.
Tras el Covid, la insatisfacción política ha venido aumentando entre los portugueses al ver que los salarios están estancados y los servicios públicos dejan mucho que desear. No han perdonado ni a António Costa, el protagonista del reciente milagro portugués. Perdió en 2015, pero consiguió pactar un Gobierno inédito, por escrito y en total transparencia, con los socios minoritarios a su izquierda. Durante los años de aspirante a la presidencia, Sánchez visitaba frecuentemente a este moderado socialista para aprender cómo lo había hecho.
A partir de 2018, con ambos líderes socialistas ya gobernando, la trayectoria económica de los dos países ibéricos ha sido muy diferente. Al inicio de esa era, la prima de riesgo portuguesa estaba 55 puntos por encima de la española; hoy se encuentra 16 puntos por debajo. La deuda pública ha bajado 23 puntos en Portugal (98,7% del PIB, hoy) y la de España ha subido 10 puntos (107,7%). El paro luso (6,2%) es la mitad que el español (12%).
A diferencia de Sánchez, Costa no ha ido nunca contra los molinos de viento ni aceptó enrocarse en el poder con socios cada vez más incómodos. Renunció a la regionalización de Portugal, al ver que la mayoría de portugueses no la quería (su Constitución prohíbe los partidos separatistas). Y en 2022, tras las exigencias sin fin de sus socios (Bloco y PCP), convocó elecciones y las ganó por mayoría absoluta. Dos años después, ante un caso de supuesta corrupción de amigos y colaboradores suyos, tuvo la decencia de dimitir.
Sánchez, ya vemos, no es Costa. Sin ese pragmático portugués, el socialismo europeo pierde otro de los escasos bastiones que le quedaban. La táctica del presidente español nada tiene que ver con principios ideológicos. Su objetivo es resistir y resistir, aunque con ello se acabe con el partido. De los cinco Gobiernos socialistas que tenía el continente hace tres años, ya se perdieron Finlandia, Suecia y Dinamarca. Ahora, el socialismo español está solo. Ya no le queda ni Portugal.